Comenzó el desafío ganadero. Y se notó. En los detalles, en las sensaciones. Algo había en el ambiente, se notaba que la tarde era diferente. Salvo en la taquilla. Como en tardes anteriores, mucho cemento en el tendido. Demasiado cemento para el que cabría esperar al reclamo de un final de Feria Taurina de la Magdalena con el atractivo de los hierros toristas. Está claro que no va a ser un buen año para la Fiesta ni para la cita taurina castellonense.

Hablemos de los detalles diferenciadores. Se oía hablar mucho francés en el patio de caballos. Sabida es la especial sensibilidad del público francés y su afinidad con el toro-toro. Y bueno es que se hayan desplazado a Castellón. Otro detalle. El sentimiento de emoción. De percepción del riesgo, que debe ser inherente a todo espectáculo taurino pero que, sin embargo, había brillado por su ausencia en las tardes anteriores, en las del medio-toro.

Ayer se percibía el riesgo. Por ejemplo, cada vez que el segundo de la tarde miraba a la yugular de Alberto Aguilar, viniéndose cruzado a los cites del torero. Esa sensación de abultamiento en la garganta que da importancia a lo que ocurre en la arena. También fue diferente el afán de ver al toro. La solicitud del público que quiso ver a los seis toros en el caballo, y que resultó en algunos tercios de varas interesantes, como el del quinto de la tarde, segundo de Cuadri, que se arrancó de largo y empujó con firmeza. El gran espectáculo de un toro arrancándose al caballo. También pudo ser interesante la pelea del cuarto, pero un nefasto picador -otro más- dio al traste con la pujanza del que pudo ser un buen toro. Toro bravo y picador manso.

Un pero. El excesivo fervor de la concurrencia al solicitar las orejas. Irreprochable, no obstante, la postura del presidente del festejo. Lo importante, sin duda, es que el que paga su entrada salga contento de la plaza, y así ocurrió ayer. Pero igual alguna oreja fue fruto de la exaltación popular. Hasta aquí puedo leer. H