Funcionarios quemando documentos clasificados en el interior de la embajada de Estados Unidos en Kabul mientras los talibanes cercaban la capital, afganos agarrándose a los aviones en marcha para salir de su país por miedo a futuras represalias, familias entregando sus bebés a los soldados estadounidenses por encima del muro del aeropuerto... Son algunas de las imágenes que han dejado los primeros días posteriores a la caída del Gobierno proocidental de Afganistán, una sucesión de acontecimientos que pocos previeron en Washington y que le está pasando factura a la Casa Blanca. Políticos de ambos bandos, así como una parte sustancial de la opinión pública, apuntan al presidente Joe Biden como responsable del caos afgano.

El mandatario ha defendido por pasiva y por activa la salida del país y sus tiempos. Biden ha explicado que las tropas empezaron a retirarse cuando lo hicieron porque no había evidencias de que el Gobierno de Afganistán se desmoronaría tan rápido como lo hizo, una afirmación que han puesto estos días en evidencia los medios estadounidenses al destapar varios documentos que advertían del peligro inminente.

Si bien la salida de Afganistán fue planeada por el expresidente Donald Trump, quien llegó a un acuerdo con los talibanes para abandonar el país el 1 de mayo, los republicanos no han dudado en mostrar su desacuerdo con la estrategia seguida por la Administración Biden. El líder de la minoría del Senado, Mitch McConnell, describió la salida del país como un "fracaso vergonzoso del liderazgo estadounidense". Unas críticas similares a las enunciadas por el congresista republicano Michael McCaul, quien tildó las decisiones del mandatario demócrata como un "desastre absoluto de proporciones épicas". Según McCaul, este desenlace "será una mancha en la presidencia de Biden", quien "va a tener las manos manchadas de sangre por lo que hicieron".

Temor a ataques terroristas

El también republicano y senador Lindsey Graham, contrario a la retirada militar completa de Afganistán, dijo que es solo cuestión de tiempo hasta que Al Qaeda vuelva tener una presencia significativa en Afganistán. El renovado temor a los ataques terroristas está siendo utilizado por los rivales de Biden, así como el riesgo a que se cuelen militantes radicales entre los miles de refugiados que están llegando a EEUU.

Pese a que muchos demócratas optaron inicialmente por no pronunciarse respecto a la gestión de la crisis, el silencio ha ido apagándose a medida que se aproxima la fecha final de salida. "Hubo y sigue habiendo un abrumador consenso bipartidista sobre el hecho de que no se puede completar la retirada el 31 de agosto", dijo el congresista demócrata Tom Malinowski, miembro de la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara baja. Su colega Susan Wild fue un paso más allá al pedirle en una carta al presidente --firmada por 14 legisladores de ambos bandos-- que extienda la fecha límite. Una fecha que Biden reafirmó el martes durante la reunión del G-7.

Entre la clase política preocupa que no se pueda sacar a tiempo a todos los estadounidenses y colaboradores afganos que quedan en el país centroasiático. El Pentágono se ha negado a precisar cuántos necesitan ser rescatados. Por el momento, han sido evacuadas unas 82.300 personas, aunque se estima que sigue habiendo entre 10.000 y 15.000 ciudadanos estadounidenses en Afganistán y unos 80.000 afganos que trabajaron para EEUU.

Las consecuencias del desaguisado se están notando en las encuestas. Cae el apoyo a Biden. En agosto, su índice de aprobación descendió por debajo del 50%, la primera vez desde el inicio de su presidencia, según los promedios de encuestas de FiveThirtyEight y RealClearPolitics. Una caída que históricamente no es del todo inusual para los mandatarios durante su primer año.