La protesta en Cuba -que se ha cobrado ya un muerto y un número indeterminado de heridos y detenidos- no tiene precedentes desde que Fidel Castro entró triunfal en La Habana el 8 de enero de 1959. La protesta, con sus escenas de conato, vehículos policiales destruidos y saqueos, era deseada por una oposición tan heterogénea como inorgánica. El Gobierno sabía también que desde hacía tiempo se daban las condiciones objetivas para que el malestar se expandiera por las calles. Sin embargo, siguió confiando en los mecanismos de control y fisgoneo analógico. No ha medido la bronca que se acumulaba en la esfera virtual y a la que solo le faltaba comenzar a tener presencia real. Así ocurrió.

La acumulación de factores externos e internos han creado la bomba social: las sanciones de Estados Unidos -cuyos daños en 2020 fueron de 5.000 millones de dólares- y los efectos de la pandemia en una economía que se sostiene fundamentalmente por el turismo y las remesas, han retrotraído la vida de los cubanos a los peores años de penurias: el llamado Periodo Especial en Tiempos de Paz, decretado por Fidel tras la disolución de la Unión Soviética, el principal socio y sostén comercial de La Habana. Si algo faltaba para completar la analogía entre este presente de escasez y aquellos años 90 eran los cortes de luz. Los apagones ensombrecieron más el horizonte. El avance del covid-19 en algunas provincias terminó por encender la mecha.

Hijos y nietos de la precariedad

Las imágenes que han logrado burlar el cerco informativo son elocuentes: a la calle salieron especialmente los jóvenes, hijos y hasta nietos del Periodo Especial, de distintas extracciones. No ha sido casual el componente afrocubano en la protesta: es el sector menos beneficiado por las remesas. El presidente Miguel Díaz Canel los llama un día "confundidos" y, al otro, "terroristas". Más allá de las etiquetas, las protestas que estallaron el domingo suponen para las autoridades un desafío político inédito.

Muchos jóvenes llevan sobre sus espaldas el peso del desencanto: no estudian ni trabajan. Cuba tiene más de siete millones de personas en edad laboral. Las estadísticas oficiales señalan que solo lo hacen 4,6 millones. Más de dos millones son considerados "no activos", una manera eufemística de decir que carecen de empleo regular. Entre ellos se encuentran muchos de los que dijeron basta, a veces con consignas que halagarían a Donald Trump. A eso se le suma una nueva disidencia política y cultural que no puede ser tachada de derechas.

Díaz Canel se aferra a un diagnóstico en parte equivocado: todo es consecuencia de una conjura externa, con el bloqueo como principal espada, y de la manipulación en las redes. La legitimidad del modelo político y económico está fuera de cuestión. Salieron a manifestarse engañados. Se ha instalado, dijo, "ese discurso de que el Gobierno está reprimiendo manifestaciones pacíficas". Los protagonistas de la revuelta "están llamados por el odio que les ha ido inculcando toda esa estrategia de subversión tan indignamente montada". El presidente pidió a los cubanos no dejarse "intoxicar" por aquello que reciben en sus teléfonos y que dan la idea de una isla "ingobernable". Por lo pronto, internet ha quedado en suspenso.

El conflicto político es tan novedoso que hasta ha intervenido un actor inusual: la Iglesia Católica, de complejas relaciones con el castrismo a lo largo de seis décadas. La Conferencia de Obispos dijo que no puede "cerrar los ojos como si nada estuviera sucediendo" cuando "salieron a las calles miles de personas en ciudades y pueblos". El tono de la carta representa para Díaz-Canel un desafío añadido. Los obispos reconocen que el Gobierno "ha tratado de tomar medidas para paliar las referidas dificultades". Pero, a la vez, añaden que "el pueblo tiene derecho a manifestar sus necesidades, anhelos y esperanzas y, a su vez, a expresar públicamente cómo algunas medidas que han sido tomadas le están afectando seriamente".

Las vacunas

El escenario es delicado. El Gobierno redobla los esfuerzos para atenuar los apagones y, a la vez, avanzar en el combate contra la Covid-19 que amenaza con hacer colapsar el sistema hospitalario en algunas regiones. Cuba apostó a su polo biotecnológico -una verdadera isla en un mar de improductividad- para desarrollar sus propias vacunas y convertirlas en bienes exportables. Soberana y Abdala tiene una eficacia del 90%, de acuerdo con las informaciones oficiales.

Algunos observadores señalan que La Habana tomó muchos riesgos cuando decidió, el año pasado, abstenerse de comprar inmunizantes rusos o chinos, así como de participar de la plataforma de vacunas COVAX, de la OMS. Concentró sus esfuerzos en desarrollar fármacos propios. Sus hallazgos científicos chocaron con las dificultades para importar componentes y jeringuillas. A pesar de los problemas, la vacunación avanzó en La Habana. Solo los pinchazos masivos pueden, en estas horas, darle al Gobierno al menos un triunfo político. Las causas de la crisis seguirán, no obstante, latentes.