80 aniversario de la capitulación
El arduo camino de Alemania para recolocarse en el mundo tras el horror nazi y qué papel jugará Merz

El primer canciller federal alemán, Konrad Adenauer (derecha), junto al presidente francés Charles de Gaulle, durante un encuentro en Reims en julio de 1962. / AP

Alemania ha invertido titánicos esfuerzos políticos en los 80 años transcurridos desde la derrota del nazismo para recolocarse en el mundo y hacerse perdonar la monstruosidad del régimen de Adolf Hitler. Cada canciller de la República Federal de Alemania (RFA) ha marcado una fase en ese proceso. Las líneas maestras de la política exterior alemana han sido casi inamovibles desde tiempos funcionales. Sus puntales son el europeísmo, la fidelidad al eje transatlántico y el apoyo incondicional a Israel por responsabilidad histórica, una posición ahora casi insostenible ante el horror que vive la población de Gaza.
El conservador Friedrich Merz será el décimo canciller y su llegada al poder se produce en tiempos convulsos a escala global y con Europa reclamando a Alemania que despierte de letargo. Ya no se trata únicamente de que se reactive la primera economía del bloque comunitario, ahora en recesión. También debe asumir un liderazgo político y militar que hasta ahora esquivaron los anteriores líderes de la RFA, para los que el poderío industrial fue asunto prioritario.
El fundacional Adenauer y sus fugaces continuadores
Abrió la vía de la reconciliación Konrad Adenauer, patriarca de la Unión Cristianodemócrata (CDU) y el primer canciller federal del país. Accedió al poder en 1949, año fundacional de la RFA. Tenía 73 años y partía de una posición de poco rango --había sido alcalde de Colonia--. Pero le avalaba su pasado como enemigo del Tercer Reich, que le inhabilitó políticamente y fue detenido por la Gestapo. Estuvo en el poder hasta 1963. En este periodo, la RFA ingresó en la OTAN y en la Comunidad Económica Europea, además de firmar el Tratado del Elíseo con Francia, puntal de la reconciliación entre vecinos tras siglos de hostilidades.
Le sucedió su correligionario Ludwig Erhard, quien había escrito su propia página de la historia como ministro de Economía y arquitecto del llamado 'milagro alemán'. No cuajó como líder. Tuvo un mandato corto, tres años, como le ocurrió a su sucesor Kurt Georg Kiesinger, el más fugaz en la lista de cancilleres de la RFA y el primero que recurrió a una gran coalición con los socialdemócratas en busca de solidez. No le sirvió de mucho. Si por algo se le recuerda es por la bofetada que le asestó en público en 1968 la estudiante Beate Klarsfeld, casada con el hijo de un superviviente de Auschwitz. Representaba a la generación de alemanes indignados por tener como canciller a un político con vínculos pasados con el nazismo.

Willy Brandt, arrodillado ante el monumento a las víctimas de la Segunda Guerra Mundial en Varsovia, el 7 de diciembre de 1970. / DPA / EUROPA PRESS
El socialdemócrata Brandt y la 'Ostpolitik'
Su sucesor fue el primer canciller socialdemócrata de la RFA, Willy Brandt, ministro de Exteriores en la gran coalición de Kiesinger. Brandt, en el poder entre 1969 y 1974, dio un giro superlativo, acorde con su carácter visionario: de la Alemania que solo tenía ojos para sus socios occidentales pasó a la 'Ostpolitik' o diálogo con el este. Era una apuesta arriesgada, en un país partido entre la RFA y la comunista República Democrática Alemana (RDA) y desde su posición de exalcalde del Berlín partido por el muro. Plasmó en un gesto --su genuflexión ante el monumento a las víctimas del gueto de Varsovia, en 1970-- las ansias de reconciliación con Polonia.
Le sucedió en 1974 otro socialdemócrata, Helmut Schmidt, menos carismático, pero representante de la fortaleza y el pulso firme. Tuvo que lidiar con fase más mortífera de la anticapitalista banda terrorista Fracción del Ejército Rojo (RFA) y la gran crisis económica de 1979. Bajo su mandato fortaleció Alemania su anclaje europeo y muy especialmente con la Francia de Valery Giscard d’Estaign.

El presidente francés François Mitterrand y el canciller alemán Helmut Kohl, cogidos de la mano, durante la ceremonia de la reconciliación entre ambos países en el exterior del cementerio de Douaumont, cerca de Verdun. / AP
La hazaña de la reunificación
La llave de la cancillería regresó a manos conservadoras con Helmut Kohl (1982-1998). Un político al que cuando alcanzó el poder se tachó de provinciano, pero que acabó comportándose como un coloso. Pactó con las cuatro antiguas potencias aliadas el fin de la división alemana y la extinción de la comunista RDA. Permaneció 16 años en el poder, en los que además de la unidad nacional alemana impulsó la ampliación al este de la UE y la creación de la eurozona, dos hitos para la prosperidad económica germana.
A su sucesor, el socialdemócrata Gerhard Schröder, le tocó autorizar la primera intervención en combate del ejército alemán en una misión de la OTAN, en los Balcanes. Rompió luego con la sumisión incondicional a Estados Unidos al negarse a participar en la intervención en Irak. Y consolidó en paralelo una amistad de intereses con Vladímir Putin, generadora de la dependencia energética que heredó y amplificó luego la conservadora Angela Merkel (2005-2021).

Un refugiadomuestra una fotografía de Angela Merkel a su llegada a la estación de tren de Múnic, el 5 de septiembre de 2015. / SVEN HOPPE / EFE
La 'jefa' europea Merkel
De Angela Merkel, la 'jefa' a escala alemana y europea, se recuerda tanto la tenaza de la austeridad que impuso a Europa en la crisis del euro como su generosa acogida de los refugiados durante la crisis migratoria de 2015. Alemania se desprendió de su imagen de país duro o egoísta para exhibir la llamada "cultura de la bienvenida". Fue una fase corta. Al millón de peticionarios de asilo acogidos solo ese año siguió el rugido de la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), convertida en 2017 en la primera fuerza de ese espectro que ascendía al Parlamento, en un país que se creía blindado por las lecciones del pasado.
Al socialdemócrata Olaf Scholz (2021-2025) le correspondió encajar el auge de una ultraderecha con los perfiles más tóxicos, vinculada a la línea prorrusa de otros radicalismos derechistas europeos y también al trumpismo de EEUU. La coalición de Scholz con verdes y liberales se desligó aceleradamente de la dependencia energética rusa a raíz de invasión de Ucrania. Al hundimiento de su tripartido siguieron elecciones anticipadas y el ascenso al poder de Merz, con los socialdemócratas como aliados.
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