La célebre periodista australiana Cheng Lei, detenida casi dos años atrás, ha sido juzgada el jueves en Pekín por espionaje. El caso junta elementos tan sospechosos y trillados como los cargos vaporosos, las relaciones bilaterales turbulentas y las puertas cerradas del juzgado. Se ignora cuándo se hará pública la sentencia.

Cheng dejó de presentar por sorpresa su programa de finanzas en la televisión pública china en agosto de 2020. La cadena borró su perfil y sus amigos perdieron el contacto. La embajada australiana desveló que estaba siendo sometida a “vigilancia” en un lugar no desvelado y China aclaró que era sospechosa de "poner en peligro la seguridad nacional". Meses después quedó formalizado su arresto por "desvelar secretos de Estado a países extranjeros". Los detalles sobre los cargos son un misterio 19 meses después después y el juicio a puerta cerrada no ha contribuido a desvelarlo.

Los policías uniformados y de paisano han impedido la entrada de periodistas y diplomáticos a la sede judicial en la que ha comparecido la mañana del jueves Cheng. El embajador australiano, Graham Fletcher, ha lamentado que no se sepa aún de qué se la acusa. “Es profundamente preocupante, insatisfactorio y lamentable. No podemos confiar en la validez de un proceso que se desarrolla en secreto”, ha afirmado a las puertas del tribunal. Es costumbre que China blinde sus juzgados en casos relacionados con la seguridad estatal que considera “sensibles”.

Un 1% de absoluciones

La condena se da por descontada en un sistema penal con menos del 1% de absoluciones. Las posibilidades, a partir de ahí, son amplias. La casuística atribuye penas a esos cargos de entre cinco y diez años pero la horquilla se estira hasta la cadena perpetua. Su familia ha negado con vehemencia las acusaciones.

No empujaba el perfil de Chen, trovadora de la excelencia gubernamental, a la sospecha. Nació en China, a los diez años se trasladó a Australia con sus padres y regresó dos décadas atrás para emprender su carrera periodística en el canal en inglés de la televisión pública. Era el rostro del programa de finanzas de referencia. Entrevistaba a ministros y presidentes de las más rutilantes compañías, enfatizaba la exitosa lucha contra la pobreza y se presentaba en Twitter como una “apasionada oradora de la historia china”. No se la conocen disensiones con el mensaje oficial ni más declaraciones sensibles que los lejanos lamentos en una televisión australiana por la censura en China.

Su detención llegó en el marco de las tensiones bilaterales. Canberra sacó al gigante electrónico Huawei de sus redes 5G, aprobó leyes contra lo que percibía como intrusiones chinas y exigió explicaciones sobre el origen de la pandemia. Pekín castigó las exportaciones australianas de vino y carne de vacuno. El clima explica que Australia no cuente por primera vez en más de medio siglo con periodistas en China tras la apresurada salida de los dos últimos el pasado año por recomendación consular. También está detenido Yang Hengjun por espionaje desde 2019, otro ciudadano australiano de etnia china.

No es inédito que a las turbulencias diplomáticas les sigan detenciones de nacionales en China. Los canadienses Michael Kovrig y Michael Spavor fueron arrestados cuando Pekín arremetía contra Otawa por el proceso de extradición sobre Meng Wanzhou, alta ejecutiva de Huawei, y fueron liberados poco después de que esta aterrizara en China.