Gracias al titánico esfuerzo de Amics de la Natura, desde hace 21 años se libra en Castellón un galardón literario de prestigio. Se trata del Premi Tardor de Poesia, un premio que siempre se ha mantenido alejado de cualquier trato de favor o interés, lo cual es algo digno de aplauso, ya que son ya muy pocos los certámenes en este país que siguen firmes en su independencia, en que aquello que realmente hable sea la obra por sí sola. Ahí radica en gran parte su importancia, importancia que se eleva también por su significado dentro del ámbito cultural castellonense. Dotado con nueve mil euros más la publicación de la obra, cabe recordar que cuenta con el patrocinio del Ayuntamiento de Castellón, la Diputación Provincial, la Fundación Dávalos-Fletcher y Amics de la Natura.

La granadina Olalla Castro ha sido la autora reconocida en la vigésimo primera edición del Tardor. El jurado compuesto por Rosario Gutiérrez, Gemma Laliena, Carlos Marzal, Benjamín Prado y Fidel Tomàs no tuvo duda alguna en premiar Los sonidos del barro.

--El Premi Tardor es uno de los galardones que poco a poco han ido cobrando fuerza gracias, sobre todo, a su jurado. Este año nombres como los de Benjamín Prado o Carlos Marzal estaban entre los miembros integrantes. Dicho esto, ¿qué supone para ti recibir un premio de esta índole?

-Puesto que el silencio y la soledad, como decía Marguerite Duras, son consustanciales a la escritura, recibir un premio supone siempre dejar de estar sola, obtener el juicio del lector (de unos lectores especializados, puesto que los jurados suelen estar conformados por poetas), su complicidad y su reconocimiento. El Premi Tardor es, además, un certamen que respeto especialmente (por su honestidad y limpieza) y del que tenía muy buenas referencias antes de presentarme. Es un placer haberlo ganado.

--Me interesa ahondar en el estado actual de la poesía en España. Se suele decir hasta la saciedad que es la hermana pobre a nivel editorial. Publicar poesía no es rentable, ni para el autor ni para el editor. ¿Son los premios el modo ideal para ver publicada tu obra? ¿Crees en esas afirmaciones sobre el ninguneo o menosprecio de la poesía?

-Efectivamente, los premios son la mejor manera, a mi modo de ver, de publicar. Además, en la precariedad económica actual en la que muchos vivimos, suponen una inyección de dinero importante. En cuanto al menosprecio de la poesía, creo que hay que asumir que se trata un género minoritario, que requiere de un tipo de lectura que no todo el mundo está dispuesto a hacer. Y no pasa nada. Es algo que también le ocurre, aunque de modo distinto, al ensayo. Eso significa que la poesía no está en los circuitos comerciales ni participa de la lógica del mercado con la misma fuerza que la ficción narrativa, lo cual no me parece una ventaja. De hecho, el ocupar los márgenes del sistema editorial garantiza cierta independencia del mercado, de sus modas, de sus normas, que resulta altamente liberadora y permite desarrollar un discurso más transgresor. El principal riesgo que corre la poesía es el quedar en manos de mafias poéticas y que dos o tres editoriales de dudosa factura ética se repartan el pastel. Lo de menos es el tamaño de ese pastel.

--Los sonidos del barro

-Bueno, la edad te hace escribir de manera distinta, por el simple hecho de que te lleva a mirar e interpretar de forma diferente el mundo. Yo no escribo ahora como escribía a los veinte años o a los treinta. Aunque no necesariamente se escribe mejor con el paso del tiempo, lo normal es que tener más oficio y más lecturas a la espalda sea una ventaja.

--Destacan también la originalidad, como el uso de onomatopeyas que haces en la primera parte. ¿Podrías explicarnos un poco qué pretendías con ello?

-El libro tiene como hilo conductor el universo de los sonidos (la música, la palabra hablada, los ruidos, el balbuceo...) y su reverso (el silencio). A partir de ese leitmotiv, desarrolla una reflexión sobre la dialéctica amo/esclavo y una denuncia de la ruindad del poder. Me interesaba mucho jugar con la onomatopeya, concebida como entre-lugar, como espacio intermedio entre el sonido y la palabra, como algo que se sitúa entre la realidad material y la abstracción lingüística. Las onomatopeyas, al formarse imitando el ruido de los objetos que designan, son las palabras que más se acercan a un estado primitivo del lenguaje en el que me interesaba indagar.

--El término “original” también está en entredicho últimamente. En realidad, es muy difícil alcanzar ese grado. Soy de los que opinan que no hay nada nuevo bajo el sol, aunque la gracia quizá radique en el modo de abordar una temática, en el tono que se establece y, sobre todo, el uso del lenguaje. ¿Cómo trabaja Olalla Castro? ¿A qué le presta mayor atención? ¿Y qué influencias ha tenido y tiene?

-Orquestar de determinada manera todas las voces ajenas que nos entrecruzan (administrar de una forma específica ese legado literario, la tradición en la que te inscribes) es el único modo, creo, de poseer una voz personal, de alcanzar lo que Vila-Matas llama “una brizna de literatura propia”. Yo provengo claramente de una tradición vanguardista, modernista, y no necesariamente poética, que iría desde Joyce y Woolf a Chantal Maillard y Enrique Vila-Matas, pasando por Pessoa, Kafka, Walser, Bolaño, Alice Munro, Claudio Magris, Adrienne Rich, Margaret Atwood o Coetzee. Cuando escribo un poemario, suelo partir de una indagación o intención teórica de fondo, que utilizo como hilo conductor entre los poemas. Después, cada poema responde a un impulso distinto: la mayoría de las veces se trata de una imagen, de una especie de flash poético, de una metáfora que surge de repente y a cuyo filo te agarras. Si sabes tirar de ella, hallarás el poema.

--Aunque sea una pregunta que resulte un tanto pueril, ¿los poetas sólo leen poesía? Hago esta pregunta porque mucha gente piensa en los poetas como seres que viven en una especie de atalaya o torre de marfil, que son de difícil acceso.

-Sí, hay muchos poetas que anhelan vivir en torres de marfil e ir levitando por encima de la realidad. Y creen en la aristocracia del alma frente al hombre-masa, el alma vulgar orteguiana. Yo creo que la buena literatura se cuece en los abismos y surge siempre de lo feo, de lo atroz, de lo abyecto. Me interesan los escritores con los pies en el barro que chapotean, que señalan allí donde nadie quiere mirar y bucean en la mierda en busca de otra clase de belleza: una perturbadora e hiriente. Y lo de menos es si escriben en prosa o en verso, si hacen poesía, narrativa o ensayo. Las propuestas literarias que más me interesan, precisamente, son aquéllas que exploran la hibridación textual y la mezcolanza de géneros y que dan cuenta de lo terrible del ser humano para intentar transformarlo.

--Por otra parte, no sé tú, pero en España creo que hay un número desorbitado de “poetas” por metro cuadrado. Son muchos los que por lograr un par de rimas se consideran ya poetas con todas las de la ley (perdona si mi tono suena demasiado cruel, es una opinión totalmente personal). ¿Esto perjudica o beneficia a la “buena” poesía?

-Las clasificaciones que apelan a la alta poesía, la poesía verdadera o la excelencia poética, frente a una poesía mala que debe rechazarse, me resultan siempre problemáticas. Sobre todo porque, normalmente, en la decisión de quién puede considerarse o no un verdadero poeta intervienen criterios que no son meramente estéticos. La formación del canon literario está recorrida de punta a cabo por el poder. No en vano, ese canon nos ha dejado fuera a las mujeres durante siglos y sigue haciéndolo, en gran medida. De ahí que ahora tengamos que hacer una labor arqueológica de recuperación de escritoras invisibilizadas y despreciadas por el patriarcado, cuando algunas eran con creces superiores a sus homólogos masculinos, que sí figuran en los libros de texto. Lo que me resulta preocupante es que haya poetas con varios libros publicados y premiados que son realmente malos y gente con talento que pulula por los márgenes del sistema sin ninguna oportunidad.