Antes vendía quesos de bola, jamones de jabugo, miel o aceitunas. Ahora, además, oferta a la clientela manjares selectos importados de Israel o Túnez. "He buscado productos más específicos y de calidad como alternativa especializada, hay que intentar sortear la crisis que sufrimos desde hace cuatro o cinco años", argumenta Alicia Galindo. Su apellido la delata. Regenta el mismo negocio que abrió su padre en la calle Vera en el año 1942. Pocas cosas han cambiado desde entonces.

Una fotografía en blanco y negro del fundador detrás del mismo mostrador colgada de una estantería atestigua que las agujas del reloj no han dado muchas vueltas en los Ultramarinos Galindo. "El negocio es, en esencia, el mismo; la clientela, eso sí, ya no es del barrio sino que viene de fuera buscando cosas específicas que solo encuentran aquí", afirma. Por ejemplo, unos dátiles de primera calidad llegados desde Túnez.

Al igual que su colega de la calle Mealla, ella será la última de la saga familiar que venda frutos secos o huevos frescos. "Mis hijos han estudiado y no les interesa el comercio, la gente joven no quiere sacrificarse por menos sueldo y lo entiendo", afirma Alicia Galindo. En su caso, el poderío de las grandes superficies recortó sus márgenes de beneficio y le obligó a modificar la filosofía de venta para no cerrar antes de lo previsto. "Al margen de los productos, éste es un negocio incompatible con las vacaciones, pasas muchas horas en la tienda en las que no vendes nada", asegura mientras atiende a una clienta.

Dos factores más contribuyen a menguar el negocio: "Los robos y la falta de aparcamiento", cita con firmeza. Alicia Galindo reconoce que la falta de movilidad en el centro de Castellón penaliza los pequeños negocios frente a las grandes superficies. "Antes habían colas, ahora la gente joven prefiere no viene por comodidad o falta de tiempo", analiza. Solo pervive la clientela de toda la vida, "a la que puedo dar un trato cercano; seguiré así hasta el día que lamentablemente cierre esto".