Teletrabajar desde un municipio pequeño es posible, incluso en empresas con actividades repartidas en diferentes partes del mundo. Este es el caso de Alejandro Martín, que lleva la empresa Digit-S desde Atzeneta. «Tenemos a 15 empleados y prestamos servicio a compañías de ocho países, y ahora estamos todos en teletrabajo», señala.

Se dedican a la gestión de software en gestión de color y producto para el sector cerámico, y considera que la pandemia ha acelerado la flexibilidad en este campo. «La falta de adaptación penaliza y en nuestro caso estamos acostumbrados a que nuestros clientes tengan diferentes husos horarios o que sus jornadas festivas no coincidan con las de aquí», añade.

Otro ejemplo es el de Fina Montiel, que desde la pandemia tiene su actividad laboral en su casa de Eslida. Junto a otras dos compañeras está en Dièresi, dedicada a la traducción y asesoramiento lingüístico. Menciona que en el ámbito de las traducciones apenas ha tenido cambios, pero sí en la vertiente que dedican a la docencia. «Cuando comenzó el estado de alarma, nos tuvimos que conectar a la plataforma que tiene la UJI para hacer videoconferencias y todos nos conectamos desde nuestras casas», relata. Ella ve la ventaja de que las clases se graban y se pueden consultar en todo momento.

Cambios acelerados

José Ramón Villarroya es mentor de emprendedores y formador en compañías de todo tamaño, y tiene en Sant Jordi su centro de operaciones. Vivía en Madrid hasta que optó por dar este cambio, «para estar en un sitio más tranquilo». De su experiencia destaca el gran cambio que supuso la llegada de la fibra óptica. «El ADSL iba bien, pero no se podían mandar vídeos largos, porque la conexión hacía que el proceso fuera muy lento», asegura.

La pandemia ha supuesto «seguir con mis trabajos sin tener que viajar tanto», y entre los consejos que da, recomienda usar dos pantallas y reducir al máximo el uso del papel. También destaca la necesidad de reforzar la ciberseguridad, algo a lo que se dedica.