Estados Unidos llegó a poner precio a su cabeza tras liderar la insurgencia chií contra la ocupación norteamericana de Irak. Irán vio cómo daba la espalda a su patronazgo para convertirse con el tiempo en el principal obstáculo a su dominación del país. Y para muchos iraquís es el hombre que mantiene paralizada la vida política de Irak con la ayuda inestimable de sus rivales chiís. Pocas figuras generan tanta devoción y odios en Oriente Próximo como el clérigo Muqtada al Sadr, posiblemente el hombre más influyente de Irak. Sus seguidores tomaron el lunes la sede del Gobierno iraquí horas después de que Al Sadr anunciara su retirada de la política y el cierre del grueso de las instituciones levantadas por su movimiento, una protesta que ha dejado más de una treintena de muertos y ha vuelto a poner a Iraq al borde de un nuevo estallido violento. 

Nacido en la ciudad santa de Nayaf hace 48 años e hijo del que fuera Gran Ayatolá de Irak hasta que Saddam Hussein ordenara su asesinato en 1999, Al Sadr lidera un movimiento político con millones de seguidores entre los estratos más pobres y urbanos de la comunidad chií. Un poderoso movimiento de base respaldado por las armas de las milicias del Ejército de Mehdi, creadas tras la invasión estadounidense de Irak en 2003 y rebautizadas ahora como “Brigadas de la Paz”. En el turbulento tablero político iraquí, Al Sadr ha tratado de erigirse como el ‘outsider’ populista dispuesto a regenerar el país liberándolo de sus élites tradicionales, su corrupción endémica y la dominación foránea, tanto de Irán como de EEUU

Fuerza política más votada 

En las elecciones parlamentarias de 2018 como las del 2021 su movimiento fue el más votado, pero ninguno de los comicios le sirvió para tomar formalmente el poder. Tras varios meses de infructuosas negociaciones para formar gobierno junto a las fuerzas sunís y kurdas, a la postre trabadas por sus rivales proiraníes del Marco de Coordinación liderado por el ex primer ministro chií Nuri Al Maliki, ordenó en junio a sus legisladores que dimitieran en masa y llamó a sus seguidores a tomar las calles para reclamar nuevas elecciones. La desbandada sadrista despejó fugazmente el camino para que sus rivales chiís tomaran las riendas del Gobierno, una posibilidad que Al Sadr intentó abortar con el asalto al Parlamento de sus seguidores a finales de julio. 

El resultado han sido 10 meses de parálisis política, con sentadas, protestas y altercados. Turbulencias que se recrudecieron el lunes con el asalto sadrista a la sede del Gobierno interino y los enfrentamientos que siguieron con las fuerzas de seguridad iraquís y las milicias proiraníes después de que Al Sadr anunciara su retirada de la política. Un anuncio que la mayoría de analistas describen como un movimiento táctico, ya que no es la primera vez que el clérigo chií dice abandonar la política o anuncia la disolución de sus milicias, grandes gestos después revocados. “Tiene una misión y tiene un plan y cree que ha encontrado la forma de precipitar un régimen distinto en el que será la fuerza dominante”, opina el director del Iraq Advisory Council, Farhad Alaadin. 

Por el momento, Al Sadr mantiene todo el poder de sus bases para seguir condicionando el curso de la política iraquí, unas bases a las que pidió el martes que se retirasen del palacio que alberga la oficina del primer ministro. "La revolución que ha sido manchada por la sangre no es una revolución", afirmó tras condenar la violencia de las últimas horas. “Pido disculpas al pueblo iraquí, que es el único perjudicado por lo que está ocurriendo”, añadió en un breve discurso desde Nayaf