Irak afronta este domingo unas elecciones parlamentarias anticipadas que servirán para cambiarlo con el fin de que todo siga exactamente igual. El Gobierno iraquí convocó los comicios hace seis meses para contentar a los manifestantes que reclaman desde octubre de 2019 un Irak más justo, menos sectario y más democrático. El problema es que no se espera que estas elecciones vayan a servir para satisfacer las demandas del descontento.

Todo lo contrario. Los partidos que obtendrán representación y la oportunidad de repartirse el gobierno serán, con toda probabilidad, los mismos de siempre, los mismos que hay ahora. No se atisban cambios significativos. “Para desilusión de aquellos que buscan reformas, las elecciones resultarán más que probablemente en un nuevo gobierno de consenso, liderado por la élite gobernante de siempre. Ese modelo se traducirá en la distribución colectiva de los despojos del Estado, y se negará el espacio a cualquier oposición real", explica el politólogo iraquí, Yasir Kuoti.

“Esto acabará dañando la capacidad del nuevo gobierno de implementar reformas, lo que, a la postre, mandará de nuevo a millones de jóvenes desilusionados y ciudadanos desencantados a protestar en las calles”, continúa el analista político. Precisamente por eso, nadie en el país árabe tiene demasiadas esperanzas en las elecciones de este domingo. Se espera que los jóvenes del país —sobre todo en el sur, donde las protestas fueron más masivas— se abstengan en gran medida de ir a los colegios electorales. 

Boicot y fragmentación

De hecho, el Partido Comunista de Irak y algunos partidos políticos menores que nacieron de las protestas de 2019 han decidido boicotear las elecciones. Otros han presentado candidatos independientes que serán incapaces de cambiar un resultado que ya está marcado con antelación.

El Parlamento iraquí consta de 329 escaños y no se espera que ninguna formación pueda llegar a una mayoría clara. Todo lo contrario. Las estimaciones apuntan que las dos formaciones posiblemente ganadoras --el Movimiento Sadr, antigubernamental, chií, proiraní y con apoyos entre las clases trabajadoras; y el Estado de la Ley, una coalición también proiraní liderada por el ex primer ministro Nuri al Maliki -- cosecharán, como mucho, sesenta diputados cada una. 

Ambas tendrán que disputarse el cortejo a las demás formaciones del Parlamento, que van desde a partidos vinculados directamente a las milicias proiranís hasta formaciones sunís y kurdas o los ya mencionados independientes, surgidos de las protestas. La fragmentación en Irak es tal que en las últimas elecciones del 2018 se tardó cinco meses en formar un gobierno después de las elecciones. Dicho Ejecutivo duró tan solo un año y medio en el poder.

Futuro gris

“Muchos iraquís tienen una visión gris del futuro de su país, a pesar de que estamos ahora en un periodo de relativa calma tras la victoria militar sobre el Estado Islámico (EI) en 2017”, escribe la experta del Crisis Group, Lahib Higel. “La corrupción y la mala gobernanza imposibilitan que la población tenga acceso a unos servicios tan básicos como el agua o la electricidad. En verano, nadie que dependiese de la empresa eléctrica estatal tenía en casa más de unas pocas horas de luz al día. Son muchos los que han perdido del todo la fe en que el sistema pueda cambiar”, continúa.

Y no va a hacerlo. Actualmente Irak vive bajo el poder cada vez más omnipresente de las milicias chiís que ayudaron a derrotar al EI y que ahora se han convertido en un Estado paralelo en la sombra, cobrando sus propios impuestos, extorsionando y matando a rivales a discreción. El resto de partidos les temen. De ahí que estas elecciones traten de preservar la situación vigente, según los expertos.

“El resultado más probable será un acuerdo entre las grandes facciones para formar un gobierno de consenso y ratificar el estatus quo, como ya pasó en elecciones anteriores. Este modelo supuestamente inclusivo implica pocos riesgo y es tentador para aquellos que consideran que puede traer una cierta estabilidad”, dice Kuoti. “Y como ya ocurrió en el pasado, otorga beneficios y roles gubernamentales mientras nadie se hace cargo de los fracasos”.