LSSRqacqua alta es un fenómeno que afecta a la ciudad de Venecia generalmente en otoño y en invierno, cuando la marea astronómica, el fuerte viento de siroco, el fenómeno de los “seiches” en el mar Adriático, o todos estos elementos juntos, determinan un mayor flujo de agua en la laguna veneta. Muchos son los turistas que se muestran encantados ante este acontecimiento. Otros, por el contrario, se amilanan ante el frío, la lluvia y ese agua que poco a poco invade tierra.

Enfundados en sus chubasqueros, botas de agua, cortavientos... deambulan de acá para allá para deleitarse con la vista del Ponte di Rialto, il Canal Grande dal Ponte dell’Accademia, la piazza San Marco y la espectacular Basilica di San Marco que presiden San Marco e il Leone... Por su parte, los habitantes de la città intentan cumplir con su rutina como pueden, acostumbrados a las inclemencias, no solo del tiempo, sino del ajetreo extra que provocan los visitantes primerizos. Luego están los “ni pa ti ni pa mi”, es decir, los que no son autóctonos de la zona pero tampoco encarnan el papel de viajeros neófitos. En esta segunda categoría podría incluirme, consolidando esa especie de relación amor-odio que tengo con ‘La Serenissima’. Y es que Venecia me conmueve y hace suspirar, me produce una nostalgia inusitada, una añoranza de épocas pasadas de esplendor y gloria, de fiesta y romanticismo, pero también me estresa e incomoda, lo digo con total sinceridad. Creo que Thomas Mann describió esa atmósfera crepuscular y agónica de la colorida Venecia de forma sublime: “la ciudad mitad fábula y mitad trampa de forasteros”.

castellón y venecia

La razón de mi partida a la ciudad de los 150 canales y 400 puentes no fue otra que visitar nuevamente la Biennale, esa macroexposición de arte que este año cumplía su 55ª edición. Desde 1895, esta cita bianual supone el mayor escaparate mundial de las tradiciones innovadoras del arte moderno. Los nombres más relevantes del panorama internacional se reúnen aquí para crear un diálogo sobre las tendencias, lenguajes y medios de expresión artístico más relevantes. Y entre todos esos artistas, comisarios, instituciones y países participantes, resulta increíble que uno pueda encontrar férreas conexiones con Castellón, pero así es. Este año la representante del pabellón español en la cita es la aragonesa Lara Almarcegui, quien recordemos protagonizó también el proyecto ‘Montaña para Benlloch: tierra de las obras del gasoducto’ en la localidad castellonense el pasado 2012. En Venecia, al igual que hiciera en Castellón y en anteriores trabajos, Almarcegui hace uso de materiales de construcción que amontona creando una especie de colinas o montañas con un cierto aire dramático. Así, el visitante ha podido ver una serie de “escombros” --perdonen si el término no es del agrado de todos-- dentro del edificio que Javier de Luque construyó en los jardines venecianos allá por 1922. Pero eso no es todo, puesto que también ha llevado a cabo una guía y una proyección sobre la Sacca San Mattia, una isla que fue vertedero de la industria del cristal en Murano y escombrera de la renovación de Venecia en los setenta, “donde se planean ahora las mayores alucinaciones para el futuro de la ciudad”, en palabras de la propia artista.

a destacar

Sin querer menospreciar el trabajo de Almarcegui, diré que a lo largo de esta edición de la Biennale he visto obras que me han suscitado mayor interés, como la protagonizada por el holandés Mark Manders, quien presentaba una selección “saludablemente perturbadora” de esculturas, instalaciones y diseños arquitectónicos. Todas las obras combinan un cierto misterio, con un gran atractivo visual. Manders hace un uso de los materiales en el que nada es lo que parece --la epoxi parece barro, la arcilla se convierte en bronce y el bronce parece ser de madera--.

Otro de los artistas que me causó gran impacto fue Walter De Maria. El norteamericano, uno de los primeros defensores del minimalismo y representante del ‘land art’, fallecido este mismo año --en el mes de julio--, hipnotiza al espectador gracias a la clara premisa del “menos es más”. En el Arsenale pudimos ver una instalación de más de veinte postes de bronce, titulada ‘Apollo’s ecstasy’ (1990), en posición horizontal, en paralelo al suelo, sin más. La sencillez es magistral. Massimiliani Gioni, comisario de la presente cita artística veneciana --que se presentó bajo el nombre de ‘El Palacio Enciclopédico’-- escribió en el catálogo de la bienal: “Walter De Maria celebra la pureza muda y gélida de la geometría. Al igual que todas las obras de este artista legendario, esta escultura abstracta es el resultado de complejos cálculos de numerología, un sistema autónomo en el que las infinitas posibilidades de la imaginación se reducen a una síntesis extrema”.

El pabellón sudafricano contó con el imaginativo y asombroso trabajo de Wim Botha, que usa enciclopedias para crear retratos tridimensionales. Por su parte, la belga Berlinde de Bruyckere sorprendió con ‘Cripplewood’, una instalación de cera a gran escala que reproduce con precisión un vasto tronco de árbol caído, con un parecido inquietante a los huesos, los músculos y los tendones de la forma humana. Y muy vitalista fue también el proyecto de la boliviana Sonia Falcone, ‘Campo de Color’, donde utiliza ollas de barro llenas de cayena, chile, pimienta, canela, cúrcuma, tomillo, pimentón... Un auténtico arco iris.

El polaco Pawel Althamer protagonizó otra de las propuestas que mayor impresión causó. ‘Venetians’ ofrecía un retrato surrealista de personas cuyos rostros y manos, hechos en un molde de plástico, se juntan a órganos compuestos por cintas de plástico extruído, esqueletos de barras de hierro... Althamer nos presenta a una serie de habitantes a tamaño natural, cuerpos macabros que parecen ser almas en pena, una radiografía de la sociedad actual.

En definitiva, he de decir que esta 55ª edición de la Biennale, a pesar de las inclemencias climatológicas propias de noviembre, ha propiciado grandes alicientes e imágenes que permanecerán largo tiempo en mi memoria; y todo ello, siempre, con la sensación de que Castellón, como promotor artístico, va por buen camino. H