Hace unas semanas visité las instituciones europeas. De entre las múltiples reuniones que tuvimos con representantes y altos cargos de la Eurocámara y la Comisión, dos temas eran recurrentes: el brexit y la subida de la extrema derecha en Europa. Con las elecciones generales españolas en el calendario, el nombre de Vox ya era habitual en los pasillos del Parlamento Europeo. Preocupaban dos cosas: el fin de la llamada excepcionalidad española (el no haber tenido hasta ahora representación parlamentaria de ultraderecha) y las nuevas mayorías que se formarán en Bruselas tras las elecciones europeas.

Desde el domingo, España tiene oficialmente un partido de ultraderecha con representación. Más de dos millones y medio de personas (2.677.173) apoyaron la candidatura de Abascal. A pesar de que la entrada de Vox en el Parlamento no ha sido tan fuerte como algunos sondeos apuntaban, que tantas personas les hayan apoyado debería hacernos reflexionar, y mucho. El miedo ha funcionado y la movilización parece haber evitado un escenario horrorífico donde muchos pasábamos a ser objeto de ataques y a ver nuestros derechos limitados o eliminados; pero no es suficiente.

Los 24 escaños de Vox permitirán a la formación algo de influencia. Incluso puede que PP y Ciudadanos entiendan mal la lección y se escoren hacia la derecha. Cuando uno agita la bandera del odio, de la movilización contra algo, del discurso etnicista y excluyente; cuando uno se centra en atacar a otros -nacionalistas, progresistas, feministas-, crea unas expectativas de sangre y sudor, de «acabar con las sonrisitas» de quienes considera enemigos políticos, de imponerse por la fuerza para volver al orden, a lo correcto, a lo puramente español. Y cuando todo esto no da el resultado esperado, estas ansias de fuerza -incluso con los suyos-, venganza e imposición son difíciles de calmar.

Si PP y Ciudadanos optan ahora por virar hacia posiciones más radicales, la ultraderecha habrá ganado. Hace meses que están marcando la agenda, consiguiendo que hablemos de los temas que quieren o que nos preocupemos por lo que dicen serán sus prioridades. En este sentido, ya han conseguido una victoria. Si Casado venía radical de casa o se ha vuelto más intolerante por el efecto Abascal no está claro, pero el líder del PP ha optado en algunos temas por un viraje hacia posiciones más conservadoras que el partido había rebajado los últimos años. Si siguen este camino creyendo que así recuperarán los votos perdidos, se equivocarán. Su espacio político natural amplio está en el centro-derecha. Un espacio conservador pero no radical, más en la línea de los grandes partidos conservadores europeos del grupo popular que de las nuevas hornadas de Orbán, Salvini o Le Pen.

La ultraderecha está ya presente en 23 de los 28 parlamentos nacionales europeos e incluso ha conseguido llegar al poder en algunos, pero sigue representando-y esperemos que así siga- a una minoría política. Los porcentajes se sitúan entre el 3,7% de ELAM en Chipre al 49% de Fidesz en Hungría, pero la media está entre el 10-20%. Así, el 10,3% de los votos entra dentro de lo que vemos en el resto de Europa.

¿Significa eso que debamos normalizarlo? No, en absoluto. Acoger y asimilar estas opciones como legítimas es un error. Son válidas, como precio a pagar en democracia, pero quien defiende eliminar derechos fundamentales, quien persigue catalogar a las personas en función de lo cerca que estén del hombre blanco europeo, quien promueve el odio y la fuerza por encima del diálogo y la convivencia supone un ataque a las bases de la democracia y de la propia Unión Europea.

Europa no puede seguir celebrando aniversarios y conmemoraciones de los horrores de la segunda guerra mundial mientras asiste impasible a un retorno de parte de los discursos que nos llevaron a ella. Quien dice Europa dice todos. No podemos seguir adelante hoy como si no hubiese pasado nada ayer. No hay motivos para la alegría, solo para el alivio. Que ese alivio no nos haga perder de vista el foco: la ultraderecha ha llegado y se queda para al menos cuatro años, así que todas las personas que salimos el domingo a votar otras opciones tenemos una responsabilidad: no creer que con nuestro voto ya cumplimos. Seguir atentas, exigiendo el cumplimiento de todos y cada uno de nuestros derechos. Rechazando la confrontación y el odio y apostando por el desacuerdo y la confrontación de ideas. Solo así la ultraderecha caerá por su propio peso.