Japón ha despedido a su más rutilante primer ministro con el más incómodo funeral de Estado. Cuando Shinzo Abe murió tiroteado en julio no pareció una mala idea brindarle ese honor a un líder único pero el gasto exorbitante de las exequias y el creciente escándalo de los vínculos de su partido con una oscura iglesia han enturbiado el clima. Fue Abe una figura divisoria y controvertida en vida y, agotado el duelo, lo es también muerto.

Las encuestas indican que más del 60 % de los japoneses se oponen al funeral de Estado, un anciano se quemó a lo bonzo el miércoles frente a la oficina del primer ministro tras dejar una nota de protesta y un grupo de abogados progresistas impugnaron la celebración en los tribunales. Incomoda una factura que ha crecido desde los previstos 250 millones de yenes (1,75 millones de euros) a los 2.800 millones de yenes (unos 20 millones de euros) y se piensa en los deberes pendientes del país en igualdad social. Incomoda también la decisión unilateral del Gobierno de Fumio Kishida, que otorgó un funeral de Estado a un primer ministro tras más de 55 años, apelando a los logros del finado, con la indisimulada intención de contentar a los sectores más duros del partido y sin consultar al pueblo. E incomoda, finalmente, Abe.

Vínculos con la Iglesia de la Unificación

En la esfera internacional se le admira como un líder corajudo y volcado en la gobernanza global. La presencia en Tokio de la vicepresidenta estadounidense, Kamala Harris, o el presidente francés, Emmanuel Macron, entre otros 190 dignatarios extranjeros, confirma su huella. Su figura en el país ofrece más sombras. Dotó de solidez a un cargo tras media docena de efímeros y pusilánimes primeros ministros que no atacaron los problemas enquistados pero muchos asocian sus ocho años de Gobierno a las corruptelas y el nepotismo, el regreso de la industria nuclear tras el drama de Fukushima o sus embates contra la ejemplar constitución pacifista para alinearla a la pulsión militarista de Washington. El balance ya les salía negativo a muchos antes de que empezaran a amontonarse noticias de los vínculos del Partido Liberal Democrático (PLD) con la Iglesia de la Unificación.

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El funeral de estado de Shinzo Abe, en imágenes Agencias

La prensa ha alumbrado el asunto desde que Tetsuya Yamagami aludiera a la secta del reverendo Moon como el motivo por el que descerrajó dos tiros a Abe durante un acto electoral. Explicó Yamagami que había alimentado su odio durante dos décadas tras la ruina familiar que causaron las donaciones de un millón de euros de su madre a la iglesia. Ahí se fue todo: la vivienda, las tierras y el futuro de Yamagami, que hubo de abandonar la universidad y se planteó el suicidio para que sus hermanos cobraran su seguro de vida.

No existen evidencias de que Abe perteneciera a la iglesia. Lo más sólido es un mensaje por videoconferencia a un grupo de afiliados del pasado año en el que aplaude su defensa de los valores familiares. Son más claros los vínculos de su abuelo y exprimer ministro, Kishi Nobusuke, quien abrió la puerta al grupo de culto fundado en Corea del Sur. Aquella iglesia ha enraizado en la élite japonesa. Casi la mitad de los 379 miembros del PLD en el Parlamento han admitido en las últimas semanas sus lazos con ella, según la prensa local, que alumbra al fin un ángulo muerto de la escena política nacional.

Estructuras de poder inalterables

El credo de la iglesia (una amalgama de anticomunismo, apego a la tradición y alergia al matrimonio gay) coincide con los sectores conservadores del PLD, así que la primera moviliza a los votantes hacia la segunda a cambio de influencia. De eso no había dudas; lo que se debate ahora es de cuánta disfruta en la dirección del país y, especialmente, en sus políticas sociales. En esa aleación ven muchos japoneses el corolario de unas estructuras de poder inalterables (los progresistas sólo han disfrutado de un mandato desde la Segunda Guerra Mundial) que empuja a la sumisión. Y ante ese cuadro juzgan muchos que se reveló Yamagami, revestido de un halo de héroe romántico, que recibe regalos en la cárcel en cantidades industriales y pronto verá su vida representada en una película comprensiva con su crimen. La división social explica que magnicida y presidente hayan intercambiado sus roles de héroe y villano tres meses después.

El tsunami ha hundido la aceptación popular de Kishida hasta el 36 %. Estos días está atareado en salvar los muebles: Ha negado relaciones personales con la iglesia, obligado a las filas a romper las suyas e instalado una línea telefónica para ayudar a las víctimas de su proselitismo depredador.