El Periódico Mediterráneo

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Puerta grande para Manzanares, que agiganta su romance con Castellón

Tres orejas cortó el alicantino, que puso el mejor broche a la feria

Manzanares fue seda y caricia. Otra tarde de nota más en esta plaza.

Salió el sol. ¡Albricias! Nunca es tarde si la dicha es buena. Ese anhelado sol que tanto se ha echado de menos esta feria y que dejó en casa a los indecisos que al final acabaron perdiéndose grandes momentos en el coso de la avenida Pérez Galdós. Porque ayer, sin ser la explosión de emociones del día anterior, hubo toreo de caricia y lírica. Sobre todo de manos de Manzanares, que ya es un consentido en esta tierra. Se le quiere y se le espera y el torero, consciente de ello, se vuelca con la afición. 

Bien es cierto que la corrida de Jandilla condicionó en exceso la tarde, a la que le faltó ese calambrazo sonoro, como le faltó ese empuje final a todos los toros. Borja Domecq envió un encierro excelente de presentación, un lujo de corrida en tiempos en los que el pienso cotiza en bolsa como el oro. Toda apretada de carnes, redonda. Pero a la que le faltó raza. A medio gas. Descafeinada a veces. Los toreros tuvieron que sacar mucho de su parte. Tanto en técnica como expresión, así que Manzanares y Morante fueron pacientes, insistentes y acabaron encontrándole el fondo a sus toros que, aunque muy fondo, algunos sí lo sacaron. 

Como ese quinto, que empujó en varas metiendo los riñones y la cara abajo. Buen tercio de banderillas de Daniel Duarte y Pascual Mellinas. Manzanares, que en esta tierra tiene una legión de partidarios, toreó a placer a un buen toro, con calidad y nobleza que, si bien en algunos momentos le faltó empujar, lo suplió el torero con expresión y elegancia. Le dio pausa al toro, tan necesaria, y lo dejó muy a su aire, incluso en los terrenos que eligió el animal, cerquita de toriles, como en su anterior faena. El buen trato, el temple, hizo mejor al toro, que acabó respondiendo a la exigencia manzanarista. La suavidad, la caricia… todo cuanto hizo fue siempre pensando en el toro, que le aguantara. Y le aguantó. Consiguió levantar la obra y el epílogo tuvo eco. Puso mucho el torero, la música y sobre todo el estoconazo fulminante con el que finiquitó su obra. ¡Y qué banda sonora! La Concha Flamenca como fondo, que tan bien le sienta a Manzanares, premonición siempre de faenas grandes. La ovación a la Schola Cantorum, de La Vall d’Uixó, fue sonora, como la petición de las dos orejas, que el palco no tuvo más remedio que conceder. 

Dio una dimensión importante frente a su primero, un toro que se definió en la muleta, donde Manzanares expuso con esa naturalidad que da el valor sereno. Salió parado ese jandilla, que despertó en el caballo tras un mini puyazo antes de derribar al piquero. Salió suelto el toro, manseando, hasta que Dani Duarte lo sujetó con un capote poderoso, con dureza de trallazo que tan bien acuñó Rafael Duyos en el poema dedicado al inolvidable Blanquet. Y rompió a bueno el jandilla, que tuvo hasta cierto punto de transmisión y repetía a la muleta de un Manzanares que ligaba sin solución de continuidad. Muy templado el alicantino. La faena, aunque a menos, ya con el toro en la querencia de toriles, tuvo la rúbrica del acero manzanarista y paseó la primera oreja de la tarde. ¡Qué contundencia con la espada durante toda la tarde!

VIVA MORANTE

A Morante vinieron muchos aficionados a verle con ramitas de romero, que es seña de identidad para apoyar a los toreros artistas. En esta ocasión, el romero tuvo visos reivindicativos, pues recuerden en prefería cómo sirvió para tapar el puro que no dejaban mostrar en un acto de ataque directo a la tauromaquia. En la vuelta al ruedo se lo lanzaron y Morante, que tiene ingenio, se lo guardó todo bajo el brazo, arrancó una ramita y se la llevó a la boca. ¡Viva Morante!

Vino a justificar su doble inclusión en la feria, que no es algo que vayamos a echarle en cara. Ya sabemos que la inspiración no siempre le coge a uno a las cinco de la tarde. Y siguiendo el hilo de esta nueva etapa del Morante que ya no tira por la calle de en medio, le echó corazón, alma y pasión a sus dos faenas, tan necesaria ante dos toros justamente carentes de eso, de alma, corazón y pasión. 

Extraordinario el quite a la verónica de Morante al toro que abrió la soleada tarde, con uno de los lances dormido y una media de categoría. Antes, había llevado al caballo con un grácil galleo por chicuelinas al paso. Ya desde el capote se veía al jandilla que tenía calidad, pero poco empuje para seguir los engaños hasta el final. Morante lo entendió perfecto en la muleta y hubo momentos en los que llegó a torear despacio. Faena de detalles a la que le puso el sello de una efectiva estocada con la que tumbó al toro. Se le pidió la oreja que no quiso dar el palco cuando hubo petición mayoritaria. Incomprensible.

Una trincherilla, que fue un cartel de toros, en el arrebatado inicio de faena, despertó el optimismo después que el de Jandilla blandeara en los primeros tercios. Había brindado la faena a Ripollés. De genio a genio. Porque hay que ser un genio para inventarse una faena ante tan pobre material. El sevillano, que eligió los terrenos de sol, puso la expresión que le faltaba al toro. Muy comprometido consigo mismo y con la afición de una tierra en la que ha hecho doblete este año. Faena larga, de buscar el fondo de un animal que lo acabó sacando. Abrochó con manoletinas muy personales y un gran volapié que le valió la oreja. ¡Cómo mató Morante! Dos estocadas hasta la bola en sus dos toros, volcándose con verdad. Si es que cuando quiere… es mucho Morante. 

ORTEGA, DE PUNTILLAS

Juan Ortega pasó de puntillas de Castellón. Y de Valencia. No le ha sentado bien el Mediterráneo al sevillano, que ha tenido un frío inicio de temporada. Tendrá que esperar a su Sevilla… o a Madrid, la plaza que siempre le dio cobijo cuando le ninguneaba el resto. 

Bien es cierto que tuvo el lote menos propicio, pero dio la sensación de contagiarse de esa sosería. Detalles aislados, una trincherilla por aquí, un cambio de mano, la verónica… pero a todo le faltó conjunción y convicción. Pareció desdibujado por momentos, sobre todo en el último, cuando vio que se le escapaba la tarde. 

El inicio de faena del trianero al tercero estuvo repleto de poderío, torería y despaciosidad. Fue lo único destacable de su labor, pues el toro, que no andaba muy sobrado de raza y fuerza, se desinfló de inmediato. Así que poco pudo decir el sevillano frente al astado de su presentación en esta plaza.

El manojo de verónicas de Juan Ortega al sexto tuvo aroma y enjundia. Solo eso se pudieron llevar algunos incondicionales que llevaban romero por él porque el de Triana, cuando mece el capote con esa cadencia, sobre todo por el lado izquierdo, pocos rivales tiene. 

Se desmonteraron en banderillas Abraham Neiro El Algabeño y José Ángel Muñoz. Y después, poco más que contar. Descafeinado el toro… y el torero. Y el público, a esas horas, todavía con la última luz de un tardo atardecer, no quería otra cosa que echarle el cierre a la feria. Cerrojazo a esta Magdalena pospandemia, pero no a la temporada. Punto y seguido pues. Nos emplazamos a junio, por Sant Joan y Sant Pere, que al final se ha quedado un serial de categoría y variado con tres festejos. 

Una feria con el sabor agridulce del temporal. Aunque al final, el arte, la bravura y la pasión de algunos toreros fueron las mejores armas para luchar con tanta inclemencia. El público aguantó el chaparrón y no le importó ni el frío ni calarse hasta los paños menores con tal de ser testigo de una de las mejores ferias que dejó detalles para el recuerdo y muchos nombres propios. Una tormenta de pasiones, un diluvio de arte.  

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