España tiene hoy un desafío con la historia, una cita largamente esperada y que, pase lo que pase, ya ha servido para despejar los fantasmas que han perseguido toda la vida a una selección sin gloria. Pero esa ilusión se enfrenta a un enemigo que entiende el juego como una batalla en la que nunca se deja morir. España pelea contra el peso de su hueca historia y contra la de Alemania, escrita en un sinfín de finales --6 en la Eurocopa, con 3 títulos, y 7 en el Mundial, con otros 3-- como la de esta noche.

Alemania nunca pierde, a Alemania se la gana. Así que no será fácil tender un puente de 44 años entre esta España y la de Marcelino, y dejar de maldecir el balón que se le escurrió a Arkonada hace 24 años. Pero esta selección ha dejado atrás los complejos de otros tiempos y ha enterrado la furia para abrazar el talento, lejos del casposo patriotismo que no le había llevado a ninguna parte.

Pocos equipos entran en el campo envueltos por la mística de la Nationalmannschaft, una imponente denominación para un imponente país que ha hecho de la lucha su forma de vida. Brasil es la magia, Argentina es la sangre, Italia es el oficio; Alemania es menos seductora, pero es tozudamente ingrata. Nadie tiene su persistencia, su mentalidad, no se arrodilla nunca, un sello que ha dejado un rosario de citas que siempre le acompañan, como un intimidatorio cortejo que también entra en juego.

EL PEOR ENEMIGO. "El fútbol es un deporte en el que juegan 11 contra 11 y siempre ganan los alemanes". La sentencia de Gary Lineker no es solo una frase ocurrente. Es un principio que martillea a todos cuantos se cruzan en su camino, capaz de robarle la gloria a la Naranja Mecánica (1974) o de colarse ahora en la final cuando parecía moribundo. A Valdano, Alemania también la dado para una cita: "Aunque a muchos les parezca desagradable ver jugar a los alemanes, mucho más desagradable es jugar contra ellos". Y aún más ganarles.

Pero ese obligado respeto convive con una ilusión excepcional y una merecida confianza. España es la sensación de la Eurocopa, la más admirada. A Luis Aragonés le ha perseguido toda la vida el recuerdo de aquella doble final de la Copa de Europa (1974) que perdió con el Atlético ante el Bayern Múnich. Marcó el gol que forzó el partido de desempate y en el que no hubo nada que hacer (4-0). A los alemanes nunca se les puede dar una segunda ocasión. Pero el fútbol le ha dado al Sabio de Hortaleza otra oportunidad y, ahora, cuando tal vez sabe más por viejo que por diablo, no siente ni pizca de miedo.