"Creo que ganará Ximo Puig por 20 votos", expresa con cautela en el pasillo ovalado del Palacio de Congresos de Valencia un diputado autonómico partidario del alcalde de Morella mientras, en una sala cercana y hermética a las miradas curiosas, el recuento de sufragios se eterniza.

Huele a calma tensa. Militantes adscritos a familias y grupitos ideológicos de distinto pelaje dialogan en corrillo con la cartulina roja de la acreditación colgada del cuello como único nexo de unión. "Llevo dos horas esperando, a ver si salen pronto porque ya casi no me acuerdo de lo que he votado", ironiza una delegada de Izquierda Socialista.

Pasadas las tres de la tarde, la repentina algarabía procedente de un extremo del corredor acristalado revela que el oráculo del diputado es erróneo. "Ha ganado Alarte por 20 votos", informa el municipalista Óscar Tena sin perder el aplomo. Los tozudos números machacan el ánimo de unos y pintan la euforia en el rostro de los contrarios. Sin duda, la genuina dualidad de la política se impone inmisericorde. "Los socialistas queríamos una cara nueva, joven y fresca para ganar al PP y eso solo lo podía dar Jorge, aunque es verdad que Puig tiene experiencia, un buen equipo y ha hecho una campaña digna", razona una socialista de base afín a Alarte con la benevolencia de quien se sabe en el bando ganador.

Ximo Puig recurre al gesto elegante para dar la cara en los momentos duros. Sale al concurrido pasillo en primer lugar acompañado por Francesc Romeu y sus más fieles escuderos. Francesc Colomer, José Benlloch y María José Salvador aplauden. Dos besos fugaces a sus hijos y una mirada cómplice a su mujer le insuflan el ánimo justo para admitir en buena lid y sin perder la sonrisa el triunfo del alcalde de Alaquàs.

Avisados de nuevo por los gritos de júbilo, los periodistas dejan a Puig y vuelven a cruzar al galope el pasillo en busca de Alarte, que aparece al fondo repartiendo besos y más besos mientras, ajeno al lío, apocado por el desaliento, el autor de la fallida predicción del principio busca amparo en su líder. "Vamos a acompañar a Ximo", gestualiza. Y se va con dos más.

Ni una mirada al oponente. Ni un gesto de consuelo. Ni una leve mueca de conciliación. Nadie obedece el solemne llamamiento a la unión que el jefe del PSOE, Pepe Blanco, había lanzado con firmeza en el atril de oradores. Los municipalistas degustan el triunfo en un reservado del hotel Hilton. Los afines a Puig rumian la decepción en la intimidad de un bar próximo.

El secretario de Organización del PSOE exhibe galones y, tras sortear la colección de flashes y abrazos, sale disparado con Puig y Alarte a otro restaurante cercano a diseñar el futuro de una nueva etapa ilusionante e incierta. O demuestra poder de persuasión, o la incomunicación augura tormenta.