Multilateralismo

¿Qué deuda tiene el Sur Global y cuánto recibe en ayuda al desarrollo? Las cifras que rodean a la conferencia de la ONU en Sevilla

El evento se celebra en un contexto de crisis del multilateralismo, recortes masivos de la ayuda oficial a los países más desfavorecidos y un endeudamiento creciente de los países más desfavorecidos

Pedro Sánchez y António Guterres comparecen ante los medios en la IV Conferencia Internacional sobre Financiación para el Desarrollo de Sevilla.

Pedro Sánchez y António Guterres comparecen ante los medios en la IV Conferencia Internacional sobre Financiación para el Desarrollo de Sevilla. / EP

Jordi Pintado Morera

Barcelona

Más allá del escepticismo característico de la opinión pública hacia este tipo de eventos -alimentado, seguramente, por la percepción de su inutilidad-, la Conferencia para la Financiación al Desarrollo (FFD4), que se celebra en Sevilla, tiene lugar en un escenario internacional crecientemente complejo y tensionado, lo que la convierte en una de las cumbres más importantes de los últimos tiempos.

Las discusiones y ponencias que ya se están desarrollando en el Palacio de Congresos y Exposiciones de Sevilla, se enmarcan en el documento minuciosamente negociado y acordado antes del evento, apodado como el 'Compromiso de Sevilla'. El texto plantea un modelo de financiación del desarrollo para la próxima década que, si bien es un compromiso meramente político y no jurídicamente vinculante, aspira a ser una hoja de ruta.

El primer paso para avanzar consiste en asumir los errores del pasado y las promesas incumplidas -muchas y de gran calado-, algo que el documento enumera con claridad: un déficit anual de 4 billones de dólares para cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS); el fracaso en alcanzar los objetivos climáticos pactados en cumbres anteriores; y una creciente reticencia por parte del Norte Global a cumplir su compromiso de destinar el 0,7% de su Producto Nacional Bruto a la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD).

Las dinámicas globales están empujando a los países a retroceder en estos compromisos, intrínsecamente ligados a la cooperación multilateral. Los Estados Unidos de Trump representan el emblema de esta hostilidad: ni siquiera se han dignado a enviar representación oficial a la cumbre de Sevilla.

El debilitamiento de la financiación al desarrollo ocurre en un contexto de repliegue reaccionario por parte de la que aún es la principal potencia mundial: Estados Unidos. En febrero, su Gobierno decidió dejar inoperativa la Agencia de EEUU para el Desarrollo Internacional (USAID), que -conviene recordarlo- representaba el 40 % de la ayuda global. Josep Borrell, exalto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, declaró en el foro 'World in Progress' que esta fue la "decisión más dramática" que había tomado Trump, y arremetió contra el artífice del desmantelamiento de la agencia, Elon Musk. "El hombre más rico del mundo ha firmado la condena de los niños más pobres del mundo", añadió.

La solemnidad de la frase no está lejos de la realidad. Muchos países dependientes de esa ayuda -como Sudán, la República Democrática del Congo o Haití- enfrentan algunas de las peores crisis humanitarias del planeta. Los recortes en los programas de vacunación infantil y salud materna han multiplicado los riesgos de enfermedades prevenibles en contextos marcados por desplazamientos, conflictos y desastres. A largo plazo, las esperanzas depositadas en proyectos de educación, seguridad alimentaria y protección frente a la violencia contra mujeres y niñas se desvanecen.

Según datos de la OCDE, la ayuda global ha caído un 7 % este año. Además, estimaciones de la oenegé ONE Campaign advierten de que podría reducirse entre un 9 % y un 17 % para 2027, a medida que Estados Unidos, Reino Unido y Francia sigan recortando su contribución.

Excluyendo la ayuda y la financiación concesional, desde 2022 los países en desarrollo presentan flujos netos negativos: pagan más en concepto de deuda de lo que reciben en préstamos. Más de 3.300 millones de personas -y más de la mitad de los países africanos- gastan más en deuda que en sanidad. Según el informe de 'Eurodad Jubilee 2025: A year to act on debt justice', 29 países de renta baja destinan más del 20% de sus ingresos al pago de deudas con acreedores extranjeros. Esto se debe, entre otras razones, a que el coste medio de los intereses para estos países se ha duplicado desde 2014. Los países del Norte Global, junto con bancos y fondos de inversión, son los principales acreedores, y, como tales, los grandes beneficiados de este sobreendeudamiento. En el propio sistema financiero internacional, la deuda se ha convertido en una fuente estructural de ingresos.

Estos datos reflejan el estancamiento crónico que impide prosperar a las naciones más desfavorecidas: una suerte de castigo de Sísifo frente a una deuda eternamente impagable.

Las soluciones, sin embargo, existen: desde una reestructuración profunda de las relaciones financieras entre países, pasando por la suspensión de pagos en condiciones extremas, hasta la utilización efectiva de los Derechos Especiales de Giro (SDRs) del Fondo Monetario Internacional, actualmente infrautilizados como herramienta de desarrollo. También se reclama un mayor protagonismo de los bancos multilaterales de desarrollo, que permitan aumentar la transparencia y ofrecer condiciones más equitativas y menos onerosas para los países deudores.

El desdén hacia el multilateralismo también se manifiesta en el ámbito climático. El telón de fondo de esta cumbre incluye el incumplimiento de los acuerdos de Monterrey, Doha y Adís Abeba -anteriores ediciones de esta conferencia-, así como de otras cumbres clave como las COP de Naciones Unidas o el Protocolo de Kioto.

El año 2024 ha sido el más cálido desde que existen registros. Las emisiones de gases de efecto invernadero han alcanzado un nuevo máximo histórico: 37.400 millones de toneladas, un 0,8 % más que en 2023. Los países en desarrollo son los que más sufren las consecuencias del cambio climático -inundaciones, sequías, desplazamientos forzados-, a pesar de haber contribuido muy poco a las emisiones históricas.

Además del evidente impacto humano y ambiental, el sistema de compensación por "pérdidas y daños" está gravemente desequilibrado. Muchas de las ayudas climáticas llegan en forma de préstamos, no subvenciones, lo que agrava aún más el endeudamiento de los países más vulnerables.

La Cumbre de Sevilla, teniendo en cuenta su parte simbólica y circumstancial, puede suponer una pequeña oportunidad para denunciar las grietas de un sistema global profundamente desigual. Un marco financiero más justo, sostenible y humano parece ser la única dirección para empezar a, como mínimo, acercarse al cumplimiento de los Objetivos del Desarrollo Sostenible. Aun así, solo la voluntad política real y cooperación internacional efectiva lo harán posible. Conceptos que, de momento, no van más allá de las palabras.

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