A lo largo de 13 días, hasta que el terrorismo reventó las campañas electorales en vísperas de su cierre, los candidatos pugnaban por el voto de los españoles con todas las herramientas dialécticas que encontraban a mano. El candidato del PP, Mariano Rajoy, había colocado la lucha contra ETA, la unidad de España y el bienestar económico en el centro del debate. El socialista José Luis Rodríguez Zapatero evitó entrar al trapo y presentó a Rajoy como un enchufado de José María Aznar. Gaspar Llamazares (IU) defendía su espacio frente al voto útil que reclamaba el PSOE para desbancar al PP.

Un hombre normal que sólo quiere un país feliz

"Soy un hombre normal que sólo habla de lo que le interesa a la gente normal y que sólo quiere que su país sea cada día más próspero y feliz". Rajoy esgrimió este mensaje, con insistencia machacona, desde el inicio de su campaña. Tras formar su declaración de principios, pasaba a enunciar los problemas que, a su juicio, interesan a la gente. Tres, en concreto: el modelo de Estado, la lucha contra el terrorismo y la economía.

Rajoy alegaba que sólo el PP era capaz de acorralar a ETA, de garantizar la unidad de España y de asegurar el bienestar económico, la mejora de las pensiones e incluso el pago de las hipotecas. La alternativa era el caos: una coalición del PSOE con un batiburrillo de formaciones nacionalistas, izquierdistas y republicanas que sólo pretenden la ruptura de España.

El discurso de Rajoy tuvo como protagonista central un nombre propio: Josep Lluís Carod-Rovira. Exprimió hasta el último minuto el polémico encuentro que mantuvo el líder de ERC con ETA y que desembocó en una declaración de tregua de la banda sólo para Cataluña. Una y otra vez, sin descanso, Rajoy acusó a Zapatero de pactar con Carod las listas para el Senado y lo conminó a elegir entre su fidelidad al pacto antiterrorista suscrito con el Gobierno y el Partido Popular y su alianza con el que "negocia con los terroristas".

Rajoy inició su campaña con aspavientos algo histriónicos, muy confiado de su ventaja sobre el PSOE, e intentaba ningunear a sus rivales con el sistema elemental de no mencionarlos. Pero en la recta final de la campaña, y tras la divulgación de varias encuestas que situaban al PP por debajo de la mayoría absoluta, Rajoy endureció el tono y el mensaje, sacó a colación la corrupción de la era socialista y comenzó a nombrar a Zapatero y exigirle la ruptura con Carod.

Un líder "preparado" al que faltó el cara a cara

Zapatero se esforzó por transmitir la imagen de que, contra la tesis del PP, él está "preparado para ser presidente" del Gobierno. El dirigente socialista centró su campaña en exigir un debate público con Rajoy y en criticar que su rival eludiera el cara a cara. También explotó electoralmente el "no a la guerra" de Irak, que le ayudó a cosechar en las municipales de mayo la primera victoria socialista en 10 años.

Pese a que su lema era Merecemos una España mejor, Zapatero puso después el énfasis en la necesidad de "un cambio". Los dos millones de nuevos votantes que pueden acudir hoy a las urnas centraron los esfuerzos del candidato socialista, que les prometió empleos más estables, viviendas más baratas y, sobre todo, una educación "de lujo". "La misma que quiero para mis hijas", apostillaba siempre.

La mejora del Estado del bienestar fue la estrella programática que Zapatero se ocupó de desgranar ante sus fieles. Por eso rehusó entrar en la descalificación directa de su rival y mucho menos en responder a sus requerimientos. Los mensajes que colocó desde los mítines en las conexiones en directo de las televisiones --verdaderas destinatarias de las campañas electorales-- se centraron en explicar cómo pretende mejorar la educación, la sanidad y la asistencia a los dependientes.

Aunque sus datos internos apuntaban a una mejoría creciente en los resultados del PSOE pero insuficiente para vencer al PP, Zapatero mantuvo su compromiso de no intentar formar Gobierno salvo que obtuviera más votos que Rajoy.

Llamazares apela al "voto valiente"

Gaspar Llamazares dedicó gran parte de su campaña a defender dos objetivos: la validez del voto a Izquierda Unida y la necesidad de que su formación siga existiendo para estirar del PSOE hacia la izquierda.

Frente a la voracidad del PSOE, que sólo puede superar a la derecha agrupando el voto útil de los electores progresistas, Llamazares se dedicó a apelar al "voto valiente" para defender su espacio. Y en el tramo final de la campaña electoral no dudó en confesar que IU subirá ligeramente, al menos en votos.

El segundo objetivo de Llamazares ha sido convencer al electorado de la "necesidad" de arrebatar al PP la mayoría absoluta. Para ello, ha recordado las privatizaciones, la "corrupción del PP", la carestía de la vivienda y, sobre todo, la aventura bélica española en Irak de "quienes decían que nos iban a sacar del rincón de la historia y nos han llevado con las cabras al islote de Perejil".

Sus propuestas más imaginativas han sido: exigir que todos los cargos públicos se comprometan a llevar a sus hijos a la escuela pública y a utilizar en caso de enfermedad el servicio público de salud. "Es la mayor garantía de que estos servicios sociales no se van a seguir degradando", repetía el candidato de Izquierda Unida. Frente a las promesas de rebajas de impuestos, pidió "la creación de una comisión especial parlamentaria que vigile el cumplimiento del programa del partido gobernante".