Se jacta Silvio Berlusconi de que ha retomado su amistad con Vladímir Putin. Según el ex primer ministro italiano, el presidente ruso le ha regalado 20 botellas de vodka por su 86 cumpleaños y le ha enviado una “carta amabilísima”. Él le ha respondido con el envío de una caja de vino italiano lambrusco. Se ha sabido por unos audios filtrados, en los que Berlusconi carga también contra el líder ucraniano, Volodímir Zelenski. Dice que él ha causado la invasión rusa de Ucrania. 

La actitud sorprende poco en un político con un historial polémico y al que persiguen decenas de casos judiciales por corrupción o prostitución de menores. Pero su cercanía con el líder ruso, con quien ya mantenía una buena relación durante sus años de primer ministro, ha supuesto un problema grave para la formación de un Ejecutivo en Italia. Tras conocerse los audios, la nueva primera ministra, Giorgia Meloni, lanzó un ultimátum a sus dos socios, Matteo Salvini (admirador de Putin) y el propio Silvio Berlusconi: solo formará un Gobierno tripartito (Hermanos de Italia, Liga y Forza Italia) si sus ministros apoyan claramente la posición europea y de la OTAN de ayudar a Kiev. Ambos se han tragado el sapo y han llegado a un acuerdo. Meloni ha recibido el encargo del presidente italiano para formar un Ejecutivo. Pero el tema promete ser un estresante para la coalición en un país acostumbrado a gobiernos inestables, que caen cada año y medio. Y una traba para la unidad que han mostrado los socios europeos ante el desafío ruso. 

“Britaly”

La inestabilidad en la tercera economía de la eurozona ha quedado eclipsada esta semana por la del antiguo socio de la UE, Reino Unido. La renuncia de Liz Truss, tercera primera ministra británica en cinco años, ha atemorizado a las cancillerías europeas en pleno pulso con Rusia. Londres es el país europeo que con más dinero y ayuda militar ha respaldado a Ucrania. Pero, sobre todo, es una capital financiera de primer orden en un momento económico global lleno de nubarrones que amenazan con descargar sobre las clases trabajadoras del viejo continente. 

Truss dimitió este jueves tan solo unas horas después de asegurar que no lo haría porque era, había dicho, una “luchadora, y no una persona que abandona”. Solo 45 días de gobierno y dos ministros de Economía para enmendar una decisión impulsiva y mal explicada: una bajada de impuestos drástica para todas las rentas, altas y bajas, sin hacer recorte alguno de gasto. “Tratábamos de generar crecimiento”, dijo el embajador británico Hugh Elliott a este diario hace una semana, “pero quizá no lo explicamos bien”. 

Compró Truss un argumento que ya se ha demostrado falso: que una bajada de impuestos mantiene e incluso incrementa los ingresos. El presidente estadounidense Ronald Reagan lo intentó, apoyado en un estudio académico (la curva de Laffer) que se mostró erróneo: los ingresos se desplomaron y el déficit público se replicó. Los mercados temieron que Reino Unido cayera en la misma trampa cuatro décadas después.

La libra se hundió, las bolsas temblaron, ella expulsó al ministro ideólogo del macro-recorte fiscal y puso a otro que tomó una dirección diametralmente opuesta. Pero era tarde y la presión, insoportable. Ahora, la sexta economía del mundo y sus 67 millones de habitantes esperan al siguiente capítulo del serial político (las fiestas covid de Boris Johnson, la herida aún no cicatrizada de la Unión Europea, los rifirrafes en el Parlamento). El partido conservador se niega a convocar elecciones, y Reino Unido previsiblemente volverá a tener un primer ministro no elegido por la mayoría, que tendrá que lidiar con una situación en la calle cada vez más tensa, la misma que en el resto de países: la trampa económica de precios altos y crecimiento bajo. El fantasma de la estanflación.

“Lo que nos afecta a los europeos de a pie es el precio de las fuentes energéticas (petróleo, gas, electricidad) y la inflación (conectada con lo anterior, pero también de la alimentación). A esto se le ha sumado un factor agravante, que es el conflicto entre Rusia y Ucrania, o quizá más bien de Rusia con Europa y Occidente”, interpreta para EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, del grupo Prensa Ibérica, Frédéric Mertens de Wilmars, profesor de relaciones internacionales en la Universidad Europea de Valencia. “Pero hay que decir que todos esos factores son preexistentes al conflicto de Ucrania, una guerra que muchos gobiernos han usado para justificar la subida de precios, la congelación salarial o, en Francia, aplazamiento de la edad de jubilación”.

Si las crisis políticas británica e italiana son palmarias ("Bienvenidos a Britaly": un país de inestabilidad política, bajo crecimiento y sumiso a los mercados de bonos", ha escrito la revista británica 'The Economist' junto a una foto de Truss con pizza y espaguetis), la francesa está más soterrada pero no es menos importante. 

Francia

Emmanuel Macron se ha visto obligado a forzar la aprobación de los presupuestos de 2023 saltándose a la Asamblea Nacional, donde carece de mayoría absoluta, lo que expone al Ejecutivo a una moción de censura. En las calles, mientras, se enfrenta a huelgas a mansalva y escenas (puntuales) de peleas en París por llenar el depósito de gasolina que algunos han asociado, exageradamente, con la película posapocalíptica de Mad Max y a otros les ha traído recuerdos, más atinadamente, de la crisis del petróleo de los setenta. Lo que entonces fue un embargo petrolero de los países productores de petróleo como castigo a los que habían apoyado a Israel en la guerra del Yon Kipur, y terminó con escenas de racionamiento y largas colas en las gasolineras de Estados Unidos, ahora es un corte casi total del gas ruso por las sanciones al régimen del Kremlin. 

Hay más países forman parte de esta “situación fea del mundo”, en palabras de un diputado alemán a este diario. Suecia, por ejemplo, “que ha sido un terremoto para mucha gente porque ha pasado de país modélico de la socialdemocracia a tener a la extrema” como segundo partido más votado y condicionando el Gobierno, opina Mertens de Wilmarsdice.

Todo esto produce regocijo en el Kremlin. “Adiós Liz Truss, hola lechuga”, escribió en Twitter el locuaz expresidente ruso Dimitri Medvedev tras la dimisión de la política conservadora. “Hablar del declive de Occidente forma parte ya del argumentario del Kremlin desde hace tiempo”, explica a este diario Carme Colomina, investigadora principal de CIDOB. “Lo de Medvedev es un ejemplo más. Pero no creo que la inestabilidad europea suponga realmente un cambio a mejor para ellos”. 

De momento, solo dos de los grandes países del viejo continente, España y Alemania, tienen gobiernos estables por el momento, ambos de coalición. Madrid y Berlín viven algo parecido a un romance diplomático, que se plasma en las cumbres bilaterales y los mensajes de apoyo mutuo. 

Apunta Colomina que no es solo la tensión que viven Italia o Reino, o las protestas en Francia o en Alemania (donde moviliza en las calles el partido ultraderechista Alternativa por Alemania). También se ve en Bruselas, con disensiones para intentar rebajar los costes de la energía que se están viviendo en los últimos meses. “El crecimiento global se desacelera y en cambio la incertidumbre política crece: de la gestión de este otoño dependerá cuán frío será el invierno”, concluye.