Conflicto
La guerra civil en Sudán, la colosal catástrofe humanitaria de la que nadie habla
Millones de desplazados, una hambruna de proporciones históricas, decenas de miles de muertos y dos bandos acusados de múltiples crímenes de guerra

Un helicópetero de Naciones Unicas carga ayuda humanitaria en Sudán del Sur. / AP

No abre ni llena telediarios. Apenas puede competir en la agenda internacional con Ucrania y Gaza, y raramente se cuela en los discursos de los grandes líderes. Pero la guerra civil en Sudán no deja de ser una catástrofe de dimensiones colosales, otro fuego masivo en esta 'era del desorden', marcada por la desintegración de las reglas del orden mundial. En los 15 meses transcurridos desde su inicio, el conflicto se ha cobrado la vida de cerca de 150.000 personas, según las estimaciones estadounidense. Hay casi 10 millones de desplazados, uno de cada cinco de los habitantes del país. Una hambruna de dimensiones insólitas desde la crisis en Etiopía hace cuatro décadas. Y dos bandos enfrentados que han sido acusados por Naciones Unidas de cometer crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad.
Las potenciales consecuencias del desastre van mucho allá de las fronteras del tercer país más grande de África, con una población muy similar a la de España, mayoritariamente árabe pese a contar con centenares de tribus y subgrupos étnicos. El caos amenaza con desestabilizar a varios de sus países vecinos, desde Egipto y Chad a Libia o Etiopía, e incrementar los flujos migratorios a Europa. Preocupa también que el Estado fallido que se está configurando pueda convertirse en un santuario para el yihadismo, como ya sucedió en los años 90, cuando Osama bin Laden se estableció en Sudán. O las derivadas de la implicación de Rusia, Irán y varios países árabes en el conflicto.
La guerra comenzó en abril de 2023, cuatro años después de que los sudaneses tumbaran a Omar al Bashir tras 30 años de dictadura. Pero las ansias de libertad de aquella masiva movilización social no duraron mucho, a medida que fue tomando cuerpo la lucha por el poder entre dos de los pilares del antiguo régimen: las Fuerzas Armadas de Sudán (FAS), lideradas por el general Abdel Fattah al Burhan, y las Fuerzas de Acción Rápida (FAR), una milicia paramilitar al mando del también general Mohamed Dagalo, conocido como Hemedti. Ambos caudillos trabajaron juntos durante años y han sido señalados como dos de los partícipes en el genocidio de 2003 en Darfur, perpetrados por las fuerzas de Al Bashir.
Guerra por el poder y los recursos del país
Ni la ideología ni las disputas étnicas son el factor determinante del conflicto, según los expertos. "Es básicamente una lucha por el poder, por el control del Estado y los recursos económicos del país", asegura un diplomático europeo que ha trabajado durante años en Sudán. "También es un ejemplo perfecto de un conflicto entre el centro y sus periferias". El general Al Burhan proviene del valle del Nilo, el centro-norte del que han salido tradicionalmente las élites sudanesas. Hemedti, en cambio, es originario de Darfur, en el sudoeste del país, donde se dedicó al comercio de camellos antes de unirse a los Yanyauid, la coalición de milicias nómadas y árabes al servicio del viejo dictador que sembraron el terror en Darfur a principios del milenio. De sus restos nacieron las Fuerzas de Acción Rápida, que han dominado esta guerra en muchas de sus fases.
Las ciudades y otros centros urbanos han sido los principales campos de batalla, lo que ha acelerado la descomposición del tejido institucional y el desplazamiento múltiple de la población. La capital, Jartum, yace en ruinas. Y todo se ha ido complicando a medida que nuevos actores se unían al conflicto. Burhan es cada vez más dependiente de los islamistas y otros elementos del antiguo régimen, según el Crisis Group, mientras las FAR de Hemedti se nutren de milicias tribales y señores de la guerra, "a menudo motivados por las oportunidades para el saqueo".
Atrocidades contra los civiles
"Al ser una guerra urbana, el impacto estructural es todavía mayor", asegura a este diario Esperanza Santos, coordinadora general de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Sudán. "Hay mucha población sin unas condiciones de vida adecuadas. Sin acceso a comida, agua potable o refugio en plena época de lluvias. Y el sistema de salud está muy afectado". Los dos bandos han bombardeado con impunidad hospitales, mercados, colegios, zonas residenciales o sistemas de abastecimiento de agua. Otras atrocidades están también a la orden del día. Desde la tortura y las ejecuciones sumarias al pillaje y la violencia sexual como arma de guerra, según ha documentado la misión especial de la ONU para investigar el conflicto. La palma se la llevan las FAR, que han sido acusadas también de "violencia genocida" contra varias comunidades de africanos negros en Darfur.
"Dado el fracaso de las partes para proteger a los civiles, es imperativo que una fuerza imparcial e independiente con mandato para salvaguardar a los civiles sea desplegada sin demora", dijo recientemente el presidente de la misión de la ONU, Mohamed Chande Othman. No parece que vaya a suceder pronto, por más que la situación no deje de agravarse. El mes pasado se declaró un brote de cólera, que ya se ha extendido a cinco estados, con más de 5.000 casos detectados y 191 fallecidos, según las autoridades sudaneses. Las dos partes están bloqueando el acceso de la ayuda humanitaria que, en cualquier caso, llega a cuentagotas.
Hambruna de dimensiones históricas
Y, entre medio, la malnutrición es rampante. Dos millones y medio de personas podrían morir de hambre en los próximos meses, según la ONU. "No podemos ser más claros: Sudán está experimentando una hambruna de proporciones históricas. Y, aún así, el silencio es ensordecedor. La gente se está muriendo de hambre todos los días, mientras el foco se centra en los debates semánticos y las definiciones legales", denunciaron tres oenegés occidentales hace unos días.
Pero nada tiene visos de cambiar. Las tímidas conversaciones de paz en Ginebra no han llevado a ningún sitio y en la comunidad internacional no parece haber apetito para lidiar con más crisis de envergadura. "Particularmente los países occidentales tienen demasiadas cosas de las que ocuparse, con Ucrania, Gaza, China...", asegura el diplomático europeo. "No hay un plan para solucionar el conflicto ni presionar a los actores adecuados", concluye con pesimismo.
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