Selección argentina

Lionel Scaloni, el pegamento

Hace 25 años llegó como un crío a A Coruña, el domingo dirige a Argentina en la final del Mundial | El camino del jugador y del técnico al que siempre subestimaron

Scaloni abraza a Messi tras el Argentina-Holanda de cuartos de final.

Scaloni abraza a Messi tras el Argentina-Holanda de cuartos de final. / ODD ANDERSEN

Carlos Miranda

Contaba hace un año La Nación que en Pujato, tierra natal de Scaloni, residían 4.000 personas y había 400 camiones. Comunidad de interior, siempre dedicada al transporte y a la agricultura, a unir y a proveer y esa vocación es la que ha guiado siempre a Lionel Scaloni. En A Coruña, con la albiceleste, como compañero, como técnico, como faro de la afición. El pegamento.

Con Lendoiro y su hermano Mauro en la presentación en 1998.

Con Lendoiro y su hermano Mauro en la presentación en 1998. / LOS Carlos Miranda

“Si tuviera que decir algo de él es que siempre tuvo mucha empatía”. Aldo Duscher, argentino del Dépor de la era dorada, tiene claro cómo dar en la diana al hablar del que fue su compañero cinco años en A Coruña. “Su gran virtud en este Mundial ha sido armar un grupo y lograr que se liberaran con esa Copa América. Ya en el Dépor siempre hacía vestuario, defendía al compañero, era bromista. Ha conseguido que la selección sea un grupo de amigos, siempre tuvo esa virtud”, razona en Buenos Aires, desde donde percibe ese “fuego sagrado” de las grandes conquistas en el vestuario que también dirigen tres totems como AimarAyala Samuel.

Celebra la liga de 2000 con el Dépor en el balcón de María Pita.

Celebra la liga de 2000 con el Dépor en el balcón de María Pita. / EFE

“Cuando vuelvo a A Coruña siempre me doy cuenta de que he dejado algo. Es lo mejor que te puede pasar, más allá de ganar o no”. Scaloni reconocía en 2018 en una entrevista a LA OPINIÓN, cuando ya era ayudante de Sampaoli camino de Rusia 2018, que ese cordón umbilical con el Dépor, con la ciudad estaba lejos de cortarse. Ya como entrenador principal de Argentina, es habitual verle visitar Riazor una o dos veces al año ahora que el club coruñés deambula por Primera RFEF. En una de esas ocasiones, vino a jugar un partido de veteranos a Riazor y su hijo Ian, ahora mediático tras sus lágrimas en los cuartos de final y entonces con cinco años, se quedó maravillado con todas las muestras de afecto que recogía su padre. No pierde la oportunidad Lionel, incluso en la zona mixta de Qatar 2022, de decir que una de las ilusiones de su vida es sentarse algún día en el banquillo de Riazor, ser técnico del equipo con el que fue campeón de LaLiga en el año 2000. Hoy en día su perfil de twitter está plagado de referencias blanquiazules y tiene de fondo una foto con un tifo con su eterno dorsal 12 en la grada de Marathón.

Abraza a Manuel Pablo y Valerón en un viaje europeo del Dépor.

Abraza a Manuel Pablo y Valerón en un viaje europeo del Dépor. / V. E. CARLOS MIRANDA

Scaloni, entonces pasional e incontenible y hoy sereno e impertérrito en las celebraciones de los goles de Messi, no ha dejado de ser nunca ese niño que llegó con 19 años, pero que parecía sacado de uno de los fondos de Riazor, que había bajado de la grada al campo para cumplir el sueño de cualquier coruñés. Vivía enfrente al estadio. Jugaba con la pasión que solo brota, en teoría, de alguien nacido en la tierra. De hecho, él reconoce que se acabó de criar en A Coruña, a donde llegó junto a su hermano Mauro, quien hoy cuida de la granja familiar en Pujato, junto a su padre Ángel. “En A Coruña terminé de hacerme como persona”, apuntaba Scaloni hace cuatro años. “Estuve a un paso de ir al Milan, todos me decían que me fuera a Italia, pero con mi familia decidimos venir al Dépor. Nos decían que en Galicia nos iban a tratar muy bien y, además, mi hermanita acababa de nacer, mis padres se tenían que quedar y nos vinimos solos. Éramos unos críos y por eso vinimos a una ciudad así, donde la gente fuese cercana”, cuenta de una proximidad estrenada hace ya 25 años y que ni la distancia ha roto.

Festeja la Copa del Centenariazo en el césped del Bernabéu en 2002.

Festeja la Copa del Centenariazo en el césped del Bernabéu en 2002. / CARLOS PARDELLAS

Inquietud casi infantil

Pero el Scaloni que se sentará este domingo en el banquillo local de la final del Mundial es más que un hacedor de grupos. Ha logrado un equipo sólido, en el que las piezas encajan, liberan a Messi y ensalzan al resto de nombres, entre ellos dos imberbes como Julián Álvarez y Enzo Fernández. Quizás su momento cumbre como estratega del banquillo en la cita planetaria llegó con ese cambio de sistema y ese pulso táctico que mantuvo en los cuartos con Louis Van Gaal y el combinado holandés. En su primera experiencia como técnico principal en un equipo profesional está a punto de tocar el cielo. Le falta, en teoría, un bagaje que ha ido adquiriendo sobre la marcha. Las inquietudes siempre estuvieron ahí. En Pujato, cuando se veía en las gradas al resto de conjuntos del Club Atlético Sportivo Matienzo, su primer club. En A Coruña, cuando siempre preguntaba el por qué de todo y cuando pasó de interior a lateral y luego a pivote por su facilidad para entender el juego. En Italia en ese máster de táctica que tuvo al final de su carrera en Roma Bérgamo.

Scaloni hace unos años con su padre Ángel.

Scaloni hace unos años con su padre Ángel. / LOC

Javier Irureta, técnico del Dépor campeón y quien guió la parte central de su carrera, siempre lo vio inquieto, dispuesto a escuchar, a entender, a preguntar, a captar sin rechistar su rol en el equipo, más allá de que todo jugador arda por dentro. Todas esas capacidades y enseñanzas también le alumbraron. Un poco de esta Argentina lleva a aquel Dépor. Un porcentaje de las maniobras de la albiceleste nacieron de lo que destilaba el irundarra, quien también ha visto a exdiscípulos suyos en el banquillo como Setién, Emery, Javi Gracia o Sergio González. “Ya dentro del campo siempre me gustó saber el por qué de las cosas. Siempre fui un fanático”, reconocía Scaloni. “Hay veces que los entrenadores te mandan a hacer algo y por el hecho de que lo dicen, tú lo haces y después te olvidas. A mí me gustaba saber la razón, recordar que en aquel partido hicimos aquello porque el rival atacaba con tres o con dos. Soy de los que se lo guardaban para intentar utilizarlo en un futuro”, relataba.

Scaloni celebra un gol al Hamburgo en la Champions.

Scaloni celebra un gol al Hamburgo en la Champions. / LOC

Al otro lado de la línea

“No cambio ser entrenador por ser futbolista, que es lo más lindo del mundo. Pero siempre hay un después y qué mejor que estar cerca del jugador”. En 2015 Scaloni tuvo que traspasar la línea del rectángulo de juego en el sentido que nunca hubiera deseado, de dentro para fuera. No se fue muy lejos. Llegó el título de entrenador, las prácticas en Mallorca, sus primeros pasos como analista de Sampaoli en el Sevilla y de ahí a la albiceleste y, casi por sorpresa y sin esperarle nadie, al mando de Argentina y a las puertas del tercer Mundial. Es la historia de su vida. No era el más virtuoso, pero jugó en Europa, ganó LaLiga y disputó un Mundial como jugador. No era el más experimentado y acabó como DT de Argentina y tiene a Messi en el bolsillo y va camino de hacer historia tras las citas del 78 y del 86. Siempre lo subestimaron, siempre rompió techos.

Scaloni besa a un niño con la camiseta del Dépor.

Scaloni besa a un niño con la camiseta del Dépor. / VICTOR ECHAVE

“Hay que estar siempre en el lugar adecuado, pero el que logra tanto es porque algo tiene, nadie regala tanto”, reconoce Aldo Duscher, otro ex de Newells, otro leproso como Scaloni Messi, las dos deidades a las que se encomendará el domingo toda Argentina.

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