Protestas

China y el iPhone 14: así afectará al mundo el fin del cerrojazo por el "covid cero"

El régimen chino ya ha cambiado el tono del relato científico y califica a Ómicron como leve para poder levantar restricciones

Activistas del Congreso de Juventud Tibetano portan carteles blancos para solidarizarse con las protestas en China.

Activistas del Congreso de Juventud Tibetano portan carteles blancos para solidarizarse con las protestas en China.

Mario Saavedra

Nunca una revuelta popular produjo un cambio tan rápido en la evidencia científica, dicen con sorna expatriados españoles en China. El jueves se desayunaron con artículos en la prensa oficial del régimen que pintaban el covid como una enfermedad leve, después de dos años alertando sobre las mortales consecuencias del virus.

“Exclusiva: un equipo de científicos chinos demuestran que la patogenicidad de la variante Ómicron ha decrecido dramáticamente comparada con la versión original del virus y otras variantes”, se leía en el Global Times. El artículo ha circulado entre los observadores del país como prueba fehaciente de que el régimen ha decidido cambiar el rumbo y relajar las restricciones, tras las protestas de los últimos días contra la estrategia de “covid cero”, que implica limitaciones a la vida diaria y un alto coste económico. 

Para no “perder cara”, la expresión que quiere decir perder autoridad, ante su gente, el régimen autoritario, liderado por Xi Jinping, parece estar escribiendo un nuevo relato a marchas forzadas. Si ayer el covid era un monstruo temible que había devorado a los incompetentes Gobiernos de Occidente, hoy, tras las inusuales manifestaciones simultáneas en varias ciudades del país, el mensaje del Partido Comunista se suaviza, apoyado en esas presuntas nuevas pruebas científicas. 

Casi todo el mundo da por hecho que se van a levantar las restricciones poco a poco (algunas ciudades ya lo han hecho) y muchos creen que la política de covid cero está tocada de muerte. La cuestión ahora es el ritmo de salida. Si se hace muy rápido, puede haber demasiadas muertes, a causa de la falta de vacunación generalizada y de la dudosa eficacia de algunas de las vacunas que allí se producen. Esto provocaría una reacción de rebote que podría llevar a un cerrojazo mayor y más prolongado. Pero, si es muy lento, la economía corre el riesgo de no aguantar. Y todo esto va a tener un impacto claro en Occidente, especialmente en lo que tiene que ver con los suministros y con la inflación. Veamos el argumento.

Se estima que China ha perdido un 2,3% de crecimiento de PIB en 2022 por las restricciones debidas al covid cero, explica a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, del grupo Prensa Ibérica, Alicia García Herrero, economista jefe en el banco de inversión francés Natixis. Los aeropuertos están casi vacíos, no hay turismo, las exportaciones se ralentizan, los movimientos internos se limitan, hay bajas laborales, menos comercio en las calles, menos consumo en restaurantes… Ahora el país está creciendo sólo a un 3%. Es insuficiente. Con 1.400 millones de habitantes, necesita crecer al menos a un 5% para crear empleo y mantener la estabilidad.

¿Cómo de rápido va a querer llegar a esa cifra? Todo depende de la cantidad de muertes que estén dispuestos a encajar. Hay decenas de millones de ancianos que aún no están vacunados porque apuestan por la medicina tradicional o porque no se fían de las vacunas. 

La estimación de la economista es que el Gobierno de Pekín irá relajando todo de forma gradual. El impacto en la economía global será moderado en la primera mitad del año; pero hacia la segunda, China empezará a necesitar más y con más energía. Esto, como ya ha ocurrido antes, tendrá un reflejo en los precios de la energía y, por tanto, en la inflación. ¿En qué situación cogerá ese acelerón a Europa? ¿Será el duro invierno que todos esperan si sigue la guerra en Ucrania y el corte de gas ruso, al que habría que sumar aún más demanda del gigante asiático? 

Los mercados, por su parte, han estado celebrando con subidas cada indicio de apertura en China, y con caídas las noticias que apuntaban a un mantenimiento del covid cero, siquiera relajado. 

El lío de la fábrica del iPhone

Un caso paradigmático es el de Apple y su móvil estrella, el iPhone 14, que se produce en las fábricas de Foxconn en China. Allí ha confluido la ira popular contra las restricciones del Gobierno y el deseo de las grandes multinacionales de que el PCCh aflojara la mano. 

Hace unos días, hubo enfrentamientos violentos entre los trabajadores de la superfactoría de Foxconn en Zhengzhou (donde se montan esos iPhone) y oficiales de seguridad, vestidos con trajes de seguridad covid. La tensión se había ido acumulando durante semanas. Primero, un brote de covid en la ciudad provocó la renuncia de muchos trabajadores de la enorme fábrica (200.000 empleados). Había gente que salía a pie de la ciudad; cundió el pánico, en parte porque desde el Gobierno se había azuzado el temor al virus. Los directores de la fábrica ofrecieron un aumento de salario para que la gente regresara. Pero no cumplieron, y se desataron las protestas. 

“Cada semana de cierre en la producción y de protestas le cuesta a Apple 1.000 millones de dólares en ventas, y el 5% de las ventas del iPhone 14 se van a perder probablemente por ese cerrojazo en China”, según Daniel Ives, de Wedbush Securities, en CNN.

Foxconn ha reducido el número comprometido de iPhones que puede producir. Eso ha provocado que los pedidos tengan retrasos de hasta enero. Es decir, se pierde parte de la campaña navideña. Apple ha reconocido que las ventas de iPhone iban a verse “temporalmente impactadas” por las restricciones del covid cero en China y que la fábrica está “operando a un ritmo significativamente reducido”. Sus acciones han caído en bolsa.

Situaciones de desorden económico como esta ponen los pelos de punta al Gobierno de Pekín, que no puede permitirse que empresas como Apple se planteen, como piden algunos analistas, relocalizar parte de su producción en otros países como India.

Además, esta situación se produce en un contexto geopolítico muy delicado para el país. Por un lado, China se sitúa estratégicamente frente a Occidente y cercano a Rusia. En la cumbre de la OTAN en Madrid se dejó negro sobre blanco que el país asiático es para los Aliados un “desafío” a los intereses de “seguridad, estratégicos y de valores”. Hay quien pide un “desacoplamiento” de Occidente de la economía del gigante asiático, la gran “fábrica del mundo”, para que no pase lo que con Rusia y su gas y su petróleo. Al mismo tiempo, el nuevo líder supremo coronado por otros cinco años en el reciente Congreso del Partido, Xi Jinping, cabalga la ola del nacionalismo chino y del orgullo patrio, mientras sus diplomáticos critican con dureza las actitudes occidentales. Pekín está, así, emparedado entre dos grupos de presión: por un lado, su población, harta de restricciones al movimiento, de cierres de comercios, bares o restaurantes, de no poder salir del país; por otro, Occidente y las multinacionales, que ven en el cerrojazo chino una advertencia y un aviso para la reinversión en otros lugares.