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Guerra en Europa

Los intereses de Hungría en Ucrania complican la unidad europea frente a Rusia

Las tensiones en torno a la minoría húngara en la región de Transcarpacia han abierto la peor crisis entre los dos países desde el derrumbre de la URSS

Viktor Orbán, el 10 de abril en Budapest, dos días después de ganar las elecciones legislativas de Hungría.

La tortuosa aprobación del sexto paquete de sanciones europeas contra Rusia ha vuelto a poner de manifiesto el poder que ha cobrado Hungría a la hora de moldear la respuesta de la Unión Europea hacia la agresión del Kremlin en Ucrania. Bruselas ha acabado haciendo concesiones para acomodar los intereses de Budapest que, con su amenaza de veto, acabó descafeinando el embargo petrolero integral que ambicionaban la mayoría de líderes comunitarios. El incordio húngaro no es nuevo, pero se ha acentuado durante esta guerra por la sintonía ideológica que su primer ministro, el populista Viktor Orban, mantiene con Vladimir Putin y la dependencia energética de su país con Rusia. Una ecuación a la que habría que añadirle otro elemento: las ambiciones del ultranacionalismo húngaro en Ucrania y las oportunidades que esta guerra podría brindarle.   

Ucrania tiene una pequeña minoría húngara, unas 150.000 personas concentradas en la región occidental de Transcarpacia, donde constituyen el 12% de la población. La región fue parte del Reino de Hungría (y el Imperio Austrohúngaro) hasta 1920, cuando su derrota en la Primera Guerra Mundial se tradujo en la pérdida de dos tercios de su territorio y la mitad de su población, un desmembramiento sellado en el Tratado de Trianón. El trauma sigue vivo en parte de la sociedad húngara y ha servido para que los sucesivos gobiernos en Budapest convirtieran en política de Estado la preservación de la identidad, la cultura o el idioma húngaro entre su diáspora, repartida por varios países del centro y el este de Europa.  

También en Ucrania, un Estado muy garantista respecto a los derechos de sus minorías hasta que Rusia empezó a comerse a bocados su territorio en 2014 con la anexión de Crimea y la revuelta armada en el Donbás. Tres años después, Kiev aprobó una nueva ley educativa. Esa ley permite a las minorías educarse en su lengua materna hasta cuarto de primaria, pero a partir de entonces el ucraniano gana gradualmente peso hasta convertirse en la lengua vehicular en colegios y universidades. “Esos cambios no iban dirigidos contra la minoría húngara, sino que se concibieron para desrusificar la esfera pública, desde la educación a los medios, y afectaron por igual a todas las minorías”, explica Tadeusz Iwanski, analista del Center for Eastern Studies, con sede en Varsovia.  

Desde Budapest, sin embargo, se vio como una afrenta intolerable. El Gobierno de Orban comenzó a denunciar la supuesta opresión de los húngaros ucranianos y el “extremismo” de Kiev, el mismo guion empleado por Putin para justificar muchas de sus acciones en Ucrania, aunque en su caso es la minoría rusa la supuestamente perseguida. Y como medida de represalia, pasó a bloquear el acercamiento de Kiev a la OTAN, hasta el punto de vetar las reuniones ministeriales de la Comisión OTAN-Ucrania.  

Inversiones húngaras en Transcarpacia

El choque de trenes fue a más cuando Budapest nombró a un delegado con rango de ministro para promover el desarrollo en la Transcarpacia ucraniana, donde Hungría ha invertido cientos de millones. No solo eso. También lleva concediendo pasaportes húngaros a los ucranianos de origen magiar desde 2011 y demandado una autonomía para ellos dentro del Estado ucraniano. “Orban está jugando la carta identitaria y nacionalista. Es un juego geopolíticamente peligroso, pero internamente le sirve para presentarse como el guardián de la nación húngara”, afirma Dmytro Tuznankyi, director del Institute for Central European Strategy, quien considera que la relación entre los dos países está en su peor momento desde el derrumbe de la Unión Soviética.  

Y las perspectivas no son las mejores porque el Kremlin parece estar envenenado la disputa. En los últimos años ha habido varios ataques contra centros culturales húngaros en la región y periódicamente corren mensajes donde se llama a “pasar a cuchillo a los húngaros” de Transcarpacia. Mientras Budapest acusa a los extremistas ucranianos de haberlos perpetrado, hay indicios de que podría estar detrás la mano del Kremlin. Un tribunal polaco determinó hace dos años que uno de esos ataques, que acabó incendiando un centro cultural, fue cometido por tres polacos prorrusos de extrema derecha.  

Ambiciones del ultranacionalismo húngaro

“En el universo político húngaro hay algunas figuras que piensan que territorios como Trancarpacia deberían volver a Hungría, pero se concentran principalmente en la extrema derecha. Esas intenciones todavía no han entrado en el mainstream”, asegura Tuznankyi. Una de las pocas encuestas realizadas en la región, concluyó en 2018 que el 81% de sus 1.2 millones de habitantes eran partidarios de seguir formando parte de Ucrania, mientras un 14% sospechaba que las inversiones del Gobierno húngaro en la región podrían esconder la intención de Budapest de apoderarse de ella eventualmente. 

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