La abismal caída de la participación no presagia nada bueno. Puede que el votante esté cansado de ir a las urnas en según qué elección. Pero también puede ser que a la política se le acabe el crédito para gestionar una situación que, tal vez, debemos dejar de llamar crisis y asumirla como la nueva normalidad. Todos los partidos deberían fijarse bien en cuánto ha pasado a nuestro alrededor cuando la gente sustituye la política por otra cosa. La indiferencia sale mucho más difícil de gestionar que la indignación.

Cuando en unos comicios todos tienen más miedo a perder que ganas de ganar, el votante amarra. En la noche del 25-M preocupaba más la derrota que el triunfo. La pregunta era si la ola popular ya habría llegado a la playa y comenzaría a retirarse con la marea de los recortes, o si el derrumbe del zapaterismo podría prolongarse hasta el infinito y más allá. La respuesta ha sido bastante clara.

Parece que el electorado ya ha terminado su ajuste de cuentas con el socialismo. También da la impresión de que algunos ciudadanos que confiaron en el cambio de la derecha, se lo están empezando a pensar. La historia no resultó como la contaban. No bastaba con el regreso del poder Popular para que corriesen alegremente el crédito y el empleo, como en los buenos tiempos. Culpar a Zapatero soluciona las ruedas de prensa, pero a la gente que esperaba un milagro, no le arregla nada.

Para los populares todo cuanto no fuera gobernar Andalucía con mayoría absoluta y dejar al Foro de Francisco Álvarez-Cascos en simple chat sonaba a fracaso, que no a derrota. No tanto por la cuota poder que no gana, pero tampoco necesita, sino por la munición que ambos triunfos le habrían dado para disparar a discreción contra la credibilidad de la huelga general que ha ganado enteros. A Rajoy le ha salido cara la astucia de esconder los presupuestos. El miedo guarda la viña. El PP sigue ganado. Pero ya no arrasa. La duda sobre cuánto ajuste está dispuesto a soportar el votante ya está sembrada.

Para los socialistas, todo cuanto no fuera retener Andalucía y recuperar Asturias suponía un fracaso y una derrota. Tanto por la cuota de poder que necesitan desesperadamente, como por la capacidad balsámica para empezar a curar las heridas de una organización que necesita creer en una remontada aún perdiendo. IU es quien más gana. Pero tiene una llave que parece solo puede girar en un sentido. Otros partidos que recogieron los restos del naufragio socialista deben preocuparse por cómo convertir en residente un voto que, al parecer, solo viene de visita.