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Crisis humanitaria en Europa oriental

Hambre, frío y muerte en la frontera de Polonia con Bielorrusia

Varios inmigrantes que han logrado entrar en Polonia desde Bielorrusia relatan el horror vivido durante la travesía

3 refugiados cuentan su experiencia en la frontera de Bielorrusia y Polonia

3 refugiados cuentan su experiencia en la frontera de Bielorrusia y Polonia

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3 refugiados cuentan su experiencia en la frontera de Bielorrusia y Polonia Marc Marginedas

Llegan heridos, exhaustos y humillados, hasta este albergue regentado por una organización caritativa polaca junto a la estación de ferrocarril de Bialystok, la última población importante de Polonia antes de la frontera con Bielorrusia. Durante días o incluso semanas, han acumulado barro hasta las rodillas, y presentan aparatosas heridas en los pies como consecuencia de la caminata. Vagando por los bosques que separan ambos estados bajo una perenne lluvia helada, con temperaturas que durante la noche rondan los cero grados, y rechazados en varias ocasiones por las patrullas fronterizas de ambos países, en una suerte de trágico juego de ping pong, solo les queda ahora esperar y rogar al cielo para que que sus solicitudes sean atendidas y se les conceda el ansiado estatus de refugiado político en algún país de la Unión Europea.

"Estuve 10 días caminando por la frontera. Hacia muchísimo frío; cruzábamos y los polacos nos rechazaban, volvíamos a Bielorrusia y la policía allí nos rechazaba; no teníamos ni agua ni comida; llegamos a comer hasta las hierbas del suelo y a beber el agua de la lluvia", relata Goran Ali, un treintañero originario de Kirkuk, en el norte de Irak, y de etnia kurda. Este joven licenciado en diseño gráfico, que en su país de origen llegó incluso a trabajar como periodista para una emisora de radio y una cadena de televisión, lo ha perdido absolutamente todo. Incluso las ropas que traía desde su país, húmedas y cubiertas de barro, tuvieron que ser desechadas, y viste ahora con un chándal que le han prestado.

Tampoco le queda un céntimo. Durante los días en que vagó por los bosques, fue golpeado y desvalijado por miembros de las patrullas fronterizas bielorrusas, a quienes señala sin dudar como "los peores, con mucha diferencia". "Los bielorrusos nos golpearon, nos rompieron los teléfonos y nos robaron el dinero; robaron 1.500 dólares", continúa. Unos guardas fronterizos que ponían todo tipo de facilidades para el viaje de ida, permitiéndoles el paso hacia el país vecino sin ninguna traba, pero que luego mostraban su peor cara cuando intentaban regresar al comprobar que les habían explicado una mentira y en realidad no eran bienvenidos en Polonia: "nos decían: 'id a Polonia, pero luego, para impedirnos el regreso, cargaban sus armas y e incluso hicieron ademán de disparar", continúa. "Había familias enteras, con niños de uno a diez años, había 500 personas, diría que incluso mil", rememora con espanto.

En un albergue caritativo

Dentro de su desgracia, Goran ha tenido suerte. Su salud quebradiza le ha permitido ingresar en este albergue caritativo y evitar la suerte de sus compañeros de viaje, con los que viajó en taxi desde Minsk hasta la frontera. Estos últimos han sido ingresados en un campo de refugiados cuyo acceso para la prensa está vetado por las autoridades polacas. "Ellos están en el campo de refugiados; aquello es como una cárcel; la comida no es buena", subraya, antes de encabezar una pequeña visita por el centro de caridad y mostrar con orgullo la cocina y el interior de la nevera, repleta de alimentos donados por la población local.

Apoyándose con muletas, caminando trabajosamente por el pasillo del albergue, Amina, una mujer siria de 50 años originaria de Deraa, en el sur del país, acaba de salir del hospital, y muestra los rasguños y las ampollas que sufrió durante los días en que vagó por tierra de nadie. Evita mostrar el rostro a la cámara y prefiere no revelar su verdadera identidad. "Mire, mire", afirma mientras señala un aparatoso vendaje en la puntera del pie derecho y una dolorosa llaga en la base del dedo grueso.

Amina quiere llegar hasta Alemania, donde reside su hijo desde hace ya tres años, porque en su país ya no es posible llevar siquiera una existencia normal. Después de más de una década de guerra en su país, insiste en que no quiere hablar de política: "Yo solo quiero vivir en paz", insiste.

Ahmed, de una cincuentena de años, y su hijo Abdul, de 14, también ocultan sus verdaderas identidades, y recuerdan con horror los días en que estuvieron vagando sin rumbo, sin poder avanzar o retroceder.

"La gente moría de frío o de hambre, no le puedo decir cuánta gente ha muerto, pero aquí está mi hijo, que asegura que ha visto a al menos tres personas muertas", explica. "No había nada que comer o beber, solo frío, frío".

Viajar a Austria

Padre de una extensa familia compuesta por su esposa y nueve hijos, la aspiración de Ahmed es viajar a Austria, donde ya tiene un hijo trabajando. Miembro de la resistencia civil al régimen de Bashar el Assad en su población de origen -cuyo nombre tampoco quiere revelar- descarta poder retornar a su país mientras el dictador sirio continúe ocupando el poder. "Assad es un dictador, como Hitler; una persona que es capaz de matar a su propio pueblo; si vuelvo a Siria, me pueden torturar, detener o matar", insiste. Su mujer se ha quedado en Jordania, y si finalmente consigue su propósito, se la traerá a Europa, no así a sus hijos, que han iniciado otra vida en Jordania. "Ellos ya tienen su vida allí", explica.

Ahmed se rebela cuando se le recuerda que hay numerosas voces en Europa, pertenecientes a los partidos de ultraderecha, que rechazan a los refugiados sirios por ser de religión islámica. "Soy un ser humano, y la nuestra es una religión de paz", responde. No quiere ser una carga para su país de acogida, e insiste en que su educación universitaria como jurista le permitirá en su momento ser de utilidad allá donde vaya: "puedo trabajar en casos de derechos humanos", concluye.

No está claro qué sucederá con aquellos migrantes que han logrado su propósito de cruzar la frontera. Alicia Pietruczuk, periodista de una emisora de radio de Bialystok, cree que aquellos que vengan de Siria tienen "más posibilidades" de ser reconocidos como refugiados políticos que aquellos procedentes de Irak. La reportera destaca en que la crisis humanitaria lleva ya meses gestándose y que nadie puede cifrar a ciencia cierta cuántos inmigrantes consiguen pasar. Los intentos de este diario de hablar con el servicio de fronteras de Polonia para obtener una valoración de la situación han quedado sin respuesta.

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