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Un día en Charleroi, el último punto en el atlas del discurso contra la inmigración de Trump
El expresidente y candidato republicano ha señalado a los haitianos de esta pequeña localidad en el noroeste de Pensilvania y el miedo y las tensiones se han disparado

Marie, inmigrante de Haití, en su negocio en Charleroi. / IDOYA NOAIN

Unas 100 personas están reunidas en una sala de la Iglesia Presbiteriana de Charleroi. Son todos inmigrantes haitianos, parte de la última oleada de habitantes del país del Caribe de nuevo asfixiado por la inestabilidad política y la violencia de bandas que, gracias al Estatus de Protección Temporal que recuperó para ellos la Administración de Joe Biden, han llegado de forma legal en los últimos años a esta pequeña localidad del noroeste de Pensilvania, a una hora de Pittsburgh, transformándola visiblemente. Si en 2020 tenía una población de poco más de 4.300 habitantes según el último censo, ahora, por la inmigración, supera los 6.000. Y 700 de los nuevos pobladores son haitianos.
Los reunidos son quienes habitualmente vienen a esta iglesia para asistir a clases de inglés, para recoger alimentos o ropa, o participar en charlas donde se les ayuda a navegar por la burocracia para solicitar trabajos, estudios, vivienda... Pero este domingo de octubre, la reunión es diferente. Esta vez el tema central es hablar del miedo, de cómo enfrentarlo, de cómo superarlo.
Las palabras de Trump
Las cosas han empeorado aquí para los haitianos desde hace unas semanas, cuando Donald Trump decidió poner Charleroi en su particular atlas del discurso contra la inmigración que ha hecho central en la campaña por la Casa Blanca en que se mide a Kamala Harris.
Solo dos días después de lanzar en su debate con Harris el bulo de que inmigrantes haitianos estaban comiendo perros y gatos en Springfield (Ohio), el expresidente y candidato republicano miró hacia esta esquina de un estado bisagra fundamental para sus aspiraciones presidenciales. "Charleroi, qué nombre más bonito, pero las cosas no son bonitas ahí ahora", dijo.
Trump no habló de cómo, como tantas otras localidades en el cinturón del acero y en concreto en este valle del Río Monongahela, Charleroi hace décadas que dejó atrás sus tiempos de gloria, esos en los que se ganó el apelativo de 'Magic City'. No contó que está a punto de cerrar la última fábrica de cristal, orgullo local de una industria que en su origen, hace más de siglo y medio, se nutrió de inmigrantes de Bélgica, Italia y Checoslovaquia. Tampoco mencionó que son los inmigrantes los que nutren ahora el 70% de la plantilla de la planta de comidas congeladas, ganando 12 dólares a la hora. O que los haitianos y otros inmigrantes, con su apertura de negocios, sus impuestos y su vida en la comunidad, están ayudando a devolver vida a lo que muchos reconocen que se había vuelto una "pueblo fantasma".

Una calle desierta de Charleroi. / IDOYA NOAIN
Por lo que optó fue por trazar con falsedades y exageraciones su retrato apocalíptico de desvío de dinero de los contribuyentes hacia los inmigrantes, de un pueblo virtualmente en bancarrota, de escuelas sobrepasadas y crimen disparado, extremos que se han visto forzados a negar repetidamente las autoridades, que reconocen retos reales pero niegan la caricatura. Y supo, una vez más, explotar el descontento de la parte de los estadounidenses que ven como una amenaza un cambio demográfico sin vuelta atrás en el país.
Tensión disparada
Desde aquel discurso no se ha producido ningún incidente concreto y grave pero se ha disparado la tensión. En redes sociales apareció un pasquín que promocionaba a un subgrupo del Ku Klux Klan y rezaba: "Estos inmigrantes del tercer mundo están destrozando todas la ciudades a las que llegan. Armaos, blancos de EEUU. Proteged a vuestras familias".
Hasta aquí han llegado, además de decenas de periodistas, influencers de extrema derecha. Los haitianos consultados para este reportaje cuentan que gente blanca les toman fotos desde sus coches. En las escuelas ha habido insultos a niños haitianos que han llevado a algunos padres a dejar de llevarlos a clase. Y se puede constatar que parte de la población blanca expresa mucho más abiertamente su oposición a la presencia de los haitianos.
Los roces bullen, como se demostró hace unos días en una tensa reunión del consejo municipal. Y se pueden comprobar cuando un coche pasa junto a la iglesia donde se ha celebrado la reunión de haitianos y el conductor baja la ventanilla para lanzar exabruptos e insultos mientras Jimmy Alexandre y Getro Bernabé, dos de los organizadores del encuentro, conceden una entrevista.

Getro Bernabé y Jimmy Alexandre, organizadores comunitarios de los haitianos, tras una reunión en la Iglesia Presbiteriana de Charleroi. / IDOYA NOAIN
Bernabé, antiguo miembro de la Guardia Costera de Haití que llegó a Charleroi en 2020 y desde el año pasado actúa como enlace entre la ciudad y la comunidad inmigrante, trata de restar importancia al episodio. "Entendemos que estamos en periodo de campaña, en año de elecciones, y tienen derecho a hablar y expresarse", subraya conciliador. "Tenemos que jugar con las cartas que nos han tocado".
Alexandre también prefiere centrarse en los buenos efectos que los haitianos están teniendo en Charleroi. "La realidad que vivimos, lo que hacemos, nuestras metas, son positivas y la ciudad seguirá beneficiándose", dice. "Renovamos casas, abrimos negocios... todo para el beneficio de la ciudad".
La palabras de Trump, no obstante, están teniendo impacto. Las dos calles comerciales principales de Charleroi están prácticamente vacías. Poca gente blanca camina y casi nadie entra en los negocios, en muchos casos abiertos y regentados por inmigrantes.
"Hace dos semanas que prácticamente nadie viene a mi tienda", constata Marie, una haitiana que se mudó hace cinco años desde Florida y trasladó su negocio, en el que vende desde pelucas a ropa y zapatillas de deporte."Aquí nunca había pasado nada y todo era normal. Yo pago mis impuestos, el local, el alquiler de la casa, pero ahora no gano nada y si esto sigue empeorando tendré que irme", explica.
A poca distancia en Fallowfield Avenue tiene un pequeño supermercado Queen Augusta Goll, que emigró de Liberia a EEUU hace 21 años y también llegó a Charleroi hace cinco años, en su caso desde Phoenix, después de que uno de sus hijos muriera en Arizona por violencia de armas de fuego. "Antes de que Trump hablara vivíamos normal. Ahora ha dividido a la localidad entre la gente que nació y se crió aquí, que son blancos, y la gente negra. Y es cierto que no todo el mundo está de acuerdo con los cambios, pero antes de sus palabras todo iba bien. Ahora algunos, si saben que la tienda es de inmigrantes, no quieren venir, y el negocio ha bajado, no se mueve nada", explica.

Queen Augusta Goll, en su supermercado de Charleroi. / IDOYA NOAIN
Racismo
Lo que está sucediendo enfada a haitianos como Evency Dorzelma, un antiguo policía en Haití y cantante, que llegó a Charleroi y se ha montado un negocio de taxi y lamenta "lo bajo que pueden llegar algunos para ganar algo políticamente". También enerva a residentes como Nancy Ellis, una mujer blanca de 71 años, nieta de inmigrantes sirios, que fue alcaldesa de Charleroi durante cuatro años y pasó una década en el Consejo Municipal de Charleroi.
"No sé por qué Trump ha tenido que meter las narices en nuestra comunidad", dice Ellis. "Sus palabras dañan a nuestra ciudad, han hecho que se proyecte una mala imagen. Los haitianos trabajan duro, se implican en la comunidad, no hacen nada a nadie...", insiste. "No existen los problemas de los que habla. El problema que hay, y no me cansaré de decirlo, es el racismo".
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