Son las 04.00 horas de la madrugada del lunes. La calle Gobernador es puro silencio. Calle desolación, diría Sabina. La noche es cerrada y el calor, abrasador. Es un junio maldito en el que San Pedro olvidó, por ser patrón del Grao, su cuota de albinegrismo.

Un goteo de jóvenes hinchas del Castellón, vestidos todavía con la camiseta albinegra y pintadas aún las caras del color del equipo de sus amores, acaban de bajar del autobús y regresan a sus casas. Tristes, muy tristes, (la tristeza siempre es soledad). Alguno de los jóvenes, preso aún de las cadenas de la derrota, musita la oportunidad perdida de un posible convertido en imposible. Muchachos en blanco y negro. Figuras que se desvanecen, tras cuatro horas de autobús que les ha traído desde el vetusto estadio de La Condomina. Son las horas más amargas del Glorioso. A medida que el sol ocupa su lugar entre las nubes del alba, la cruda realidad se apodera de aquellos que juraron amor eterno al Deportivo. Ahora vomitan su dolor. Si hubiera sido un drama de Shakesperare, las brujas de MacBeth podían haber visualizado lo que les esperaba a los aficionados del C. D. Castellón: una tragedia escrita sin saber por qué.

Con el día ya muy entrado, las lágrimas siguen siendo saladas. En los bares, las tertulias han escogido el monotema de una pesadilla no buscada. Los sueños surgen del inconsciente, las pesadillas devoran a los soñadores, aunque nadie se cansó de soñar en albinegro. Reyes piensa en su hijo, que lloró amargamente tras el partido. También en su hermano, a quien despidió en su viaje a Murcia y lo vio tan contento. El regreso fue otra historia.

Félix, con dos niñas a las que hizo socias del Castellón al nacer antes de inscribirlas en el Registro Civil, muestra un semblante serio. Su tez morena es aún más oscura --sufrir sombrea la piel--. Su Cristo de Medinaceli no hizo nada por la causa albinegra.

En el caso de Manuel, los dos pósteres de antiguos equipos del conjunto orellut colgados en las paredes de su bar no han servido de talismán. Tampoco el reloj con el escudo del águila y el castillo, blasón de un equipo de fútbol que respira historia, convertido ahora en vieja dama que fue de terciopelos. El tiempo albinegro se detuvo el pasado domingo. Lo paró un tal Aguilar.