China y Rusia asumirán su "responsabilidad como grandes potencias para desempeñar su liderazgo" y ofrecer "estabilidad y energía positiva a un mundo sumido en el caos". Así lo manifestaron este jueves Xi Jinping y Vladímir Putin tras la primera reunión desde que el segundo enviara los tanques a Ucrania. En Samarcanda, ciudad uzbeka de resonancias míticas, se medía el alcance de aquella anunciada amistad sinorusa sin límites que amenazaba al mundo libre. El balance tranquiliza porque no hay mucho más que pirotecnia semántica por más fiero que pinten al monstruo de dos cabezas. Moscú tampoco recibió en sus horas más bajas de Pekín más que otro masaje diplomático, tan mediático como estéril frente a la contraofensiva ucraniana que le recupera hectáreas a diario.

Digerida ya por Moscú la certeza de que no contará con una sola bala china en el campo de batalla, Putin alabó la "equilibrada postura" de Pekín en la crisis ucraniana. Sin embargo, añadió un comentario que algunos expertos interpretan como una prueba de las fricciones entre ambos países a cuenta de la guerra: el presidente ruso afirmó que comprendía la "inquietud" de Xi y que procedería a explicarle su postura. La guerra es una tragedia geopolítica para Pekín: ha resucitado a la OTAN, alineado a Europa con la hostilidad estadounidense y obligado a su diplomacia a unos equilibrios imposibles. Comparten Pekín y Moscú su anhelo por un mundo multilateral que jubile la hegemonía estadounidense y el hartazgo por la acción de las organizaciones militares apadrinadas por Washington en sus patios traseros. Hay química entre Xi y Putin, que rozan la cuarentena de reuniones y se regalan piropos, mientras el hambre energética de China y los recursos rusos acercan sus economías. Pero de esas sintonías al frente militar media un océano.

Vínculos sinorusos

Putin y Xi se encontraron en los arcenes de la Organización de Cooperación de Shanghái, que también incluye a India, Pakistán y cuatro repúblicas centroasiáticas. Nació como un ambicioso contrapeso asiático a la OTAN pero la ausencia de compromisos militares concretos y los pleitos históricos entre sus miembros han lastrado su progreso. Algunos lo desdeñan como un irrelevante club de dictadores. La cumbre en Samarcanda brindó la oportunidad a Putin de desmentir su condición de paria global y para Xi supuso el primer viaje oficial desde que surgiera el coronavirus.

Los vínculos sinorusos parecieron atornillarse en aquella cumbre de Xi y Putin en las vísperas de los Juegos Olímpicos de invierno de Pekín. El documento de 5.300 palabras que proclamaba una amistad sin límites ni áreas prohibidas a la cooperación fue recibido como la confirmación de una alianza autocrática contra las democracias occidentales. Tres semanas después, cuando empezó la guerra en Ucrania, la alianza se dio por descontada.

Amistad limitada

La realidad subraya la distancia entre las palabras y los hechos. El pragmatismo chino contempla muchos límites y áreas prohibidas. La colaboración militar, por ejemplo, es una anatema para Pekín, ajena a la guerra en el último medio siglo y sin ganas de romper la racha contra la OTAN. Ha exhibido una escrupulosa neutralidad desde el inicio, tan cercana a Moscú como a Kiev, responsabilizando del conflicto a la expansión de la OTAN pero aclarando que todas las soberanías, también la ucraniana, merecen respeto. Pekín ha lamentado la indisimulada voluntad estadounidense de pintarla más cerca de Moscú de lo que está, con anuncios de inminentes auxilios militares y otras tácticas arteras. China ha insistido en que no es un aliado de Rusia sino un socio estratégico y ha extremado el cuidado para evitar malentendidos. Negó los repuestos a la aviación civil rusa tras el portazo de Boeing y Airbus, habló de "guerra" en lugar de "operación especial" y sus gigantes tecnológicos han huido del mercado ruso por miedo a las sanciones internacionales. No encuentra Rusia más auxilio chino que las compras de crudo, poco denunciables porque Europa lo compra también, y el reciente acuerdo de pagarlas en yuanes y rublos.

Son fruslerías para esa presunta "amistad ilimitada". Fuentes diplomáticas europeas sugieren que China compensa con su ardoroso apoyo diplomático la ausencia de ayuda material. No es una cuestión menor para Moscú porque frustra el aislamiento que vende Occidente pero es dudoso que colme sus aspiraciones. Incluso Putin deslizó cierto desazón la pasada semana refiriéndose a las largas negociaciones por la construcción de un gasoducto que conecte las reservas siberianas con China. "Nuestros amigos chinos son negociadores duros", lamentó. "Es natural que se muevan sólo por sus intereses nacionales porque es la única vía de actuar", añadió. Le bastó una frase a Putin para resumir la actitud china en Ucrania.