Suleman Malik ha aprendido a vivir en territorio hostil. Las amenazas forman parte de la cotidianidad del portavoz de una pequeña comunidad islámica de Erfurt, capital del estado federado de Turingia: intentos de agresión física, escupitajos a la cara en plena calle, llamadas con amenazas de muerte y comentarios en sus redes sociales que le exigen que se marche de Alemania. "Pero lo peor es el terror psicológico", dice Malik a EL PERIÓDICO, diario perteneciente al mismo grupo editorial que este medio, en las obras de la que será la primera mezquita levantada en el Este de Alemania, el territorio correspondiente a la desaparecida República Democrática Alemana (RDA).

"Cuando voy a la calle tengo la sensación de que en cualquier momento me puede pasar algo", dice el portavoz de la comunidad Ahmadi, rama heterodoxa y reformista del islam que tiene sus raíces en India y Pakistán, y que es perseguida en muchos países del mundo musulmán por ser considerada hereje. El padre de Suleman llegó a Alemania huyendo de esa persecución. Su pequeña comunidad islámica, con unos 130 integrantes en Turingia, construye desde 2019 a las afueras de Erfurt una mezquita no sólo para tener un lugar físico para rezar, sino también para "lanzar una señal" en favor a la convivencia.

El portavoz de los Ahmadi es la personificación de las consecuencias de la xenofobia estructural que los cinco estados federados de Alemania oriental arrastran desde hace décadas. El rechazo al extranjero se canaliza ahora a través del voto a la ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD), funda en 2013. Antes, fue a través de los neonazis del NPD y otros partidos ultras. La pequeña Turingia, como poco más de dos millones de habitantes, es un caso paradigmático: las encuestas apuntan que AfD podría convertirse aquí en la fuerza más votada en las elecciones federales del próximo domingo con alrededor del 20% de los votos. En el vecino estado de Sajonia, esa victoria podría alcanzar el 26%.

La "crisis de Turingia"

El poder electoral de la ultraderecha en los territorios de la antigua RDA tuvo su episodio más sonado el invierno del año pasado: tras las elecciones regionales de Turingia, ganadas por los poscomunistas de La Izquierda, la fracción parlamentaria regional de los democristianos de la CDU y la de AfD votaron conjuntamente por un candidato minoritario de los liberales del FDP para evitar que el primer ministro Bodo Ramelow (La Izquierda) se mantuviese como jefe de gobierno.

Suleman Malik. Andreu Jerez

La conocida como "crisis de Turingia" generó un terremoto en el resto Alemania que le costó la carrera política a Annegret Kramp-Karrenbauer, entonces presidenta de la CDU y elegida por Merkel como sucesora. El intento de tumbar el gobierno de Ramelow acabó fracasando, pero el daño ya estaba hecho. La pandemia diluyó posteriormente la crisis política provocada por la ruptura de la disciplina de partido de una parte de la Unión Cristiano Demócrata. El precedente de colaboración entre una parte de la CDU y la ultraderecha dejó una grieta en el tan alabado cordón sanitario establecido por el conservadurismo alemán, y envió una advertencia sobre el poder de influencia que puede ejercer AfD en el este del país. Los resultados de la ultraderecha doblan allí los del oeste.

Agravios de la reunificación

Políticos, periodistas y académicos no dejan de mirar con cierto asombro hacia el este a la hora de buscar los motivos del avance ultra. Más de tres décadas después de la reunificación, los agravios dejados por ese proceso político inacabado apuntan a ser la principal causa. La narrativa histórica predominante en Alemania -que presenta a la RDA en la mayoría de los casos sólo como una gris dictadura-, sumada a la ruptura biográfica y profesional que supuso el hundimiento de la Alemania socialista para millones de personas, la estructuras mentales autoritarias heredadas de la dictadura comunista, y las diferencias económicas que siguen persistiendo entre las dos partes del país alimentan esos agravios.

"AfD es más fuerte en el este porque aquí tenemos experiencia con una dictadura. Tuvimos que pelear por recuperar nuestras libertades y trabajar duro para la reconstrucción económica. Y ahora vemos que todo eso está en peligro", dice Tino Chrupalla, cocandidato a la cancillería del partido ultraderechista, ante un grupo de periodistas extranjeros. "El Estado se inmiscuye cada vez más en las libertades fundamentales y en las decisiones de empresas y de ciudadanos. Esa agresividad estatal nos recuerda cada vez más a la RDA", dice Chrupalla, un pequeño empresario originario de Sajonia que dejó la CDU por AfD en 2015 a raíz de la llamada "crisis de refugiados".

AfD intenta capitalizar abiertamente el malestar dejado por la reunificación alemana. Las restricciones de las libertas individuales y de movimiento introducidas por el Gobierno federal frente a la pandemia ofrecen ahora un nuevo marco discursivo para obtener votos entre ese descontento estructural persistente en los territorios orientales.

Pese a las hostilidades, Suleman Malik sigue considerando Turingia su casa, donde siente la solidaridad de la mayoría social, asegura. "Ese partido intenta, sin embargo, polarizar y acabar con la cohesión social", dice a las puertas de la nueva mezquita donde, como cada lunes, un grupo de ciudadanos protesta contra su construcción blandiendo cruces y una pancarta con una cita evangélica de San Mateo: "Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos".