Una de las funciones del arte ha sido testimoniar una época, definir un contexto, expresar vivencias, ahondar en cómo somos. La observación lo es todo; lo ha sido desde las culturas ancestrales que ya en su día se sirvieron de la pintura para narrar sus vivencias y plasmar sus costumbres. Todo ha sido visto e interpretado por el ojo del artista: edificaciones, paisajes naturales, prendas y utensilios, alimentos, animales de cualquier especie... Entre todos esos elementos, la figura humana cobra un especial protagonismo, pues somos un elemento clave de esa realidad histórica que transformamos a nuestro antojo desde tiempos remotos.

A lo largo de los siglos, los artistas y artesanos han reproducido cientos y cientos de escenas costumbristas, dejando una huella perdurable --al menos, esa era la intención principal-- de su entorno. Hasta que la escritura no se afianzara como método y forma de transmitir conocimiento, la pintura era la expresión más viva y directa. Así, no es de extrañar que esos artistas y artesanos decidieran realizar uno de los ejercicios de análisis más profundos que pueden existir: el autorretrato.

El aforismo griego “gnóthi seautón” (conócete a ti mismo) podría decirse que es la raíz, el germen que da vida a ese afán por intentar comprender la conducta humana, nuestra moral y pensamiento. Ya se sabe que comprenderse uno mismo es comprender a los demás y viceversa; sabiendo que somos todos pertenecientes a la misma naturaleza. Es imprescindible ver al ser humano ante la verdad, saber qué somos, y por tanto descubrir nuestras virtudes y miserias. Escrutar el rostro, hasta el punto de analizar todos y cada uno de los pequeños detalles, sirve para mirar más allá de la apariencia. Aunque pueda sonar un tanto pueril, observarse con atención puede llevarnos a reconocernos ante nosotros mismos y el mundo.

el caso de sorolla

Joaquín Sorolla Bastida (1863-1923) pintó más de cuatro mil obras a lo largo de su carrera, de ellas, como indica Isabel Justo, solo veinte son autorretratos: ocho obras definitivas sobre lienzo y el resto estudios y bocetos. “El pintor se retrató además en otros cuatro cuadros: dos retratos familiares, una escena de ambiente urbano en París y el retrato de grupo del Patronato del Museo del Greco”, afirma la comisaria de la exposición ‘Pintar y amarte’ que aun se puede visitar en el Museu de Belles Arts de Castelló. Justo remarca que esas veinticuatro obras cobran “una importancia singular dada la significación que la historia del arte ha otorgado al autorretrato, su estrecha vinculación con la figura del autor y las claves que se supone esconde para comprender su trayectoria artística”.

De todo eso, precisamente, versará la investigadora del Instituto Sorolla el próximo 10 de octubre en una conferencia que tendrá lugar en el centro artístico de la avenida Hermanos Bou. “La mayoría de disquisiciones generales que en materia del retrato en la obra de Joaquín Sorolla han escrito los especialistas se pueden aplicar a las efigies que de sí mismo elaboró el pintor”, explica Isabel Justo, quien afirma que “en la mayoría de autorretratos pintados que nos vienen a la memoria recordamos especialmente la mirada del protagonista/pintor; una mirada difícil de esquivar”. En este sentido, la investigadora realiza una cuestión sumamente interesante: ¿Hay algo más fascinante que poder mirar a otra persona interceptando su mirada sobre sí misma? Si soy sincero, resulta un reto atrayente.

Todos los autorretratos de Joaquín Sorolla --dice Isabel Justo-- miran a los ojos del espectador con apenas cuatro excepciones: las tres primeras son estudios tempranos en los que el pintor se retrató a sí mismo de espaldas: ‘Pintando e Interior del estudio’ (ambos de 1885-1886) y ‘Sorolla pintando en su estudio de Roma’ (1886). Estas pequeñas obras abocetadas deben ser espejos que permitieron al artista contemplar esa insólita faceta de sí mismo. El otro autorretrato excepcional pertenece al cuadro titulado ‘Boulevard de París’ y es obra también juvenil (1890).

Estas obras atrapan al espectador en un halo de misterio y suscitan mil y una preguntas sobre el artista. ¿Qué estaría pensando? ¿Cuál era su pretensión a la hora de representarse a sí mismo? ¿Realmente fue fiel a lo que veían sus ojos? Según dice Isabel Justo, “Sorolla se mira a sí mismo a los ojos en sus autorretratos; es, por otra parte, lo que cabe esperar de un artista que pretendía la máxima fidelidad con el referente, en este caso uno que solo mediante artimañas podría retratar su rostro de frente sin mirarse a los ojos”. Para comprobarlo, se puede visitar todavía el autorretrato pintado en el año 1912 en el Museu de BBAA. H