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Ucrania

Lviv: La ciudad de los mil nombres

El hoy centro neurálgico del éxodo ucraniano hacia Polonia, ha cambiado hasta en ocho ocasiones de país en el último siglo

Refugiados ucranianos.

La noción de lo que es estático, inamovible, y lo que es dinámico, cambiante, bebe de la memoria personal y colectiva. Un ciudadano de la península ibérica debe de considerar, seguramente, que las fronteras son algo pétreo y eterno. Uno de centroeuropa, menos. Y alguien que haya nacido en la principal ciudad del hoy oeste ucraniano, conocida como Leópolis (en castellano), Lvov (ruso), Lwów (polaco), Lemberg (alemán), Lemberik (yiddish), menos.

Lviv (ucraniano) es ahora una ciudad de Ucrania que se ha convertido en el punto de reunión de aquellos que huyen camino de Polonia. La turbulenta historia de lo que un día fue una metrópolis multicultural haría las delicias de Heráclito, el filósofo de Efeso que dijo aquello que “todo fluye, todo cambia, nada permanece”.

Por no remontar muy allá, la movilidad de las fronteras cerca de Lviv se puede circunscribir al tiempo de tres generaciones. Un abuelo austro-húngaro, un padre polaco y unos hijos soviéticos podría ser la radiografía de una familia actual tipo de Lviv que no hubiera cambiado nunca de residencia.

Siempre que no fueran judíos, claro. Porque en 1910 suponían el 30% de la población y, en 1944, cuando las tropas soviéticas conquistaron la ciudad a los nazis, los supervivientes apenas fueron 800. Por el camino, y en campos de concentración y exterminio aledaños (Janowska y Belzec), fueron asesinadas hasta 200.000 personas. El que fuera cazador de nazis Simon Wiesenthal residió en el gueto creado en la ciudad donde los alemanes recluyeron a los 100.000 judíos nativos más a otros 100.000 refugiados.

Como cuenta Philippe Sands en su libro ‘Este-Oeste’ es en esta ciudad de mil nombres es donde, no por casualidad, nacen los dos juristas que crearon dos conceptos que hoy parecen de esos que siempre han existido, eternos, y que, en verdad, son de nuevo cuño. Los de ‘genocidio’ y ‘crimenes contra la humanidad’. Las aportaciones de Raphael Lemkin y Hersch Lauterpacht, cada uno por separado, fueron estrenadas en el juicio de Nuremberg. Hasta ese momento, cualquier estado podía tratar a cualquier colectivo como le viniera en gana.

La secuencia histórica fronteriza de la ciudad es de esas que no permite el parpadeo, a riesgo de perderse un cambio de pasaportes. Con el fin de la primera guerra mundial se acabó el dominio austro-húngaro sobre Lemberg iniciado en el siglo XVIII. Y se abrió una batalla, literal, entre ucranianos y polacos por el control de la ciudad. Primero, Lviv se convirtió en la capital de la república de Ucrania Occidental. Después, Lwów pasó a formar parte de Polonia.

En el pacto nazi-soviético de 1939, y el reparto de Polonia entre ambas potencias, Lvov cayó del lado comunista. Hasta que la Operación Barbarroja, en 1941, la ofensiva nazi que se saltaba a la torera el pacto Molotov-Ribbentrop puso a Lemberg bajo el Reich.

Por poco tiempo, aunque demasiado para la comunidad judía de Lemberik. En 1944, los soviéticos retomaron Lvov y la ciudad pasó a formar parte de la República Soviética de Ucrania. Fue un tiempo de estabilidad fronteriza que duró hasta la descomposición del régimen comunista, en 1991. A mediados de los 90, Lviv volvió a formar parte de Ucrania.

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