Hay algo más triste que una pareja en silencio en un restaurante y cada uno consultando el whatsapp en el móvil? Sí, una pareja con hijos en un restaurante haciendo lo mismo, pero todos juntos, en familia, con los niños absortos en un teléfono, una tableta o una consola. El más pequeño mira un capítulo de Peppa Pig; el de diez años consulta los últimos mensajes que han enviado sus amigos de clase por Telegram, y el de 14 cuenta cuántos me gusta tiene el vídeo que acaba de colgar su amigo en Facebook. ¿A qué les suena?

Nadie escapa a la movilmanía. Porque ese aparato que permite estar conectado 24 horas con los amigos, consultar las redes sociales, leer el periódico, hacer fotografías y averiguar qué tiempo hará el fin de semana es ya una extensión del brazo. Pocos pueden vivir sin él. Y los niños no son ajenos al fenómeno. En Castellón, el 30% de los menores de 10 años ya dispone de un teléfono inteligente, según los datos de la última encuesta del Instituto Nacional de Estadística (INE). Entre los de 10 y 12 años la implantación sube al 70% y se dispara al 90% en los de 14 años.

De entrada, la tecnología es positiva. Pero con tanto teléfono inteligente y tanta tableta en manos tan pequeñas no han tardado en aparecer los primeros problemas. La oenegé valenciana Padres 2.0 (su objetivo es ayudar a los padres que no saben cómo actuar ante el reto que suponen las tecnologías) daba hace tan solo unos días la voz de alarma: un 24% de los casos de adicción al móvil que atienden corresponde a niños de edades comprendidas entre los 10 y los 13 años. No son los más enganchados (el grueso de los casos se da entre adolescentes de 14 a 17 años), pero los datos que manejan ponen en evidencia la existencia de un problema que resulta cada vez más frecuente.

Más allá de que conceptos como el ciberacoso, el ciberbullying o el grooming formen ya parte de nuestro vocabulario, lo que preocupa cada vez a más padres son las consecuencias del abuso de las nuevas tecnologías. Inés M. (pide que no se publique su apellido) es una de ellas. Su hijo de 11 años no podía separarse ni del móvil ni de la tableta. “Estaba enganchado a todas horas. Incluso miraba la tele con los ojos puestos en el móvil. En el coche, en la cama, en la mesa... no había quien lo separara y cada día era peor, una pesadilla, hasta que decidí plantarme y poner solución inmediata”, cuenta por teléfono.

Pese a que pueda parecer exagerado, el hijo de Inés no es el único que tiene problemas con las nuevas tecnologías. “Los casos de adicción van a más y no solo entre chavales de 10 y 12 años, sino también de 8”, asegura Luisa Chornet, psicoterapeuta y pedagoga con consulta en Castellón.

Ante un caso de adicción al móvil y a la tableta los padres suelen llegar tarde. “Por lo general, se enteran cuando ya ha pasado mucho tiempo y acuden a un profesional cuando el menor presenta fracaso escolar y tiene conductas agresivas”, apunta Chornet.

Mar Molés, psicóloga del centro Camins, coincide en el diagnóstico. “La familia no suele ser consciente y detrás de esa adicción a la tecnología hay casi siempre un bajo rendimiento escolar e incluso absentismo”, sentencia.

La vida o el teléfono // La preocupación de los padres aumenta a medida que los niños tienen acceso a las tecnologías a una edad cada vez más temprana. “Hoy, a los 8 años un niño ya pide el móvil y los padres deben ejercer un control estricto si no quieren que el tema se les vaya de las manos”, defiende Alberto Arévalo, psicólogo de Som Terapia, con consulta en Castellón y Benicarló.

Conseguir que un niño de 10 ó 12 años apague el teléfono o la tableta no es misión imposible. Basta con proponérselo y seguir unas pautas que, a priori, parecen sencillas. “Se puede buscar la ayuda de un profesional que nos ayudará a diseñar un horario de uso de esos aparatos”, describe Alberto Arévalo. Y, lo más importante, los padres deben dar ejemplo. Una vez convencidos de que hay peligro, lo más eficaz es predicar con el ejemplo. Nada de estar conectado a todas horas. H