El arte es conciencia y testimonio de nuestro tiempo. Al menos, el arte que se obstina en plantear cuestiones de responsabilidad, ese arte que deja a un lado el mero placer estético para centrarse en algo mucho más intrincado, nuestra propia realidad social.

El arte actual busca crear nuevos paradigmas, ampliar las perspectivas que tenemos de aquellos mecanismos y jerarquías que conforman las comunidades. Y si el arte busca conformar y complementar esa pauta, los museos --como ya escribiera en su día-- deben dejar de ser espacios en los que no exista una interrelación con el espectador. Implicar al público, convertirlo en un agente más de la producción artística es necesario hoy día, más teniendo en cuenta el hecho de que la opinión pública se desvanece, que aquellos rincones en los que poder discutir, reflexionar y alimentar el espíritu crítico parecen condenados al olvido debido a la mala praxis política.

El arte es conciencia. Debe serlo. A esa misma conclusión creo que llegaron también en su día David Arlandis y Javier Marroquí, comisarios de la exposición 7.000.000.000 que se inaugurará el próximo 31 de enero en el Espai d’Art Contemporani de Castelló. A pesar de una afonía propiamente invernal, tuve ocasión de conversar con ambos investigadores y críticos del arte sobre este proyecto que llama la atención por su compromiso, pues, como mencionaba antes, las nuevas formas de creación artística consideran al público no como un sujeto pasivo ni consumidor, sino como agente, un sujeto político capaz de expresar sus opiniones.

La colectiva, o mejor dicho, la reunión de artistas responsables ética y moralmente, parte de la idea de “desarrollo sostenible”, concepto que ahora solemos leer por doquier en notas de prensa, programas políticos, lemas de empresa, concepto que se han encargado de mutilar en pro de alcanzar intereses que no repercuten directa y positivamente en la ciudadanía, por más que quieran vendernos tal papeleta. Asimismo, como ocurre en ocasiones, el término también ha sufrido el peso de la “etiqueta”, pues todo lo que es sostenible debe tener exclusivamente --o eso nos han hecho creer-- un carácter medioambiental, ecológico. Nada más lejos, ya que existe o debiera existir una sostenibilidad económica y política, entendiendo esa sostenibilidad como un proceso de integración de valores y principios basados en la ética.

Arlandis y Marroquí creen que “cada día se hace más y más evidente que el sistema actual no va a ser capaz de evolucionar positivamente y dar respuesta a las demandas tanto a nivel local como global. Por ello, deben plantearse otros modelos de desarrollo diferentes que habrán de mostrarse más sostenibles. Estos modelos tendrán que basarse necesariamente en un entendimiento más amplio de la actividad humana, uno que mire directamente a la totalidad de la vida”. Y eso es, a grosso modo, lo que se pretende con esta exposición en la que el arte va más allá de la estética.

LA MUESTRA

7.000.000.000, en palabras de sus comisarios, “hace referencia a la cifra estimada de habitantes en el mundo ya que el problema del desarrollo sostenible abarca a la totalidad de las personas, tanto individual como colectivamente, y además, comprende todas las facetas de su vida”. Esto permite llegar a una conclusión en la cual, “vida, producción y política son un circuito ininterrumpido dominado globalmente por el modo de producción capitalista”.

Como escribiera Jorge Otero, “en los últimos 30 años el sistema capitalista se ha degradado hasta el punto de convertir a la economía mundial en un gran casino donde la especulación sin control se ha convertido en la única norma”. Es por ello que resulta chocante, por no decir contradictorio, que sea este mismo sistema el que abogue en la actualidad por un “desarrollo sostenible”, cuando realmente no lo practica. Sin embargo, siempre existe ese halo de esperanza, esa diminuta grieta por la que intentar revelarse. “La dominación llega hasta la vida misma, pero la resistencia también se encuentra en el desarrollo de la vida de los 7.000.000.000 de habitantes del planeta. Así pues, todas las facetas de la vida están relacionadas unas con otras, todas forman parte del gran escenario de la producción de nuestra contemporaneidad y en este mismo espacio es donde se produce la posibilidad de sublevación de forma creativa”, dicen Arlandis y Marroquí.

El perfil de los proyectos incluidos en el EACC, tal y como me comentaron los comisarios de este proyecto expositivo, responde a una manera muy concreta de hacer: “la del artista como investigador”. Ambos se interesan por una manera distinta de entender el arte. Su posición crítica está enfocada a la creación de conocimiento usando herramientas más cercanas a la investigación que a la “producción estética de bienes de consumo”. Arlandis y Marroquí huyen del típico modelo contemplativo porque entienden el arte y, por ende, las exposiciones, como un lugar y un tiempo de producción de conocimiento colectivo, una ocasión para el encuentro de intereses comunes y “una ocasión para la activación de la acción social y política”.

LOS ARTISTAS

El EACC se convierte, pues, en un lugar de encuentro donde se aprende, donde pasan cosas, se incita a la reflexión crítica y se favorece el intercambio gracias a los trabajos de Anetta Mona Chisa & Lucia Tkácová, el colectivo Basurama, Carlos Motta, Daniela Ortiz y Xosé Quiroga, Johan Grimonprez, Julieta Aranda y Anton Vidokle, Juan José Martín Andrés, Núria Güell --quien recordemos es la última ganadora del Premi Internacional d’Art Contemporani Diputació Provincial 5X5--, Tue Greenfort, Regina José Galindo, Oliver Ressler y Zanny Begg, The Otolith Group y Ursula Biemann. En muchos de los proyectos de estos artistas se fuerza el espectador deja de ser mero espectador para convertirse en participante.

Para ejemplificar ese afán por implicar al público, basta con comentar brevemente piezas como la que presentará Basurama, Laboratori Públic de Castelló que crea un grupo de trabajo con ciudadanos de la capital de la Plana para documentar de manera autónoma zonas sensibles a la destrucción y el consumo del territorio. Ocurre algo similar, con la pieza Rescate, de Nuria Güell, que se configura como una oficina activa instalada en el EACC que difundirá diferentes posibilidades creativas para revertir la insostenible situación económica que vivimos, ofertando asesoramiento gratuito a los ciudadanos interesados. Pero eso no es todo, claro.

La mayoría de las piezas que se podrán contemplar en el EACC conllevan una exhaustiva fase previa de investigación. Esta es una exposición exigente, pero es que debemos ser exigentes si queremos mejorar.