Mundial de Qatar

La locura interminable de los argentinos

Buenos Aires se convirtió en una fiesta con los máximos honores dedicados a Messi y con Maradona en el recuerdo.

La locura interminable de los argentinos.

La locura interminable de los argentinos. / AGUSTIN MARCARIAN

Abel Gilbert

Un único llanto recorre el territorio argentino. Lágrimas de multitudes agradecidas que vieron la final en las calles y parques y que cuando todo terminó se fundieron en abrazos infinitos. El milagro había sucedido, una prueba más, se dijo, se repitió, Dios viste la camiseta celeste y blanca, al menos cuando se trata de fútbol. "Vamos al Obelisco", fue la consigna de miles y miles de hinchas, los sufridos de siempre, los escépticos de ayer nomás, devenidos creyentes, y aquellos que siempre sintieron que el corazón les latía del lado de la historia.

"Que miras bobo", el exabrupto de Leo Messi tras el partido contra Holanda, no solo se ha convertido en leyenda de banderas, indumentaria y objetos de cotillón. Ha sido en rigor una invitación al mundo a mirar, un llamado a que, a través de las pantallas, la dimensión de la catarsis, un desahogo colectivo que tiene que ver tanto con el fútbol como con aquello que el mismo deporte canaliza en un país alegre y sufrido a la vez. 

"Por cuatro días locos que vamos a vivir/ por cuatro días locos te tienes que divertir", cantaba el cantante de tangos Alberto Marino a comienzos de los años cincuenta. La diversión, se recordaba, tiene un tiempo fijo. No puede ser eterna, pero mientras dure, hay que sentir esa sensación única. El Mundial fue el 'mes loco' que puso entre paréntesis: las conjuras políticas, la inflación, la sequía. El portero Dibu Martínez fue el primero que lo entendió: esta alegría es, principalmente, para los que más lo padecen, el 40% de pobres que salieron a celebrar el regalo más querido y efímero.

Lo que ha ocurrido en el Obelisco, en el cruce de la avenida 9 de Julio y Corrientes, se repitió en las principales ciudades, en los pueblos recónditos y en los barrios, el torrente de desenfrenó careció de jerarquías sociales. Hasta los más recalcitrantes opositores del Gobierno se sumaron con sus camisetas con el número 10 al coro se "dale campeón" que tiene la misma melodía de la "Marcha peronista".

"Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar", cantó el grupo de cumbia La Mosca, cuando el torneo no había comenzado. Poco a poco, la canción fue tomando cuerpo nacional, se convirtió en la entonación del propio seleccionado en los vestuarios y en la cancha, después de las victorias, y en la expresión de júbilo de todos los hinchas. Nunca como este domingo se escuchó tan fuerte ese canto hasta hacer cimbrar el suelo.

Los argentinos suelen jactarse de la originalidad de los cantos en los estadios. Las melodías se propagan por el mundo, del Camp Nou a Japón. Antes de que Messi levantara la Copa, la prensa de este país aseguraba que se había triunfado antes en el arte de contagiar a las gargantas, hacerlas cantar eso que a veces hasta puede carecer de sentido. Lo mismo sucedió este domingo con una abuela del barrio popular de Villa Luro. Desde los inicios se le pidió que saliera a la calle con una bandera como ritual afirmativo de una comunidad. El "abuela la-la-la" fue creciendo como un río. Primero fueron cinco personas, después cincuenta, luego 500 y esta tarde, en el centro de la ciudad, miles y miles. No todos sabían que se llama Cristina, un nombre que provoca amores y odios. Frente a la mujer que trajo suerte con sus conjuros, nadie se acordó de la vicepresidenta Fernández de Kirchner.

A la memoria de Maradona

Una vez que Montiel derrotó desde los 12 pasos a Loris, la feliz insania se puso en movimiento. La gente se acordó, claro, de Maradona y, esta vez, como nunca antes, también de su padre y madre, una santísima trinidad. En su nombre se brindó y saltó. Se cantó el himno nacional. Corrieron ríos de cerveza y fernet, una bebida alcohólica de la familia de los amaros italianos que se elabora con hierbas y suele mezclarse con Coca-Cola. La locura verdaderamente no parecía tener cierre cuando comenzaba a caer la noche. "¿Y cuándo vienen los jugadores?, querían saber los argentinos entre sorbos. El presidente Alberto Fernández se abstuvo de viajar a Qatar. "Fútbol y política no deben mezclarse", dijo su portavoz. Pero la política no quedará al margen de este juego, y menos si Messi y los suyos aterrizan en Buenos Aires para prolongar el jolgorio.

El campeonato se siguió con éxtasis en una antigua casa de Maradona, cuyas puertas se abrieron como si se tratara de tierra santa. El país que ha levantado una iglesia maradoniana se prepara ahora para una religiosidad compartida con Leo. Su Rosario natal ya ha confirmado este domingo la hondura de esta conversión unánime de un país con dos deidades.

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