Donald Trump sabía que el 6 de enero de 2021 había un buen número de personas armadas hasta los dientes en Washington, pero insistió en que les permitieran asistir a su discurso. “Me importa una puta mierda que tengan armas, no están aquí para hacerme daño a mí”, dijo. “Quitad los putos magnetómetros. Dejad que entre mi gente, pueden ir al Capitolio desde aquí”, clamó, airado porque los controles de seguridad estuvieran limitando el número de asistentes.

Donald Trump quiso ir personalmente al Capitolio tras su intervención, incluso sabiendo que había empezado ya la revuelta, incluso cuando sus asesores legales sabían que debían evitarlo a toda costa porque de hacerlo, como dijo Pat Cipollone, "nos van a imputar todos los delitos imaginables a todos". De hecho se subió en la limusina presidencial para hacerlo. Y cuando su personal le dijo que debían volver a la Casa Blanca por seguridad replicó: “Soy el puto presidente. Llevadme al Capitolio ahora mismo”. Estaba tan furioso que llegó a intentar coger el volante de ‘La bestia’.

Donald Trump no hizo nada cuando estalló la violencia, cuando la turba que había arengado asaltó el Capitolio. Cuando supo que entre los protagonistas de la revuelta se estaba gritando “ahorcad a Mike Pence”, el vicepresidente al que acaba de cuestionar en un tuit por supuesta “falta de coraje” por negarse a seguir una trama que habría impedido la certificación aquel día de la victoria legítima de Joe Biden en las elecciones presidenciales, no quiso hacer nada. Es más, llegó a decir ante uno de sus asesores legales: “Mike lo merece. (Los asaltantes) No están haciendo nada malo”.

Las tres revelaciones se han escuchado este martes en la sexta vista pública celebrada por el comité que investiga el asalto al Capitolio, una sesión que se añadió por sorpresa la víspera y que ha resultado aún más explosiva de lo que se anticipaba. Y la protagonista absoluta de la sesión, la persona que ha hecho el que para algunos historiadores es el testimonio creíble más chocante que se ha escuchado nunca contra un presidente de EEUU en el Congreso, ha sido una mujer de 25 años, Cassidy Hutchinson, que como asistente de Mark Meadows, jefe de gabinete de Trump, tenía acceso privilegiado en la Casa Blanca y fue testigo directo de lo que allí sucedió.

El 'arma humeante'

El testimonio de Hutchinson es, para algunos expertos legales, un “arma humeante” que debería ser suficiente para que el Departamento de Justicia decida presentar contra Trump cargos por “conspiración sediciosa”. Ha dejado otras bombas, como la revelación de que en la Casa Blanca los días anteriores al asalto se habló de la presencia el 6 de enero de grupos organizados extremistas como los Proud Boys y los Oath Keepers.

De momento ha sido, en cualquier caso, un golpe demoledor para el expresidente. También, para aliados cercanos como Meadows, el que fue jefe de Hutchinson, que según ha revelado ella, fue uno de los que buscó perdones presidenciales después del asalto, algo que también hizo el abogado y exalcalde de Nueva York Rudy Giuliani. Meadows, por ejemplo, no pareció preocupado cuando el presidente se aisló el día 6 y desoyó los ruegos de algunos para que urgiera a los asaltantes a abandonar la violencia. Y siguió casi impasible cuando Cipollone, el asesor legal, se plantó en su despacho y le increpó: "Hay que hacer algo o va a morir gente y la sangre va a estar en vuestras putas manos".

Hutchinson ha trazado el retrato de un Trump desatado, fuera de control, que llegó a lanzar un plato de comida contra la pared cuando el fiscal general William Barr dio una entrevista rechazando en público las acusaciones de fraude electoral (algo que Barr también había rechazado directamente ante el presidente). Y su furia y su desconexión alimentaron la posibilidad de que se buscara sacarle de la Casa Blanca apelando a la 25 enmienda, uno de los pocos factores que le llevó a aceptar grabar un vídeo el 7 de enero (en ese mensaje le convencieron de que no incluyera una mención al potencial perdón para los asaltantes, pero se negó a hablar de imputarles).