Existen muchos calificativos que identifican al Land Rover Defender. Algunos lo describirían como imparable y otros simplemente como mítico. Defensor del menos es más, el fabricante británico completa ahora la dinastía de Land Rover con esta entrega que llena el vacío dejado en el 2016, cuando se abandonó su producción.

Producido desde el 1958 en Linares y más tarde importado desde Reino Unido, este auténtico todoterreno en el que la rudeza siempre ha sido su principal virtud, hasta el punto de dejar la comodidad a un lado, presenta su remodelación más profunda.

Aunque conserva algunos detalles de su predecesor, como pueden ser los voladizos cortos, los pasos de rueda cuadrados o la rueda de repuesto en el portón trasero, el nuevo Defender se reconvierte en un todoterreno más tecnológico, si cabe, que se resiste a olvidar --para alegría y agrado de todos sus seguidores-- su verdadera esencia.

Mantiene las denominaciones 90 para la carrocería corta y 110 para la larga. Esta última debería haber llegado durante el confinamiento, por lo que previsiblemente estará disponible en pocos días. Para la segunda habrá que esperar unos meses.

Ambas están construidas sobre una plataforma de aluminio que pasa a ser monocasco y sustituye su estructura clásica compuesta por un chasis de largueros y travesaños. La suspensión también es nueva y, en lugar de ser de eje rígido, ahora es independiente, con muelles neumáticos de serie asociados a amortiguadores de dureza variable.

El interior espartano ha dado paso a uno más cuidado y tecnológico. El salpicadero de líneas rectas estrena un cuadro de instrumentos digital y el sistema de infoentretenimiento Pivi Pro.

En la gama de motores se encuentra una de las novedades más importantes. Está a la venta con dos propulsores diésel de 200 y 240 CV, y dos de gasolina de 300 y 400, este último asociado, por primera vez, a un sistema de hibridación ligera.