El virus no es demócrata o republicano. La frase se escuchaba este viernes en el Congreso de Estados Unidos, donde comparecía después de un mes de retrasos y sospechas de bloqueo desde la Casa Blanca el doctor Anthony Fauci, así como Robert Redfield y Brett Giroir, otros dos de los principales expertos del grupo de trabajo sobre coronavirus establecido por Donald Trump. La sesión, no obstante, ha servido como último recordatorio de la cruenta guerra partidista que intoxica y dificulta el combate con la pandemia en EEUU, donde el covid-19 ya ha dejado 4,5 millones de casos y más de 152.000 muertos.

Desde que en abril nació por iniciativa de Nancy Pelosi y gracias al control demócrata de la Cámara Baja, el subcomité sobre la crisis de coronavirus ha estado marcado por la sombra de la politización. Los demócratas lo usan para fiscalizar una respuesta del Gobierno que consideran insuficiente y exigir con urgencia una estrategia nacional. Los republicanos, por su parte, lo denuncian como un esfuerzo ilegítimo de dañar a Trump en año electoral. Y durante algo más de tres horas y media este viernes los dos polos se han desplegado en un ejercicio dudosamente útil.

Sin estrategia nacional

El título de la sesión, la necesidad urgente de un plan nacional para contener el coronavirus, señalaba el camino demócrata, que también ha marcado el presidente del subcomité, Jim Clayburn. La nación está en medio de una catástrofe de salud pública y la Administración Trump aún no ha desarrollado y aplicado una estrategia nacional para proteger al pueblo estadounidense, ha dicho Clayburn, que ha instado al presidente a dar "prioridad a la ciencia sobre la política.

Han sido precisamente las guerras políticas, no obstante, las que han protagonizado buena parte de la sesión. Uno de los más combativos congresistas republicanos, Jim Jordan, ha señalado a las manifestaciones por la justicia racial como elemento propagador del virus, ha dicho que ponen en riesgo a los policías y ha denunciado la supuesta discriminación hacia las iglesias. Y ha tratado, sin éxito, de arrastrar a Fauci al explosivo debate.

Los demócratas, mientras, han replicado que la violenta actuación policial y el uso de gases lacrimógenos también elevan el riesgo de contagio y Maxine Waters ha asegurado que el excandidato presidencial Herman Cainn, fallecido esta semana por covid-19, lo contrajo al acudir al polémico mitin de Trump en Oklahoma.

Una vacuna a finales de año

En la parte científica los expertos han dejado algunos mensajes relativamente positivos. El mismo día en que EEUU anunciaba un contrato con las farmacéuticas europeas GlaxoSmithKline y Sanofi (con 2.100 millones de dólares, el mayor hasta ahora de la Operación Warp Speed), Fauci se ha mostrado cautelosamente optimista de que para finales de otoño y principios de invierno tendremos una vacuna segura y efectiva.

Los problemas, no obstante, persisten. Giroir, un médico militar que forma parte del Departamento de Salud, ha reconocido que el aumento en el número de pruebas no será suficiente para acabar con la crisis. Tanto él como Fauci han admitido que no es útil la velocidad actual a la que se consiguen los resultados (cinco días de media en el 75% de los casos) .

Trump ha estado siguiendo al menos el inicio de la sesión, como ha demostrado un tuit donde ha tratado de atribuir de nuevo el aumento en el número de casos que se ha mostrado en un gráfico al número de pruebas. Es una idea ya desacreditada que también ha rechazado en la vista Fauci, que además ha dado otro golpe a Trump al rechazar contundentemente como fallido un estudio que el presidente ha usado para seguir defendiendo la hidroxicloroquina.