"No me atrevo a decir todavía qué es para mí la literatura en toda su dimensión. Puedo decir tal vez por qué escribo hoy, y seguramente sonará incongruente”. No es fácil intentar responder a uno de los grandes enigmas del ser humano: ¿Para qué expresarse? ¿Por qué compartir con el otro mis sentimientos o sensaciones? ¿De qué sirve? ¿A dónde me lleva eso? ¿Escribir, para quién? ¿Componer, para quién? El mundo del arte y de las letras es un enigma, un enigma delicioso he de decir. Para Carlos Loreiro tampoco es sencillo ni evidente.

El joven castellonense acaba de ser galardonado con el Premio Nacional de Poesía Joven ‘Miguel Hernández’. Del anonimato al estrellato en un santiamén. Aunque ni antes era un personaje anónimo, ni ahora va a poder gozar de una vida contemplativa. Por desgracia, son pocos --casi ninguno me atrevo a decir-- los poetas, dramaturgos, músicos y escritores que puedan vivir de forma holgada.

“Yo habría querido ser dibujante, músico, intérprete y compositor”, confiesa Loreiro. En su formación intelectual compositores como Beethoven, Bach, Mozart y Wagner “siguen siendo mis referentes, casi modelos de belleza y verdad. Fueron ellos quienes determinaron mi sensibilidad para cualquier tipo de expresión que genere emociones, ya sean negativas o positivas”. Y dice esto porque cree que en la poesía “todo procede de la emoción”. En ese afán por querer comunicar(nos) algo intenta poder transmitir la misma sensación que a él le sugieren piezas como Contessa, perdono! o la obertura de Tannhauser. “Yo no sé tocar un instrumento ni componer música, pero sí sé escribir palabras; afortunadamente en el colegio había aprendido algunas”, comenta con cierta ironía. “Así que probé con la poesía como medio de expresión. Había leído a Lorca, Pessoa y el Neruda de Residencia en la Tierra, y admiraba las vías por las que se acercaban a la realidad”, explica desde San Petersburgo, ciudad en la que vive, ciudad a la que decidió marchar por “la precariedad laboral en España”, ciudad que le ha acogido y en donde imparte clases de español.

El hecho de que el Ministerio de Cultura le haya concedido un premio de esta magnitud “ha sido algo muy importante para mí, por supuesto, y necesario además para reconciliarme un poco con esta situación, que me ha forzado, como a tantos otros, a salir de mi país, dejar a mi pareja, familia y amigos”. Es, dicho de un modo casi trivial, un buen empujón para seguir desarrollando una carrera que empezó con la “voluntad fortísima de comunicar emociones”, según dice. Ahora, agrega, “lo que hago tal vez sea el residuo de años de inercia tras esa primera época”.

SER HONESTO // La obra Los poemas de Marcelo Aguafuerte: crónicas para El buey Apis, publicada por la editorial Leteo, ha sido la “culpable” de que el jurado, presidido por Teresa Lizaranzu, y compuesto por Mónica Fernández, Martha Asunción Alonso, Unai Velasco e Inés Fernández-Ordóñez, decidiera otorgarle tal distinción a este joven de una madurez intelectual digna de elogio, como podemos comprobar a través de sus reflexiones en torno al universo de lo poético. “La poesía puede ser una buena liberadora de prejuicios. Cuando intentamos ser honestos con nosotros mismos, acabamos normalmente trabajando en nuestras obsesiones, al menos uno es así de plasta. Si a eso le agregamos una estética con la suficiente habilidad, la estructura resultante puede mantenerse más o menos en pie”, reconoce.

Loreiro quiere alcanzar un objetivo valiente. “La máxima que intento ponerme cada día es la de ser lo más honesto posible con todo lo que implica la literatura”, asegura, aunque su mente no divaga, más bien todo lo contrario, puesto que es consciente de que “fuera de la palabra escrita es recomendable actuar a la inversa, al fin y al cabo el asunto ahí fuera consiste en parte en sobrevivir con moderación y sentimiento de pertenencia”. Razón, no le falta, ya que “intentar ser sincero tiene el inconveniente de exponerse demasiado, y eso muchas veces puede parecer bastante ridículo, sobre todo porque provoca extrañeza, pero nunca será pretencioso”. A pesar de ello, de esos posibles desencuentros, “la ventaja es muy grande, ese desahogo es una especie de confesión dirigida a nadie y a todos, con la coartada, además, de la ficción y la estructura poética, unos salvoconductos maravillosos a la hora del escaqueo sentimental”.

REFLEXIONES // En Crónicas para El buey Apis, Carlos Loreiro intenta trabajar desde tres puntos. “El primero es desde la piel de autores o personas cuya experiencia artística o vital me interesa o conecta conmigo en alguna medida. El segundo punto se basa en la reflexión externa sobre otros personajes y sus lugares de acción desde el punto de vista de Marcelo Aguafuerte --una especie de heterónimo--. El tercero consiste en reflexiones más cotidianas o inmediatas, con la ciudad por escenario y Marcelo Aguafuerte, de nuevo, como protagonista”. Estos tres puntos de vista le permiten “hablar de la alienación”, un tema pertinente y nada fácil que, finalmente, le ha valido tan preciado galardón. Y aunque cree que este tipo de reconocimiento siempre son bien recibidos, “sigo pensando que la vía más efectiva de impulsar la creación es fomentar la lectura, educar lectores, crear lectores desde los comienzos”. Loreiro asegura que esa fórmula, la de formar y educar desde la infancia, acercar a los niños a la literatura, es la “mejor manera para asegurar la supervivencia del autor y la literatura en sí misma”. Como decíamos, posee una gran madurez y un juicio más que sensato. Enhorabuena.