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El desafío ruso

Los errores de la OTAN que dieron munición a Putin para invadir Ucrania

Diversas voces autorizadas advirtieron durante años que la expansión hacia el este provocaría una nueva guerra en Europa

El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg. -/NATO/dpa

Habían pasado 20 días desde el comienzo de la brutal invasión rusa de Ucrania cuando Volodímir Zelenski tuvo finalmente el valor de decir lo que todo el mundo sabía en las cancillerías occidentales, pero muy pocos se atrevieron a expresar. “Durante años hemos escuchado que la puerta (para entrar en la OTAN) estaba supuestamente abierta, pero ahora oímos que no podemos entrar. Es verdad y tenemos que reconocerlo”, afirmó resignado el presidente ucraniano ante los líderes de la Fuerza Expedicionaria Conjunta del Reino Unido. Sus palabras apagaron definitivamente uno de los equívocos que más han contribuido a alimentar los recelos del Kremlin hacia Occidente en los últimos años, uno de los motivos que Vladímir Putin esgrimió para justificar la guerra ilegal que libran sus fuerzas en Ucrania. 

Es imposible retroceder en el tiempo. Nada justifica la indiscriminada ofensiva que está destruyendo un país y sepultando a miles de personas inocentes. Pero son muchas las voces autorizadas que durante años advirtieron que la expansión de la OTAN hacia las fronteras rusas, con la integración en su organigrama de 14 países excomunistas, acabaría conduciendo a una nueva guerra en Europa. Un proceso que comenzó precisamente cuando más puentes tendía Rusia hacia sus vecinos europeos en su afán por integrarse en la economía globalizada tras abrazar inicialmente el capitalismo en su versión más ortodoxa. 

“Es un error trágico”, escribió en 1998 George Kennan, el arquitecto de la política de contención hacia Moscú que imperó durante la Guerra Fría. Poco antes, el Senado estadounidense había avalado la inclusión en la Alianza Atlántica de Polonia, Hungría y la República Checa, los primeros tres países del antiguo Pacto de Varsovia que se integraron en la OTAN. “Creo que los rusos reaccionarán adversamente y afectará a sus políticas. No hay ningún motivo para hacerlo. Nadie está amenazando a nadie”, añadió por entonces Kennan. Algo semejante había expresado Strobe Talbott, subsecretario de Estado con Bill Clinton. “Muchos rusos ven a la OTAN como un vestigio de la Guerra Fría, inherentemente dirigido contra su país. Subrayan que ellos desmantelaron su alianza militar, el Pacto de Varsovia, y preguntan por qué Occidente no hace lo mismo”. 

Expansión hacia el este de la OTAN

La Alianza siguió marchando hacia el este y, como había vaticinado Kennan, los vientos en el Kremlin comenzaron a cambiar tras la llegada de Putin al poder. El antiguo agente del KGB devolvió la nostalgia por la Gran Rusia al primer plano, sazonada de nacionalismo y un renovado militarismo, al tiempo que presentaba el acercamiento de la OTAN a sus fronteras como una “amenaza existencial” para Rusia. Fuera real o imaginada. “La OTAN ha puesto la primera línea de sus fuerzas en nuestras fronteras. Es una seria provocación que reduce el nivel de confianza mutua”, dijo durante la Conferencia de Seguridad de Múnich del 2007. 

Lejos de escucharle, la Alianza dio un año después el que sería su mayor paso en falso, cuyas consecuencias siguen pagándose hoy. En la Cumbre de Bucarest de abril del 2008 abrió la puerta a la integración de Ucrania y Georgia en su organigrama y “acordó que estos países se convertirán en miembros de la OTAN”, según rezaba el comunicado oficial. Las advertencias rusas expresadas hasta entonces por la vía diplomática dejaron paso a las armas. Aquel mes de agosto Putin invadió Georgia con el pretexto de respaldar a las autoproclamadas repúblicas de Abjasia y Osetia del Sur, que quedaron desde entonces como dos territorios tapón entre Tiblisi (proocidental) y la frontera rusa. 

Un farol con graves consecuencias

Quizás lo más lamentable de todo es que el pronunciamiento de Bucarest fue esencialmente un farol, como ha reconocido el exsecretario general de la OTAN Javier Solana. “Se cometió un error en aquella cumbre al caer en la tentación de hablar de manera que parecía que Ucrania y Georgia iban a entrar en la Alianza Atlántica”, dijo recientemente en una entrevista a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, diario que pertenece al mismo grupo que este medio. Aquel proceso de adhesión, casi siempre largo y complejo, no fue a ningún lado. Primero, porque el entonces presidente ucraniano, el prorruso Viktor Yanukovich, lo frenó en seco en 2010. Y segundo, porque la OTAN nunca tuvo demasiado interés por reavivarlo, consciente de los riesgos que implicaba y de la extrema dificultad que hubiera supuesto recabar el respaldo unánime de los 30 socios de la Alianza. 

Aquella mala jugada de póker alimentó la paranoia de Putin o, como mínimo, le sirvió de argumento para justificar su agenda. “Putin no está satisfecho con la arquitectura de seguridad europea, quiere destruir el orden internacional surgido tras el final de la Guerra Fría, y fue deliberadamente a la guerra aun sabiendo que sería complicada y tendría graves consecuencias”, afirma a este diario desde Moscú el analista del Crisis Group, Oleg Ignatov. Sus demandas a EEUU y la OTAN en las semanas que precedieron a la ofensiva dejan poco espacio a las dudas. Entre otras cosas exigía la retirada de las armas y las tropas de la OTAN estacionadas en los países excomunistas y un compromiso de que no habrá nuevas ampliaciones hacia el este. Incluida Ucrania, que en 2017 enmendó su Constitución para reflejar la entrada en la Alianza como un objetivo nacional prioritario.

Lógicamente reacia a negociar a punta de pistola, la Alianza le dio largas. Lo que Putin aprovechó para justificar la invasión, al esgrimir entre otros motivos que Rusia trató durante 30 años de negociar sin éxito con la OTAN un acuerdo sobre la seguridad en Europa mientras la Alianza seguía expandiéndose hacia el este. "La maquinaria de guerra sigue moviéndose y, repito, se está acercando a nuestras fronteras", dijo horas antes del inicio de la invasión.

La neutralidad de Ucrania

Y ahora nuevamente se ha vuelto a la casilla de salida. Mientras las tropas del Kremlin arrasan las ciudades ucranianas, se negocia un alto el fuego que tiene en la neutralidad de Ucrania el punto central de las demandas rusas. O lo que es lo mismo, su adiós para siempre a la OTAN.  

“En 2014, cuando Rusia se anexionó Crimea, Ucrania era formalmente un Estado neutral y no le sirvió de nada”, recuerda Ignatov. “Lo que Moscú entiende por neutralidad es el derecho a influir y manipular la política interior y exterior ucraniana. Eso es lo que busca”. Pero esta guerra ha cambiado muchas cosas. Lazos que entonces existían se han roto. Y es muy discutible esta vez que Kiev y sus aliados vayan a aceptar una neutralidad que desemboque nuevamente en un Estado títere al servicio del Kremlin. 

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