Rusia vive una confrontación política total con Occidente. La OTAN va a realizar el mayor despliegue de fuerzas desde la Guerra Fría en los países con los que comparte frontera. Hay ya 100.000 soldados estadounidenses en Europa. Hasta 300.000 de los países aliados estarán listos para combatir si es necesario. El Gobierno del Kremlin y su élite económica prácticamente no pueden viajar por las sanciones, y parte de sus bienes han sido requisados. El país se ha convertido en un paria internacional. Se le boicotea en la cultura o en el deporte. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha puesto en palabras lo que otros piensan: que Vladímir Putin debe ser depuesto. Esta hostilidad total, que comenzó con la anexión rusa de Crimea y la primera guerra del Donbás de 2014, se ha consumado con la invasión de Ucrania hace ya casi cinco meses. 

Pero no siempre ha sido así en la historia reciente. De hecho, hubo unos años en los que la OTAN y Rusia supuestamente trabajaban juntas para crear algo parecido a un entorno de confianza. “El período de mayor optimismo fue el de la presidencia de Dmitri Medvédev [2008-2012]”, explica a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, diario que pertenece al mismo grupo que este medio, Nick Witney, analista senior del ECFR Londres. “Él parecía más receptivo que Vladímir Putin a las propuestas de la Alianza, y empezó a hablar de una nueva estructura de seguridad para Europa”. 

La propia Alianza tiene un misterioso organismo, llamado Consejo OTAN-Rusia, que se creó en 2002 en ese contexto de cierta proximidad con Moscú tras la caída del telón de acero y el final de la Guerra Fría en los noventa. Hablaban en ese Consejo los representantes militares de la Alianza y los enviados de Moscú de casi todo. Había un grupo de trabajo sobre “control cooperativo del espacio aéreo” y otro sobre “defensa con misiles”. También un “comité preparatorio para la creación de un fondo para el entrenamiento y mantenimiento de helicópteros”. Se discutía sobre las amenazas terroristas en la zona euroatlántica. Se hablaba, por supuesto, de desarme nuclear. En el punto álgido de la Guerra Fría llegó a haber unas 60.000 ojivas nucleares entre Estados Unidos y la Unión Soviética. A principios de este siglo, y tras los acuerdos entre Washington y Moscú, la cifra cayó hasta las actuales 5.000, aproximadamente. Ahora todo ese trabajo común parece un anacronismo. 

“El Consejo OTAN-Rusia todavía existe como formato”, asegura un funcionario de la Alianza a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, diario que pertenece al mismo grupo que este medio. “La última vez que se reunió fue el 12 de enero de 2022”. La organización ha declinado responder a este diario si hay aún personal trabajando en ese organismo o si a través de él se pueden llevar a cabo contactos oficiales o extraoficiales con Moscú. Solo añaden: “Seguimos pidiendo a Rusia que termine su brutal invasión de Ucrania”. 

Rusia no era una amenaza

Por lo demás, se refiere el funcionario a la página web del Consejo OTAN-Rusia. En realidad, apunta una subsección dentro de la página general de la OTAN, que ahora está dedicada a desmentir bulos propagados por el Kremlin. Pero existe otra web, desatendida ya, que estaba dedicada en exclusiva a la relación entre la alianza militar y Rusia. Navegarla es un viaje a un pasado reciente en el que la Federación Rusa no parecía la amenaza militar que es hoy. Los vídeos y las fotos han desaparecido. Hay, eso sí, una nota sobre el objetivo fundacional. “No hay prácticamente ningún día en el que el Consejo OTAN-Rusia no se reúna a uno u otro nivel, lo que nos sitúa en un nivel de contactos y consultas informales de una intensidad sin precedentes”, se lee. “Y todo en una atmósfera amistosa y de trabajo”. 

En la cumbre de la OTAN de Madrid “no se ha replanteado el Consejo OTAN-Rusia”, asegura a este periódico otro funcionario de la organización. En la gran cita de la capital del pasado miércoles y jueves se plasmó negro sobre blanco, de hecho, la ruptura total con Moscú. 

“La Federación Rusa es la amenaza más directa e importante para la seguridad, la paz y la estabilidad en la zona euroatlántica”, se lee en el Concepto Estratégico de Madrid que fija la postura de los 30 países aliados para la próxima década. Busca establecer “esferas de influencia” y el control directo de los países usando “la coerción, la subversión, la agresión y la anexión”. Y ello usando métodos convencionales, cibernéticos e híbridos. Todo, afirman los 30 países aliados, mientras “moderniza sus fuerzas nucleares y expande sus novedosos y disruptivos sistemas duales [capaces de transportar armas nucleares o convencionales] y manda señales amenazantes sobre el uso de armas nucleares”.

Cuando Medvédev iba invitado a las cumbres

La historia de Rusia (y el resto de los países que luego formaron parte con ella de la Unión Soviética) fue una de las más duras y crudas del siglo XX. Revoluciones, matanzas, una dictadura férrea, terribles hambrunas o los intentos de invasión alemana dejaron decenas de millones de civiles muertos. 

Con la entrada del XXI y la llegada al poder de Vladímir Putin, hubo cierta esperanza en Occidente. Aunque era un líder autoritario, en los primeros años se rodeaba de reformistas. Estuvo ocho años de presidente, entre 2000 y 2008. Cumplido el máximo legal, se convirtió temporalmente en primer ministro. Cuatro años en los que pasó la presidencia a Dmitri Medvédev, aunque para la mayoría de los analistas Putin seguía mandando. Tras su vuelta a la presidencia en 2012, algo había cambiado, según ha explicado a este diario el “putinólogo” estadounidense Steven Lee Myers. Era más autoritario, conservador y nacionalista. 

El presidente de Estados Unidos, George W. Bush habla con su homólogo ruso Vladimir Putin el 22 de noviembre de 2022. Bush aseguró entonces a un excéptico Putin que la expansión de la OTAN hacia el este no suponía ningún riesgo para Moscú. LARRY DOWNING

El 27 de mayo de 1997 se había firmado el Acta Fundacional sobre las Relaciones de Cooperación y Seguridad Mutuas entre la OTAN y la Federación Rusa. Durante unos años hubo intercambios, cooperación y desarme. Hubo momentos mejores y peores. El más bajo, tras la invasión rusa de Georgia de 2008, que según Moscú había sido provocada por la OTAN y, según Washington, había supuesto el inicio de un camino de Rusia hacia el aislamiento internacional. Pero se hablaba.

En 2010, tras una reunión con su homólogo francés Nicolás Sarkozy y la canciller Angela Merkel, Medvédev aceptó acudir a la cumbre de la organización en Lisboa. Y no como un mero invitado. Se iba a tratar del escudo antimisiles que la Alianza iba a desplegar en EuropaSe había invitado a Moscú a participar en él, y se estaba entrando en los detalles. "Estamos analizando la idea, pero antes la propia OTAN debe ponerse de acuerdo sobre cómo quiere que participe Rusia, qué va a aportar, cómo se puede llegar a un acuerdo y cómo seguir adelante", dijo el entonces presidente. Hoy, 12 años después, Medvédev amenaza con una tercera guerra mundial si a la OTAN se le ocurre atacar Crimea. 

“Hay una historia de tres décadas en la que la OTAN ha tratado de encontrar formas institucionales de ayudar a Rusia a aceptar la pérdida de su imperio, porque Occidente aún lo percibía como una gran potencia; pero Rusia nunca entró en el juego del todo”, dice Nick Witney. Con Medvédev fue el período más optimista, pero aún así “la OTAN no se terminaba de fiar”. El entonces presidente ruso no ofrecía detalles sobre sus planes, y la organización temía que su idea estratégica se centrara en las llamadas “esferas de influencia”, dice el analista. Este concepto es el que se ha plasmado con la invasión rusa de Ucrania: una zona antiguamente controlada desde Moscú debía, en la visión rusa de las cosas, seguir bajo su área de influencia. “Así que la idea quedó en agua de borrajas, y luego Putin volvió a la presidencia…”, concluye.

En su Concepto Estratégico alumbrado en Madrid, la OTAN deja una puerta entreabierta, al menos en las palabras. “No podemos considerar a la Federación Rusa como nuestro socio. Sin embargo, seguimos dispuestos a mantener abiertos los canales de comunicación con Moscú para mitigar los riesgos, prevenir una escalada y aumentar la transparencia”. Y añade: “Cualquier cambio en nuestra relación depende de que la Federación Rusa detenga su comportamiento agresivo y respete la legislación internacional”.