Matanza en Örebro
Sin inteligencia policial y sin ayudas a la inclusión: así se hundió la seguridad ciudadana en Suecia
Expertos policiales españoles advierten de que ningún país europeo está libre de padecer guerras mafiosas

Vigilia junto al lugar de la matanza de Örebro en la madrugada del 6 de febrero. / Sergei Grits AP

Puede que el punto de inflexión en el temor ciudadano de los suecos fuera el verano de 2021. Entre julio y agosto de aquel año, tres sucesos conmocionaron a la sociedad de aquel país otrora tranquilo. En julio, en una barbería de Gotemburgo entraron dos hombres con fusiles y le pegaron diez tiros a un joven cliente. Víctima y verdugos eran pandilleros. Una semana después, un policía que participaba en la investigación del asesinato fue acribillado en la periferia de esa ciudad. Ya en agosto, unos peones narcos organizaron un tiroteo en un centro comercial de Kristianstad.
Para entonces ya hacía un lustro que Suecia encabezaba estadísticas de Eurostat sobre delitos violentos. Y más en su endémica especialidad: el asesinato a tiros, que llevó a Suecia a liderar el ranking europeo en 2016. Y ese es otro punto de inflexión.
Una opinión pública encajonada entre el temor por la seguridad militar (demasiado cerca de Rusia) y la preocupación por la seguridad ciudadana digiere ahora la peor matanza particular de su historia reciente, perpetrada por un -al parecer- desequilibrado, Rickard Andersson, al que llamaban ‘el capuchas’ por cómo se ensimismaba tapando su cabeza cuando vestía sudaderas y anoraks.
Fracaso policial
Fuera de Escandinavia se toma nota de esta espiral de degradación de la seguridad pública. La matanza del pasado martes no responde al patrón de la epidemia de tiroteos del crimen organizado en Suecia, pero sí a un problema de proliferación de armas. Andersson estaba en posesión de al menos cuatro fusiles con licencia, de los que llevó tres el pasado martes para matar en un centro de educación de adultos de Örebro.
“Ha vuelto a fallar el control sobre el tráfico y las licencias de armas”, señala un mando de la Policia Nacional en Madrid. Y lo dice sin peroración sobre sus colegas suecos -quiere subrayarlo- pues advierte que la escalada delicuencial le puede pasar a otros, “podría llegar a muchos otros países hoy en Europa; España también”.
El próximo 14 de febrero se celebra en Cádiz una cumbre de la Coalición Contra el Crimen Organizado, en la que el ministerio español del Interior es anfitrión de Alemania, Bélgica, Francia, Italia, Países Bajos y Suecia. Es fácil adivinar a cuál de estos países le corresponde, por sus penalidades, un sillón de estrella en la cita.

La Policía de Suecia ha tenido que pasar sobre la marcha de un modelo centrado en la seguridad ciudadana a otro que precisa inteligencia sobre el crimen organizado. En la imagen, control cerca del lugar de la matanza de Örebro. / J Nackstrand AFP
“Suecia tenía unas fuerzas de seguridad propias de un país muy en calma -opina un oficial de la Guardia Civil experto-, una policía reactiva y no proactiva: orientada a la seguridad ciudadana, no entrenada en la investigación del crimen organizado y las pandillas. Han tenido que aprender sobre la marcha”.
Del salvaje oeste al salvaje norte
No pocos detalles de la matanza de Örebro recuerdan a hechos similares en Estados Unidos: asesinato indiscriminado, un desequilibrado fuera del radar de los mecanismos públicos de alerta y atención, laxa licencia de armas, elección de un centro educativo para su particular venganza…
Más que asunto para una novela negra nórdica, lo sucedido parece un suceso de Arkansas u Oklahoma; y no: es Escandinavia, la región que fue modelo social. Los investigadores del Consejo Nacional para la Prevención del Delito (el BRA sueco) tienen identificadas tres causas del deterioro, y ninguna tiene que ver con este suceso: Uno, un fenómeno de pandillerismo. Dos, la conversión de Suecia en hub del narcotráfico para Escandinavia y la dificultad que la policía tiene de hallar colaboración en los guetos.
Las áreas de exclusión son otra americanización sueca. Tiene que ver con una causa más profunda que identifican los expertos policiales consultados: el populismo agravó el problema.
El tumor y las metástasis
En 1996, agobiado por el déficit, el gobierno sueco hace un primer recorte severo de gasto social. En 2000 va calando un relato que estigmatiza las famosas políticas sociales suecas; triunfa el relato de la paguita. Los centros educativos para personas vulnerables se deterioran, los colchones para la inmigración también, y crecen el abandono escolar y la exclusión. Al tiempo, en un país con una comunidad rica local cada vez más separada de la pobre foránea se dispara la desconfianza de los caseros con inquilinos extranjeros, que se ven apartados a barrios específicos donde hallar vivienda.
Los nuevos guetos pasan a convertirse en “islas delicuenciales”, explica el policía, cuando los cabecillas logran imponer la omertá a todo el barrio. “Un dispositivo de seguridad público no puede permitir que le denieguen el territorio, o sea, la derrota del Estado”, asevera el guardia. Pasados 24 años de paulatino agravamiento, esas llamadas “no-go-zone” en las que la policía fracasa son pasto de la propaganda racista y de ultraderecha, ya no solo en Suecia: el eco llega hasta aquí mismo.
A partir de 2005, el pandillerismo -por nacionalidades y por territorios del negocio de la droga- pasa de incipiente a su segundo estadio: la ramificación. “Es lo habitual en las mafias: tarde o temprano se fragmentan, y los clanes nuevos buscan territorios nuevos… o entran en guerra con los viejos”, cuenta el experto policial.
De hecho, la principal banda del país, la Foxtrot, una Camorra del norte que desde Turquía ha estado dirigiendo un sueco de origen iraquí, lleva años en guerra con El Fresón, clan separado del primero, que recibe el nombre del apodo de su líder. Ambas redes, como un tumor que se extiende, ampliaron sus negocios: del narcotráfico al tráfico de armas. Auspicia la demanda, como un círculo vicioso, la proliferación de delincuentes.
Inteligencia policial
Los dos expertos consultados certifican que Suecia sufre una carencia en su servicio de inteligencia policial, sus jefaturas de información.
Se trata ya no solo de penetrar el cada vez más hermético mundo de los migrantes de Oriente Medio y África que se hacina -sin posibilidad de dispersarse- en las ciudades de Gotemburgo y Malmö. Una inteligencia policial moderna coopera con los servicios sociales, detecta bolsas de tumoración ciudadana, allí donde la desesperación acucia a la gente o donde una oferta de 40.000 euros por un porte de droga o de armas se le hace irresistible a un veinteañero de suburbio.
Ese sujeto, que se inició con cuchillos y machetes, tratará de demostrar madurez y pertenencia a un clan mostrando fusiles de asalto. Sería más fácil para él esconder una pistola “pero son nuevas generaciones, criadas con una sociedad y redes sociales donde se ha idealizado y romantizado la violencia y su ostentación”, explica otro guardia civil, de las áreas de Información.
El gobierno sueco de Ulf Kristersson decidió en marzo pasado activar mecanismos de vigilancia en las escuelas, para evitar la recluta de sicarios novatos, la legión de de ejecutores de una estadística que en 2023 alcanzó los 290 tiroteos, 391 en 2022 con un récord de 63 muertos.
Pero actuar con los más jóvenes requiere paciencia: quizá los efectos de la nueva política tarden en verse 20 años, tres generaciones de estudiantes. “Bueno -dice el policía-, más o menos el mismo tiempo que allí lleva pudriéndose la situación”.
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