La historia es desgarradora, pero no menos real. Al comenzar los años setenta del siglo pasado, Hugo Torres se unió a la guerrilla que intentaba sacar del poder al dictador nicaragüense Anastasio Somoza. El joven Torres participó en 1974 del operativo "Diciembre Victorioso". Un comando insurgente secuestró a un grupo de funcionarios del régimen que participaban de una fiesta en Managua. A cambio, exigió la liberación de varios presos políticos, entre ellos Daniel Ortega, con quien huyó luego a La Habana y participó de la revolución Sandinista, en 1979. Casi medio siglo más tarde, Ortega se convirtió en el verdugo del hombre que lo había rescatado. El general retirado Torres murió este sábado en la cárcel de El Chipote, a los 73 años, donde se encontraba por su condición de opositor. "Vilipendiado y tratado como un criminal, Hugo murió de tristeza y de saber que toda su vida heroica la pisoteaban aquellos por los que arriesgó su vida tantas veces. Las traiciones son el cáncer más duro que puede sufrir un hombre íntegro y bueno", dijo la poeta y escritora Gioconda Belli.

"Al igual que muchos hombres y mujeres, di el paso al frente, dejé familia y estudios en la universidad para sumar mi esfuerzo personal al de otros, que, como yo, sintieron el rubor de la vergüenza en sus conciencias y dijeron basta ya de oprobio, de ultrajes y humillaciones, de crímenes y latrocinios; es hora de dignidad, de justicia, de patria”, escribió Torres en sus memorias 'Rumbo Norte. Historia de un sobreviviente'. Nunca debió imaginar que no podría sobrevivir al orteguismo. Pagó cara su disidencia. Al conocerse su deceso, el Gobierno guardó silencio. No se trató de un acto estatal de consternación.

De hecho, Torres, el mismo que en 1978, fue parte del asalto del Palacio Nacional que posibilitó liberar a otro grupo de detenidos por razones políticas, entre ellos Tomás Borge, se ha convertido en el primer preso que pierde su vida en una cárcel desde que, el año pasado, fueron arrestados 47 personas bajo distintos cargos. No deja de ser una perturbadora ironía de la historia que Dora María Téllez, otra de las protagonistas de la toma de la legislatura que aceleró la caída de Somoza haya sido condenada también por un tribunal, días atrás, por sedición.

Ruptura y disidencia

En 1979 fue distinguido con el grado honorífico de comandante guerrillero y nombrado viceministro del Interior. Recibió la Orden Carlos Fonseca, máxima distinción del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Abandonó el Ejército a mediados de los noventa, con Ortega ya fuera del Gobierno, con el grado de general de brigada. No se demoró en tomar distancia del ex presidente y la conducción del FSLN por una deriva autoritaria y políticamente conservadora, que creció a partir de 2007, cuando retornó a las funciones ejecutivas junto con su esposa, Rosario Murillo.

"Nunca se ha sometido al poder y cuando Ortega retomó el Gobierno no aceptó cargos, prebendas ni privilegios", lo recordó la ex guerrillera Mónica Baltodano en las páginas de El Confidencial, a fines de enero. En ese artículo, informó a su vez que Torres su estado de salud se había agravado en la cárcel. "Tuvieron que auxiliarlo varias veces, porque, por el grado de inflamación de sus piernas, casi no podía moverse por sí mismo. Fue atendido por médicos del penal, pero no lograron aliviar su situación. Ese día, Hugo sufrió un largo desmayo. De su celda fue sacado con rumbo desconocido".

El ex general se había sumado al Movimiento Renovador Sandinista (MRS), en la actualidad amado Unión Democrática Renovadora (Unamos). El 13 de junio pasado, la policía allanó su vivienda. Lo detuvieron para ser investigado por "actos que menoscaban la independencia, a la soberanía y la autodeterminación". Torres sabía que iban a venir y, como si él mismo fuera al encuentro con su destino, consumado este sábado, antes de ser capturado grabó un video que, por estas horas, ha recobrado actualidad. "Hay asedio fuerte, hay presencia en los alrededores, vigilancia de drones. Lo que quiero decirles es que estos son zarpazos desesperados de un régimen que se siente moribundo, que no tiene asidero legal, que no tiene justificación alguna desde el punto de vista institucional ni jurídico como para permanecer en el poder más allá de noviembre de este año", dijo, mirando a la cámara. "Nunca pensé que a esta edad estaría luchando de manera cívica y pacífica contra una dictadura", añadió, sin pestañear. Entonces le pidió a "a los seguidores más sensatos del Frente Sandinista" que abrieran los ojos. "Los están llevando al despeñadero".