Una veintena de pueblos de Castellón están heridos de muerte, sumidos en una agonía demográfica que, salvo milagro, les aboca a la desaparición. Son pueblos que subsisten con menos de 100 empadronados según los censos oficiales, unas estadísticas que acostumbran a ser mucho más optimistas que la realidad. Porque los que residen durante todo el año suelen ser menos. A veces, bastantes menos. Esos municipios son la avanzadilla de un erial demográfico que no para de extenderse y que, literalmente, está vaciando casi todo el interior de Castellón. El éxodo del campo a la ciudad no es nuevo. Comenzó en la década de los años 50. El resto lo ha puesto el paso del tiempo: cada vez menos jóvenes, cada vez menos niños, cada vez menos vecinos, cada vez menos servicios públicos y, también, cada vez menos casas habitadas.

«Esta vivienda está cerrada desde hace más de diez años, a esa otra solo vienen en vacaciones y en aquella como no hagan algo rápido se cae”. La frase se puede escuchar de boca de cualquier vecino de la mayoría de pueblos del interior de Castellón. Porque en casi el 70% de las casas de los municipios de menos de 1.000 habitantes no vive nadie. O si lo hace, solo se llenan en fechas muy puntuales, como algunos fines de semana o durante los meses de julio y agosto. La mayor parte del año permanecen cerradas.

Los últimos datos que maneja el Instituto Nacional de Estadística (INE) no vienen sino a corroborar un hecho que preocupa, y no poco, a los alcaldes. De las 37.035 viviendas con las que cuentan los municipios de Castellón de menos de 1.000 habitantes solo el 32% son viviendas principales, es decir, están habitadas durante todo el año. En la mayoría (el 68% restante) no vive nadie o solo están llenas unos meses al año. Es el panorama al que se enfrentan una parte importante de los pueblos más pequeños: persianas vacías. Silencio absoluto. Un fenómeno, el de la despoblación, al que la Administración trata ahora de poner freno. La Diputación Provincial acaba de anunciar la campaña Quedat al Poble, mientras que el Consell trabaja en un anteproyecto de ley con un estatuto de discriminación positiva para los municipios con una clara regresión demográfica.

En los pueblos la lista de casas cerradas es interminable. «El fenómeno se da, sobre todo, en la parte más vieja de los pueblos, donde hay calles con 30 casas pero en las que solo viven de manera permanente en cuatro o cinco», apunta José Rosendo Segarra, alcalde de Xert.

CASAS QUE SE CAEN A PEDAZOS // El problema es que muchas de esas viviendas que llevan años y años cerradas han acabado por degradarse. En municipios como Sant Jordi lo saben bien y, de hecho, ya lo están solucionado. ¿Cómo? Obligando a los propietarios a rehabilitarlas. Quien no lo haga se expone a una multa económica.

El panorama es el mismo se mire en el pueblo en el que se mire. Tres ejemplos. En Algimia de Almonacid, y siempre según el INE, hay 513 viviendas, pero solo 146 están habitadas de manera permanente. De las 734 viviendas de Canet lo Roig, apenas 337 están ocupadas todo el año y en la Serratella hay habitadas permanente 53 viviendas, pero el municipio cuenta con 175. «Los fines de semana sí hay más movimiento, sobre todo, por parte de familias que viven fuera», explica Alfonso Arín, alcalde de este municipio de la comarca de la Plana Alta de 99 habitantes.

Aunque una parte importante de las viviendas llevan años desocupadas, hay otro porcentaje que se utiliza como segunda residencia, sobre todo, en verano. «En julio y agosto en Torás multiplicamos por 10 el número de vecinos », cuenta su alcalde, Carlos Leoncio del Río. En Xert pasa algo muy similar y de los 750 habitantes pasan a más de 2.500.

Llenar en verano está muy bien, pero llega septiembre y los veraneantes se marchan a la ciudad. Otra vez el silencio. Otra vez, más viviendas vacías.