El flagelo de la ocupación israelí

Viaje a Hebrón, la ciudad palestina donde se muere antes de nacer

Miles de palestinos conviven con 850 colonos radicales en la única localidad donde los asentamientos están dentro de la propia urbe

Viaje a Hebrón, la ciudad palestina donde se muere antes de nacer.

Viaje a Hebrón, la ciudad palestina donde se muere antes de nacer.

Andrea López-Tomàs

La ocupación israelí mató a los hijos de Tayseer Abu Aysha antes de que pudieran llegar al mundo. Hace 16 años, su mujer se puso de parto de noche. Se puso de parto en una casa rodeada de barras de acero, situada en medio de un asentamiento de colonos israelís y coronada por una base militar con la que comparten pared. La llegada de ayuda en forma de ambulancia o personal médico es prácticamente imposible en este barrio de Hebrón, al sur de la Cisjordania ocupada. Los soldados israelís pueden retenerlos durante horas en los puestos de control. Esa noche los Abu Aysha tuvieron que andar hasta el hospital. Ya fue demasiado tarde. Su hijo nació sin vida. Un año después, la historia se repitió, pero uno de los gemelos se salvó. Ahora, tres lustros después, Mohammad no puede volver del colegio sin la protección de su padre. 

Tayseer Abu Aysha vive en una casa conocida como “la jaula”. “Hace casi 30 años que no recibo a nadie en mi hogar”, explica este padre palestino de ocho hijos desde su tienda en el centro de Hebrón. Su negocio está a apenas cinco minutos de su hogar en el barrio de Tal Rumeida pero hay varios puestos de control israelís que eternizan sus desplazamientos. Este vendedor de 60 años es uno de los 215.000 palestinos forzados a convivir con 850 colonos judíos, protegidos por 650 soldados de combate israelís. “Antes de la llegada de los colonos, teníamos libertad: nos movíamos con nuestros coches, organizábamos encuentros con familia y amigos en casa”, rememora volviendo a un tiempo que ya no existe, hace ya cuatro décadas.

Hebrón, o Al Jalil en árabe, es la única ciudad palestina en la que los asentamientos israelís están dentro de la propia localidad. Sólo un 15% de la urbe más grande de Cisjordania está administrada por Israel, pero esto la convierte en una de las zonas más tensas de todos los territorios ocupados. “Los colonos, venidos de Estados UnidosRusia Polonia, nos atacan constantemente y nosotros no podemos responder porque acabaríamos entre rejas o muertos”, denuncia Abu Aysha. Los ultranacionalistas judíos que se asientan en Hebrón son de los más radicales. "Van siempre armados", añade. Entre ellos, se encuentra el polémico ministro de Seguridad Pública, el ultraderechista Itamar Ben Gvir, o Baruch Marzel, líder del extinto Kach, considerado grupo terrorista por Israel y EEUU por su ideología de extrema derecha.

Ataques de colonos

El tejado del hogar de los Aizza ha sido escenario de los ataques de Marzel y sus seguidores. Fátima Aizza y sus hijos viven a los pies de un asentamiento israelí en lo alto de una colina. Desde allí, los colonos les lanzan piedras o mandan sus perros para atemorizarlos. Justo enfrente su casa, reside Marzel con su mujer y sus nueve hijos. “La vida aquí es muy difícil”, apunta Fátima. Esta familia refugiada lleva 20 años sufriendo los ataques constantes de los colonos y las limitaciones del Ejército israelí. “Los soldados han cortado todas las calles que dan acceso a nuestro hogar, así que tenemos que cruzar los campos de nuestros vecinos para llegar a casa; eso solo si el Ejército no nos retiene en el puesto de control”, denuncia esta madre de familia numerosa. Privarles de su tiempo es otra arma de la ocupación israelí.

Fatima y Aisha Aizza en su casa de Hebrón.

Fatima y Aisha Aizza en su casa de Hebrón. / ANDREA LÓPEZ TOMÁS

Aisha Aizza ha sido testigo de la violencia desde su niñez. Ha visto como miles de colonos ultranacionalistas atacaban su hogar durante la festividad judía de Chayei Sarah, y como golpearon a su hermano Yusef hasta impedirle caminar. Ha acompañado a sus familiares al hospital, y se ha tenido que esconder en los huecos de su propio tejado durante los asaltos constantes de sus vecinos. Pero no tiene miedo. “Tenemos que ser fuertes”, defiende esta joven palestina a las puertas de la mayoría de edad. “Si ven que somos débiles, los soldados y los colonos se vuelven más duros con nosotros”, añade. Casi a diario Aisha es protagonista y espectadora de enfrentamientos en los puestos de control.

"Protección del Ejército"

“Solo los colonos tienen libertad, porque reciben la protección del Ejército”, apunta su madre. En Hebrón, hay desplegados 650 soldados de combate que tienen la orden de no intervenir cuando los colonos actúan con violencia contra los palestinos. La presencia de un lugar sagrado para el judaísmo y el islam, la Tumba de los Patriarcas o la Mezquita de Abram respectivamente, agrava la tensión en la ciudad. Además, los diez puestos de control del Ejército israelí que desmembran Hebrón han causado la desaparición forzosa de calles comerciales y residenciales palestinas. 

Más de 1.800 empresas en el centro de la ciudad han cerrado. Sus puertas turquesas llevan lustros soldadas. Un 42% de los hogares palestinos han sido abandonados en el área H2, bajo control israelí. Las familias que se han quedado escalan tejados, o colinas como la de los Aizza, para acceder a sus hogares y desafían toques de queda, violencia y acoso. Mientras, miles de jóvenes hebronitas pasan sus días sin trabajo en una de las ciudades con el paro más alto de Cisjordania. “La juventud aquí no tiene nada que hacer en todo el día; por eso, no tienen otra opción que ir a Israel para intentar encontrar un trabajo”, explica Fátima, cuyo primogénito trabaja en Jerusalén. “Aquí, las autoridades palestinas no nos ofrecen nada”, critica.

En un día lluvioso en Hebrón, una docena de personas se apiñan en un checkpoint presidido por un arma automática. Un apagón eléctrico las ha dejado atrapadas en su interior junto a un soldado israelí, que se niega a abrir la puerta de forma manual. No quiere hacerlo y no lo hace porque cuenta con esa autoridad. Ni las súplicas de los palestinos empapados le convencen. Acostumbrados a la realidad más cruel de la ocupación, unos chavales abren la verja y se cuelan con picardía. Los adultos les miran orgullosos. Mientras, desde la colina de Tal Rumeida, Fátima mantiene la esperanza. “Confío en un bonito futuro en paz”, reconoce, “inshallah [si Dios quiere]”.

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