De “profunda y sincera” han calificado las partes la última charla de Joe Biden y Xi Jinping. La misma fórmula que utilizaron para las cuatro precedentes certifica el bucle: sube la temperatura y los presidentes de Estados Unidos y China descuelgan el teléfono antes del punto ebullición. Los pleitos son numerosos entre las dos potencias que se discuten la hegemonía global pero nada les separa más estos días que la percepción estadounidense de que Pekín apoya a Rusia y la china de que Washington coquetea con Taiwán.

La prensa china ha recuperado el sosiego esta mañana tras una semana encadenando editoriales inflamados por el probable viaje de la congresista Nancy Pelosi a la isla. El diario Global Times, el más ultranacionalista, aplaudía hoy que los presidentes conserven sus líneas s de comunicación en contraste con los últimos meses de Donald Trump. También dejaba algunos recados a Washington: los problemas nacen en la disonancia entre sus palabras bienintencionadas y sus acciones hostiles, recordando que Estados Unidos apadrinaba una conferencia con representantes militares de 26 países del Pacífico en Australia el mismo día de la charla presidencial, y le acusaba de “movimientos radicales” en Taiwán. Nadie duda de que la tregua será efímera.

No ha rebajado Biden las conexiones de Trump con Taiwán. Han seguido las ventas periódicas de armas y las visitas de funcionarios. Desde Pekín se alerta de una tendencia inquietante. La colaboración militar ha abandonado el disimulo y algunas declaraciones cruzan las líneas rojas que antes se respetaban. Tres veces en un año, tres, ha afirmado Biden que acudirá al auxilio de Taiwán si es atacada por China. El compromiso es inédito porque el Acta de Relaciones con Taiwán de 1979 contempla la gaseosa declaración de que Washington le suministrará los medios para defenderse. Si eso implica la intervención militar es algo que ningún presidente estadounidense ha aclarado en cuatro décadas. Y tres veces en un año, tres, ha salido el equipo de prensa de la Casa Blanca para corregir a su presidente, responsabilizar a la prensa de malinterpretar sus palabras y sentar la vigencia de la “ambigüedad estratégica”.

Desconfianza de Biden

Los pertinaces errores en una cuestión básica de la política internacional permiten un par de lecturas: Estados Unidos cuenta con el presidente más torpe de su Historia o con el más cínico. En China se decantan por lo segundo. Un célebre analista sostenía esta semana, tras afirmar Biden que el viaje de Pelosi “no era una buena idea”, que es inverosímil que la segunda actúe por libre. La discrepancia, aseguraba, respondía a la táctica del “poli bueno, poli malo”.

La salud de las relaciones a corto plazo dependerá del viaje de Pelosi. La prensa estadounidense lo anunció semanas atrás pero la presidenta de la Cámara de Representantes ha rehusado confirmarlo aludiendo a motivos de seguridad.

China ha reaccionado con la acostumbrada indignación, promesas de respuestas contundentes que no ha concretado e incluso la amenaza de una acción militar. Las conjeturas más extremas consisten en que cazas chinos vuelen cerca del aparato estadounidense en algún tramo, se adentren en el espacio aéreo taiwanés o fuercen su aterrizaje en suelo continental. Serían maniobras inéditas que dispararían sin remedio la tensión así que no es descartable que Pekín se conforme con otra ruidosa pataleta.

La visita de Pelosi no será, en todo caso, más que otro episodio de una dinámica hostil solidificada. Las leyes de castigo aprobadas en el Congreso por republicanos y demócratas y el convencimiento de que sólo las formas separan a Trump de Biden la convencieron de que integra la nueva normalidad. Sus estrategias económicas, basadas más en el autoconsumo que en las exportaciones, ya contemplan un escenario internacional más hostil. Aquellas mediáticas guerras comerciales y tecnológicas emprendidas por Trump son inocuas en contraste con las injerencias en Taiwán, un asunto que China considera sagrado, y que frustran cualquier optimismo sobre la sintonía de las dos superpotencias.