Cuando, en una ocasión, preguntaron a don Eduardo Miura Fernández la razón por la que sus toros se pegaban tanto en el campo, el patriarca respondió que se pegaban para mandar, como la gente. Esta es la línea argumental que resume la forma de ser de una ganadería que ha forjado su leyenda a lo largo de más de siglo y medio de existencia. Una línea argumental que la familia Miura no ha abandonado nunca -ni abandonará jamás- y que ha hecho que el apellido Miura sea renombrado mundialmente, y sinónimo de conceptos como la bravura, la fiereza, la fuerza y la personalidad.

La primera parte de la ‘miurada’ castellonense no fue, ni de lejos, la de la leyenda. Antes bien, fue un encierro pastueño y sin aviesas intenciones, a excepción hecha del tercero, que ese sí fue un malaje de los que cogen sentido y acaban cazando moscas con la punta de los pitones en pleno albero. Teniendo en cuenta que un ‘miura’ nunca es la tonta del bote, al menos los dos primeros de la tarde dejaron hacer a los diestros. Mención especial mereció la pelea en varas. Gracias a la generosidad de los matadores, Javier Castaño y Serafín Marín especialmente, que sacrificaron muletazos por lucir a los de Miura en el caballo, el público castellonense disfrutó de tercios de varas para el recuerdo. Memorable el del segundo de la tarde, que entró hasta cinco veces al caballo, si bien en la última ocasión se simuló la suerte con el regatón de la garrocha. El respetable agradeció el presente con una sonora ovación, y todos tan contentos. Objetivo cumplido, porque era éste uno de los fines del desafío torista de la Feria Taurina de la Magdalena de Castellón.

Cuadri, por su parte, echó un último toro que salvó los muebles al final, con su embestida boyante y sincera en la muleta. Los dos anteriores, sin embargo, no habían ofrecido las buenas prestaciones de sus hermanos del día anterior. Se arregló con el sexto, que rubricó la buena feria que ha cuajado el ganadero onubense. De nota. H