Nueva era en Siria

La caída de Asad en Siria finiquita los viejos equilibrios de poder en Oriente Próximo

El colapso del régimen es un golpe devastador para Irán y Rusia, y una victoria con múltiples consecuencias para Israel, Turquía y EEUU

Siria festeja unida bajo su "vieja-nueva" bandera

Siria festeja unida bajo su "vieja-nueva" bandera

Ricardo Mir de Francia

Ricardo Mir de Francia

Al observar su configuración sobre el mapa, tenía forma de media luna creciente. Empezaba en el desierto de Arabia yemení, bordeaba el Golfo Pérsico por la costa iraní, atravesaba los valles iraquíes de Mesopotamia y se adentraba a través de Siria en el corazón del Levante árabe hasta desembocar a orillas del Mediterráneo en Gaza. Ese es el frente ideológico que durante décadas Irán consiguió levantar mediante una tupida red de países y milicias aliadas para ejercer de contrapeso a la hegemonía de Estados Unidos e Israel en Oriente Próximo. También conocido como Eje de la Resistencia, ese frente se está ahora desmoronando. El meteórico colapso del régimen de Bashar e Asad en Siria podría ser su sentencia de muerte. Y por el camino ese colapso ha puesto también en entredicho el futuro de la presencia rusa en el Mediterráneo. "Es el final de una época", decía estos días el maestro periodista Tomás Alcoverro.

En realidad hacía mucho que la Siria de Asad había dejado de pintar nada por méritos propios. Ni siquiera antes del inicio de su guerra civil incordiaba militarmente a Israel para tratar de recuperar los Altos del Golán, ocupados y anexionados por el Estado judío. Su importancia geopolítica se derivaba casi exclusivamente de su posición geográfica. Damasco le servía a Irán de corredor territorial para enviar armas, fondos y asesores militares a la milicia libanesa de Hizbulá, el más poderoso de sus aliados. Paralelamente le concedía acceso al Mediterráneo y sus rutas marítimas, así como a la frontera del norte de Israel, un factor importante en la guerra psicológica.

Pero entonces llegó el 7 de octubre. Hamás atacó Israel y la historia de la región cambió para siempre. Desde entonces, los islamistas palestinos han sido severamente diezmados por la abrumadora superioridad militar israelí. Lo mismo que Hizbulá, que se ha visto obligado a retirarse del sur del Líbano después de que su liderazgo fuera decapitado y el grueso de su arsenal eliminado. "El Eje de la Resistencia ha muerto, ya solo existe en las mentes de los líderes iraníes", dice categórico el politólogo de la Universidad Americana de Beirut, Hilal Khashan. "Ahora la vía siria para los suministros de armas a Hizbulá ha desaparecido. El nuevo gobierno en Damasco no permitirá a Teherán enviar munición a través de su territorio. Y en Irán están preocupados con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. No veo ninguna vía para que puedan recuperarse pronto".

Aliados diezmados o distraídos

Tras muchos años rescatando a Asad con tropas y comandantes militares, Teherán no pudo esta vez salvarle el pellejo, probablemente porque optó por priorizar su propia seguridad, dada la espiral de ataques directos en la que ha entrado con Israel. Lo mismo que hizo Hizbulá, que se vio obligado a retirar a buena parte de sus efectivos de Siria tras la invasión israelí del sur del Líbano, según 'The New York Times'. Igual que Rusia, obligada a enviar al frente de Ucrania a buena parte de sus militares en Siria.

Para Moscú el desaguisado es también monumental porque podría perder sus únicas dos bases militares en el Mediterráneo. Una aérea y otra naval, de las pocas que tiene en aguas cálidas, navegables todo el año. Esas bases son su única pica para proyectar poder en la región y asomarse también a un Mediterráneo dominado por la OTAN en toda su orilla norte. Logísticamente, además, son importantes porque Moscú las utiliza para enviar a sus contratistas militares a África, donde tiene múltiples negocios e intereses geopolíticos. De momento, el Kremlin ha dicho que tratará de negociar su continuidad con los próximos gobernantes de Siria, pero entre tanto ha retirado el grueso de sus activos de la costa siria.

Israel impone la ley del más fuerte

La derrota de todos ellos es también la victoria de Israel, el gran artífice de la remodelación del mapa regional, reconfigurado por Netanyahu a base de fuerza bruta. Sus tropas han aprovechado también el vacío de poder en Siria para conquistar territorio sin que nadie haya dicho ni mú o para destruir el grueso de las capacidades militares sirias, a pesar de que en 14 meses de guerra regional el régimen de Asad no disparó una sola vez contra Israel. El expolio territorial es considerable: 400 kilómetros cuadrados que incluyen el monte Hermón, la montaña más alta de Siria, desde la que se divisa buena parte del país árabe, un caramelo estratégico de envergadura. Netanyahu dice que es una conquista "temporal", pero ya se sabe qué pasa cuando el Estado judío se queda 'temporalmente' con un territorio ocupado.

La victoria de Israel es también por extensión la de Estados Unidos que, a través de su apoyo a los kurdos en Siria, controla indirectamente un tercio del territorio sirio, incluidos algunos de sus pozos petroleros. Donald Trump ha dicho que esta no es su guerra y, aunque Washington no tiene más que unos centenares de soldados en el país, tendrá bastante que decir en el futuro que ahora se abre. "Al estar en el bando ganador tanto EEUU como Israel van a tratar de imponer sus condiciones", opina el catedrático Ignacio Álvarez-Ossorio, experto en la región. "Está claro que no ayudarán a que Siria se levante de sus cenizas ni reafirme su carácter nacional. Tratarán de favorecer la división, la fragmentación y las tensiones internas, quizás apoyando la autonomía kurda para replicar el escenario de Irak".

Y luego está Turquía, el país que mejores cartas tenía en la cruel partida de póker siria. Ankara no ha dejado todos estos años de apoyar a la oposición al régimen de Asad, con armas y financiación en algunos casos, o con un apoyo tácito, como en el caso de Hayat Tahrir al Sham (HTS), la coalición de milicias de tradición yihadista que ha derrocado al sátrapa.

En su feudo de Idlib, "les protegió de los ataques de las fuerzas gubernamentales y les permitió gobernar la provincia sin molestias durante años", escribe la analista Gonul Tol en 'Foreign Policy'. Turquía también "gestionó el flujo de ayuda humanitaria a las zonas controladas por HTS" y "favoreció el comercio" con ellas, ayudando a los islamistas radicales a ampliar su base popular. De modo que ahora es el momento de Erdogan para recoger lo sembrado. Mientras Tahrir al Sham comande la transición, todo apunta a que Turquía será el principal actor extranjero en la nueva Siria.

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