Del congreso del Partido Comunista de China, justificadamente desdeñado como insulso y previsible, brotó un momento para la posteridad. Fue minutos antes de la rutinaria votación de los miles de delegados a las propuestas: un bedel del Gran Palacio del Pueblo expulsó de la sala al expresidente, Hu Jintao. La sorpresa estimuló las especulaciones. Quizá fuera una súbita indisposición o quizá la escenificación de una purga. Ambas suenan inverosímiles pero no hay más por el momento. 

La escena fue amplificada por las cámaras de los periodistas que acababan de entrar en el hemiciclo. Un bedel le pide que se levante a Hu, sentado a la zurda del presidente, Xi Jinping. Hu parece sorprendido, o quizás desorientado, y se resiste durante unos tensos segundos antes de enfilar la puerta de salida. Cruza unas palabras con Xi y después coloca cariñosamente la mano sobre el primer ministro, Li Keqiang, su protegido político y minimizado por el tsunami presidencial. 

A favor de la teoría del súbito problema de salud juegan sus 79 años y el preocupante estado que ha mostrado en este congreso. Había desaparecido de la escena pública y esta semana se le ha visto envejecido, desorientado y ausente. Quizá el partido quiso evitar un desfallecimiento durante la clausura, pero surge la duda de por qué esperó a la entrada de las cámaras para evacuarlo.

La teoría de la purga junta varios elementos irracionales. Esa escena que remite a El Padrino no ayuda a Xi ni a un país que insiste en regirse por el imperio de la ley. La condena de Zhou Yongkang, el primer miembro del Comité Permanente en ser investigado por corrupción, exigió que Xi pidiera el visto bueno de sus dos predecesores y un proceso de meses en el que fueron interrogados 300 de sus acólitos.

Las intepretaciones

¿Qué exigiría tumbar a un expresidente? ¿Era necesario liquidar a un líder jubilado, de salud quebradiza y menguadísima influencia? A favor, en cambio, juegan los términos ofensivos que dedicó Xi a su década en el poder durante la apertura del Congreso: “Demasiado formalismo, desarrollo desigual e insostenible, culto al dinero, individualismo, nihilismo…”. 

“Si fuera una purga supondría la liquidación de los tuanpai (La Liga Juvenil del partido, la facción que lidera Hu). Lo certificaremos mañana si no entra Hu Chunghua en el Comité Permanente y es preocupante que esté ya descartado Wang Yang, que por edad podría entrar. Y si esa liquidación se ha producido, no es descartable una reacción virulenta de Hu Jintao”, señala Xulio Ríos, exdirector del Observatorio de Política China.  

De la jornada, antes del epatante desalojo, se esperaba que diera pistas sobre la presentación del nuevo Comité Permanente, presumiblemente de siete miembros, que serán elegidos junto a los 25 del Politburó por los 200 del Comité Central. De la lista de este ya se pueden extraer conclusiones. Faltarán, como ya se esperaba, Li Zhangshu y Han Zheng, que han alcanzado la edad oficiosa de jubilación. Y faltarán a pesar de no haberla alcanzado Li Keqiang, primer ministro, y Wang Yang, su presunto sucesor. Para el primero, que surgió en la élite junto a Xi, supondrá su salida absoluta. Las cuatro vacantes dejan un amplio margen de actuación a Xi para moldear el mayor órgano de poder a su antojo y llenarlo de fieles.  

La sesión ha regresado a lo previsible tras la marcha de Hu. Los 2.300 delegados han aprobado por unanimidad las enmiendas constitucionales que refuerzan el rol nuclear de Xi en el partido y asienta su teoría como guía. También ha sido incluida en la Constitución la oposición del Partido a la independencia de Taiwán.