Carlos tiene 9 años y estudia 4° de ESO en el colegio Ciudad de Valencia, en el barrio madrileño de Santa Eugenia. El jueves estuvo jugando al fútbol hasta las cinco de la tarde sin saber que sus profesores le estaban concediendo una prórroga. Su padre y casi todo su colegio sabían desde las 11 de la mañana que su madre había muerto. Al chaval le regalaron seis horas más de inocencia.

El chico tenía la mosca detrás de la oreja desde hacía rato y a sus profesores se les encogía el alma cuando le oían decir tímidamente: "Mi mamá coge el tren aquí, muy temprano". Todos le contestaban: "Tranquilo, que si lo cogía pronto seguro que no le habrá pescado la bomba", sabiendo que las mentiras piadosas son menos mentiras. Cuando su padre llegó a recogerle, el director y un pediatra cuyo hijo estudia en esa misma escuela le ayudaron a darle la noticia.

"Ahora casi no reaccionan, se sentirán peor después, cuando vayan pasando los días", asegura el director del centro, Modesto Pardo. Carlos es uno de los 10 alumnos de la escuela que se vieron afectados directamente por el atentado. Otras cinco madres y un padre de alumnos del centro también han resultado muertos. Además, hay un abuelo al que se da por desaparecido.

El 50% de los muertos

Dos hermanos, un niño de 11 años y una niña de 3, se han quedado huérfanos. Sus padres viajaban juntos en el tren. Otros dos hermanos, éstos de 6 y 11 años, también han perdido a su madre. Como dos niños de 4 años, que se han quedado sin las suyas. Y una de sólo 3 añitos. Una frase del director del centro da idea de cómo se ha visto afectado el Ciudad de Valencia: "De los 15 muertos del barrio de Santa Eugenia, casi el 50% son nuestros".

La mayoría de los fallecidos entraban pronto en sus trabajos. Las clases comienzan entre las nueve y las nueve y media, así que muchos padres dejan a sus hijos en la escuela a las siete y media de la mañana. Es un servicio que se conoce como los desayunos del cole. Unos minutos después ya estaban cogiendo el tren en la estación cercana de Santa Eugenia. Unos murieron allí mismo, al subir al vagón. Otros fallecieron en la estación de Atocha.

El centro funcionó el jueves con toda la normalidad de la que fue capaz. El Ciudad de Valencia es un centro público grande, con 1.300 alumnos. Ayer, a las 12, todos se concentraron en el patio y mostraron sus manos embadurnadas de pintura blanca. También colgaron sus murales lila con más manos blancas y lazos negros. Fue su forma de decir no al terrorismo y sí a la paz.

"Somos una comunidad educativa muy unida", explica el director. Este hombre, que lleva un lazo negro en la solapa, confiesa que no ha podido dormir. Estuvo toda la noche escuchando la radio porque el día de las bombas tenía demasiado trabajo ayudando a sus alumnos como para poder informarse.

Al lado del colegio está el instituto, el IES Santa Eugenia. Pardo creía ayer que ningún estudiante del instituto vecino había fallecido. Hay al menos un herido. Lo sabe porque lo vio en la tele y lo reconoció como exalumno suyo. Su imagen ha salido en todos los medios y se ha hecho tristemente famosa. Se llama Sergio Gil, estaba en la estación de Atocha cuando estallaron las bombas. Es un chico de 20 años que se había sentado, apoyado en un árbol, y no hacía más que intentar llamar desde su móvil. Uno de sus ojos estaba tan hinchado que no podía abrirlo.

Todos los que estaban en el colegio y en el instituto escucharon el ruido de la bomba, pero pensaron que debían de haber chocado dos trenes en la estación vecina. Al estar protegidos por el talud que forma la autopista de Valencia, la onda expansiva les llegó muy amortiguada y no vivieron tan crudamente el horror.

Los chavales del Ciudad de Valencia estuvieron protegidos de la barbarie por los muros del edificio. Y el esfuerzo de sus profesores funcionó como un duro caparazón para que sufrieran lo menos posible. Se trataba de preservar la inocencia infantil y convertir la escuela en una especie de hogar. Al fin y al cabo, pasan casi las mismas horas en el cole que en sus casas. Por eso sus profesores se sienten muy responsables de ellos. No tanto como los padres, pero casi.