A mediados de 1800 el ferrocarril quiso frenar en seco la amenazante progresión y evolución del automóvil, imponiéndole unas normas ridículas: ir acompañado en todo momento por un ingeniero, circular a una velocidad máxima de 6,5 km/h y, lo más estrambótico de todo, contar con una persona que abriese el paso del vehículo agitando una bandera roja a unos 55 metros de distancia para avisar de su presencia. De ahí que esta absurda pero letal normativa adquiriese el sobrenombre de “Ley de las banderas rojas”.

El principal enemigo del progreso es la codicia de quienes no han sabido o querido evolucionar. Y en el caso del automóvil, este adversario fue el ferrocarril. Más concretamente fueron los operadores de carruajes de caballos y la industria de los ferrocarriles públicos, los que en la década de 1860 en Gran Bretaña hicieron valer su fuerza para promulgar la “Ley de Locomotoras”, con el fin de frenar el avance de los vehículos autopropulsados en las carreteras, y prolongar así sus inversiones en caballos, carruajes y trenes.

El gobierno liberal de Lord Palmerston, ante esta presión, aprobó una ley que frenó de golpe la innovación en el transporte por carretera en Gran Bretaña durante más de un cuarto de siglo, lo que permitió que la industria extranjera aventajase a la británica en este sector. Y es que ningún inglés en su sano juicio compraría un coche si tuviese que ir siempre acompañado de un extraño, a una velocidad absurda, y soportando además el bochorno espectáculo de que una especie de chambelán abanderado anunciase su paso.

Más concretamente la Ley de Locomotoras establecía que:

Eran a todas luces normas innecesarias que tan sólo buscaban desanimar a los posibles compradores de automóviles. La presencia del ingeniero era del todo innecesaria, ya que pese a no ser vehículos extremadamente fiables, sí eran lo suficientemente rudimentarios como para que cualquier persona sin nociones de mecánica pudiese repararlos en caso de avería. En aquella época la velocidad que alcanzaban estos automóviles no podía provocar grandes daños en caso de accidente, por lo que la limitación de velocidad era sencillamente innecesario. Y finalmente la figura del ‘banderero’ era sencillamente absurda, ya que los pocos vehículos que circulaban por los caminos en aquella época ya se anunciaban por sí mismos con el gran ruido que generaba sus motores y por la llamativa polvareda levantaba a su paso.

Pero a medida que evolucionaban los coches, la ‘Ley de la banderas rojas’ iba quedando cada vez más obsoleta y en evidencia, de modo que los gobernantes no tuvieron más remedio que ceder. En 1878 se redujo la distancia del hombre de la bandera roja a 20 metros, pero todas las demás condiciones siguieron siendo las mismas. Finalmente, el 14 de noviembre de 1896, se aprobó la nueva ‘Ley de Locomotoras’ en la que se eximió al conductor de ir acompañado, se eliminó la figura del hombre de la bandera, y se elevó el límite de velocidad a 22,5 km/h.

Para celebrarlo, Harry Lawson de Daimler y sus amigos, organizaron una carera de Londres a Brighton llamada "The Emancipation Run"The Emancipation Run, que comenzó con un desayuno en el hotel Charing Cross, donde el político conservador Lord Winchelsea partió simbólicamente una bandera roja por la mitad. Un evento que a día de hoy sigue celebrándose.

Pero no creáis que este es un caso aislado en Gran Bretaña. También en 1896, y por motivos muy similares, se propuso en el estado norteamericano de Pensilvania una ley en si cabe más ridícula, que obligaba a todos los conductores de carruajes sin caballos a que, "en caso de encuentro fortuito con el ganado: detener inmediatamente el vehículo; desmontar inmediatamente y lo más rápidamente posible el automóvil; y ocultar los distintos componentes fuera de la vista, detrás de los arbustos cercanos hasta que el ganado o los equinos estén suficientemente apaciguados”. Por suerte ley nunca entró en vigor, debido al veto del gobernador del estado, Daniel H. Hastings.